El dinero consagrado a la beneficencia no tiene mérito si no representa un sacrificio, una privación.
El dolor tiene un gran poder educativo; nos hace mejores, más misericordiosos, nos vuelve hacia nosotros mismos y nos persuade de que esta vida no es un juego, sino un deber.
Solo pensar en traicionar es ya una traición consumada.
Los esfuerzos individuales nos traerán el progreso general.
La peor prodigalidad es la del tiempo.