No hay hombre que no anteponga la satisfacción propia a sus obligaciones.
El mayor despeñadero, la confianza.
El que escribe para comer, ni come ni escribe
No hay cosa que más avive el amor que el temor de perder al ser amado.
Muchos vencimientos han ocasionado la consideración, y muchas victorias ha dado la temeridad.
No se ganan los hombres con favores sin obras.
Mejor se puede disculpar el que se muere de miedo, que el que de miedo se mata: porque allí obra sin culpa la naturaleza; y en éste, con delito y culpa, el discurso apocado y vil.
Virtud envidiada es dos veces virtud.
Matarse por no morir es ser igualmente necio y cobarde.
Ninguna cosa despierta tanto el bullicio del pueblo como la novedad.
El consejo, bueno es; pero creo que es de las medicinas que menos se gastan y se gustan.
Lo que en la juventud se aprende, toda la vida dura.
Quien deja vivo al ofendido, ha de temer siempre a la venganza.
El amor a la patria siempre daña a la persona.
La adulación, bajeza del que adula; engaño del adulado y aún bajeza de los dos; porque su bajeza muestra el que gusta de su adulación, que no se fía en el valor de sus méritos.
El avaro visita su tesoro por traerle a la memoria que es su dueño, carcelero de su moneda.
Érase un hombre a una nariz pegado.
Matan los médicos y viven de matar, y la queja cae sobre la dolencia.
Cuando el avaro dice: tengo un tesoro, el preso dice: tenga una cárcel.
Ningún vencido tiene justicia si lo ha de juzgar su vencedor.