Arboles ( 2 )
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Retornos Del Amor En Una Azotea
Poblado estoy de muchas azoteas.
Sobre la mar se tienden las más blancas,
dispuestas a zarpar al sol, llevando
como velas las sábanas tendidas.
Otras dan a los campos, pero hay una
que solo da al amor, cara a los montes.
Y es la que siempre vuelve.
Allí el amor peinaba sus geranios,
conducía las rosas y jazmines
por las barandas y en la ardiente noche
se deshacía en una fresca lluvia.
Lejos, las cumbres, soportando el peso
de las grandes estrellas, lo velaban.
¿Cuándo el amor vivió más venturoso
ni cuándo entre las flores
recién regadas fuera
con más alma en la sangre poseído?
Subía el silbo de los trenes. Tiemblos
de farolillos de verbena y músicas
de los quioscos y encendidos árboles
remontaban y súbitos diluvios
de cometas veloces que vertían
en sus ojos fugaces resplandores.
Fue la más bella edad del corazón. Retorna
hoy tan distante en que la estoy soñando
sobre este viejo tronco, en un camino
que no me lleva ya a ninguna parte.
Poblado estoy de muchas azoteas.
Sobre la mar se tienden las más blancas,
dispuestas a zarpar al sol, llevando
como velas las sábanas tendidas.
Otras dan a los campos, pero hay una
que solo da al amor, cara a los montes.
Y es la que siempre vuelve.
Allí el amor peinaba sus geranios,
conducía las rosas y jazmines
por las barandas y en la ardiente noche
se deshacía en una fresca lluvia.
Lejos, las cumbres, soportando el peso
de las grandes estrellas, lo velaban.
¿Cuándo el amor vivió más venturoso
ni cuándo entre las flores
recién regadas fuera
con más alma en la sangre poseído?
Subía el silbo de los trenes. Tiemblos
de farolillos de verbena y músicas
de los quioscos y encendidos árboles
remontaban y súbitos diluvios
de cometas veloces que vertían
en sus ojos fugaces resplandores.
Fue la más bella edad del corazón. Retorna
hoy tan distante en que la estoy soñando
sobre este viejo tronco, en un camino
que no me lleva ya a ninguna parte.
Rafael Alberti
Isla Ignorada
Soy como esa isla que ignorada,
late acunada por árboles jugosos,
-en el centro de un mar
que no me entiende,
rodeada de NADA,
sola sólo-.
Hay aves en mi isla relucientes,
y pintadas por ángeles pintores,
hay fieras que me miran dulcemente,
y venenosas flores.
Hay arroyos poetas
y voces interiores
de volcanes dormidos.
Quizá haya algún tesoro
muy dentro de mi entraña.
¡Quién sabe si yo tengo
diamante en mi montaña,
o tan solo un pequeño pedazo de carbón!
Los árboles del bosque de mi isla,
sois vosotros mis versos.
¡Qué bien sonáis a veces
si el gran músico viento
os toca cuando viene del mar que me rodea!
* * *
A esta isla que soy, si alguien llega,
que se encuentre con algo es mi deseo;
-manantiales de versos encendidos
y cascadas de paz es lo que tengo-.
Un nombre que me sube por el alma
y no quiere que llore mis secretos;
y soy tierra feliz -que tengo el arte
de ser dichosa y pobre al mismo tiempo-.
Para mí es un placer ser ignorada,
isla ignorada del océano eterno.
En el centro del mundo sin un libro
SÉ TODO, porque vino un misionero
y me dejó una Cruz para la vida
-para la muerte me dejó un misterio-.
Soy como esa isla que ignorada,
late acunada por árboles jugosos,
-en el centro de un mar
que no me entiende,
rodeada de NADA,
sola sólo-.
Hay aves en mi isla relucientes,
y pintadas por ángeles pintores,
hay fieras que me miran dulcemente,
y venenosas flores.
Hay arroyos poetas
y voces interiores
de volcanes dormidos.
Quizá haya algún tesoro
muy dentro de mi entraña.
¡Quién sabe si yo tengo
diamante en mi montaña,
o tan solo un pequeño pedazo de carbón!
Los árboles del bosque de mi isla,
sois vosotros mis versos.
¡Qué bien sonáis a veces
si el gran músico viento
os toca cuando viene del mar que me rodea!
* * *
A esta isla que soy, si alguien llega,
que se encuentre con algo es mi deseo;
-manantiales de versos encendidos
y cascadas de paz es lo que tengo-.
Un nombre que me sube por el alma
y no quiere que llore mis secretos;
y soy tierra feliz -que tengo el arte
de ser dichosa y pobre al mismo tiempo-.
Para mí es un placer ser ignorada,
isla ignorada del océano eterno.
En el centro del mundo sin un libro
SÉ TODO, porque vino un misionero
y me dejó una Cruz para la vida
-para la muerte me dejó un misterio-.
Gloria Fuertes
Ladridos Jadeantes En El Césped
Ladridos jadeantes en el césped
le hacen mirar, con el calor el día
va rodando a su fin y de las rosas
sube un olor, y una inquietud constante.
En el silencio rueda la alegría
súbita de los perros. Y él entiende
esa felicidad, el desvarío
que ellos muestran. Hermosa fue la vida
cuando el cuerpo era joven, y el deseo
la costumbre inicial de cada hora.
Un aire corto llega desde el mar
y ha alargado la sombra de los montes.
Echa su vida atrás, desnuda el cuerpo
delante de otro cuerpo, y unos ojos
le buscan y él los busca.
En el amor era veloz el tiempo,
iba pronto a morir, y en vano el joven
pensaba detenerlo, se soñaba
vencido en la vejez y desamado.
Entonces su victoria
era querer aún más, con mayor fuerza.
Mira, desde su frente, con los ojos
fijos la línea de los montes, áspero
muro de plata que en el mar se hiela.
Ya no lucha la tarde y se hace rosa
la luz en su cabeza pensativa.
Llegan, desde el camino, frescas voces
llamándose. La casa, oscurecida,
se ha perdido en los árboles, y él oye
el dulce nacimiento del amor,
escucha su secreto. Ya de nuevo
vive su corazón, y el hombre tiembla,
siente cargado el pecho, y apresura
un llanto fervoroso.
Ladridos jadeantes en el césped
le hacen mirar, con el calor el día
va rodando a su fin y de las rosas
sube un olor, y una inquietud constante.
En el silencio rueda la alegría
súbita de los perros. Y él entiende
esa felicidad, el desvarío
que ellos muestran. Hermosa fue la vida
cuando el cuerpo era joven, y el deseo
la costumbre inicial de cada hora.
Un aire corto llega desde el mar
y ha alargado la sombra de los montes.
Echa su vida atrás, desnuda el cuerpo
delante de otro cuerpo, y unos ojos
le buscan y él los busca.
En el amor era veloz el tiempo,
iba pronto a morir, y en vano el joven
pensaba detenerlo, se soñaba
vencido en la vejez y desamado.
Entonces su victoria
era querer aún más, con mayor fuerza.
Mira, desde su frente, con los ojos
fijos la línea de los montes, áspero
muro de plata que en el mar se hiela.
Ya no lucha la tarde y se hace rosa
la luz en su cabeza pensativa.
Llegan, desde el camino, frescas voces
llamándose. La casa, oscurecida,
se ha perdido en los árboles, y él oye
el dulce nacimiento del amor,
escucha su secreto. Ya de nuevo
vive su corazón, y el hombre tiembla,
siente cargado el pecho, y apresura
un llanto fervoroso.
Francisco Brines
Transformación
Emergeré apacible, en el mundo del sueño,
con el rostro azotado por aires fantasmales,
y vagaré en el cielo, cubierto de silencio,
llevando entre mis ojos las hogueras de antes.
No tendré ya la fiera potencia de los rayos
que dan a las tormentas segundos abusivos,
y dejan la corteza, blanda, de los pantanos,
envuelta entre los gritos de árboles caídos.
No seguiré la noche con horribles jaurías
de colmilludos astros y lunas descompuestas,
ni golpearé la espalda de la tierra dormida
con ardientes meteoros y colas de cometas.
No fundiré perfiles de las cosas pequeñas
que guardan la semilla de mi brillante cosmos,
ni sembraré en el mundo castigos y tragedias,
ni execrables momentos de cosas en trastorno.
Estaré en la armonía, con sonrisa oportuna,
pegado a los vitrales históricos del tiempo;
actuando en sacramentos preñados de cordura,
haciendo comunión con las normas del cielo.
Mi gesto reposado, mi cara alucinada,
buscarán manifiestos legendarios del pacto;
que borra la fiereza fluctuante de las almas
y otorga la silvestre llaneza de los campos.
Estaré en las ideas que altamente suscribo
al ir por el recinto de las grandes estatuas,
como fruta sin nombre y el corazón herido
al enviar los reportes a las cruentas batallas.
Emergeré apacible, en el mundo del sueño,
con el rostro azotado por aires fantasmales,
y vagaré en el cielo, cubierto de silencio,
llevando entre mis ojos las hogueras de antes.
No tendré ya la fiera potencia de los rayos
que dan a las tormentas segundos abusivos,
y dejan la corteza, blanda, de los pantanos,
envuelta entre los gritos de árboles caídos.
No seguiré la noche con horribles jaurías
de colmilludos astros y lunas descompuestas,
ni golpearé la espalda de la tierra dormida
con ardientes meteoros y colas de cometas.
No fundiré perfiles de las cosas pequeñas
que guardan la semilla de mi brillante cosmos,
ni sembraré en el mundo castigos y tragedias,
ni execrables momentos de cosas en trastorno.
Estaré en la armonía, con sonrisa oportuna,
pegado a los vitrales históricos del tiempo;
actuando en sacramentos preñados de cordura,
haciendo comunión con las normas del cielo.
Mi gesto reposado, mi cara alucinada,
buscarán manifiestos legendarios del pacto;
que borra la fiereza fluctuante de las almas
y otorga la silvestre llaneza de los campos.
Estaré en las ideas que altamente suscribo
al ir por el recinto de las grandes estatuas,
como fruta sin nombre y el corazón herido
al enviar los reportes a las cruentas batallas.
Humberto Garza
Suma Transida
Encerrarte en palabras...
¡Que tú, tú, quepas en verbos, nombres,
y adjetivos intactos!
Que yo lo pueda decir todo:
lo nuestro, esto que hacemos
y estaremos haciendo siempre,
eternísimamente:
hablar, callar, ser tú y yo
siéndonos nuestros.
Darte una dimensión humana,
representación de ti en la tierra:
estatua, color, arrebatado paso,
y sereno mirar con esos ojos tuyos
y míos: nuestra mirada del mundo.
Que un día, los mortales sin remedio sepan
cómo tuviste sangre,
y abierta pasión por todo;
y te diste cantando, sufriendo,
a mis brazos locos, y lentos, y débiles,
y fuertes, y fríos, y pobres de luz,
pero enamorados tuyos.
Para saber que has sido verdad,
que has sido, ¡pero no eres entonces!
Buscar las palabras de cuando no vivas,
para que vivas mientras se hable.
Dios de dolor, nunca decir podré
cómo eres tú, mi amor, amor mío,
criatura de glorificación que hallo
derramada en océanos,
cielos, campos, ríos y árboles;
y hasta en palomas tristes que en la aurora
¡te despiertan a mi amor por ti!
Encerrarte en palabras...
¡Que tú, tú, quepas en verbos, nombres,
y adjetivos intactos!
Que yo lo pueda decir todo:
lo nuestro, esto que hacemos
y estaremos haciendo siempre,
eternísimamente:
hablar, callar, ser tú y yo
siéndonos nuestros.
Darte una dimensión humana,
representación de ti en la tierra:
estatua, color, arrebatado paso,
y sereno mirar con esos ojos tuyos
y míos: nuestra mirada del mundo.
Que un día, los mortales sin remedio sepan
cómo tuviste sangre,
y abierta pasión por todo;
y te diste cantando, sufriendo,
a mis brazos locos, y lentos, y débiles,
y fuertes, y fríos, y pobres de luz,
pero enamorados tuyos.
Para saber que has sido verdad,
que has sido, ¡pero no eres entonces!
Buscar las palabras de cuando no vivas,
para que vivas mientras se hable.
Dios de dolor, nunca decir podré
cómo eres tú, mi amor, amor mío,
criatura de glorificación que hallo
derramada en océanos,
cielos, campos, ríos y árboles;
y hasta en palomas tristes que en la aurora
¡te despiertan a mi amor por ti!
Carmen Conde
Lucía
Lucía es rubia y pálida. Sus quietas
pupilas de princesa vagamente
miran hacia el ocaso, y en su frente
se muere una ilusión. Las violetas
de sus grandes ojeras melancólicas
parece que presienten el intenso
olor del camposanto y el incienso
de preces funerarias y católicas.
Sobre su falda tiene un libro abierto...
Mueve el aire los árboles del huerto,
y a la hoja del libro va una hoja
otoñal...
( En el libro se refiere
cómo besa una hoja que se muere
a una rosa carnal que se deshoja... )
Qué sutil gracia
tiene tu amor, Amada!
Hoy las rosas eran más rosas
y las palomas blancas, más blancas
y la risa del niño paralítico
del paseo de invierno estaba
suspensa, quieta, azul y diluida
para ti y para mí.
¡Qué sutil gracia
tiene tu amor, Amada!
Lucía es rubia y pálida. Sus quietas
pupilas de princesa vagamente
miran hacia el ocaso, y en su frente
se muere una ilusión. Las violetas
de sus grandes ojeras melancólicas
parece que presienten el intenso
olor del camposanto y el incienso
de preces funerarias y católicas.
Sobre su falda tiene un libro abierto...
Mueve el aire los árboles del huerto,
y a la hoja del libro va una hoja
otoñal...
( En el libro se refiere
cómo besa una hoja que se muere
a una rosa carnal que se deshoja... )
Qué sutil gracia
tiene tu amor, Amada!
Hoy las rosas eran más rosas
y las palomas blancas, más blancas
y la risa del niño paralítico
del paseo de invierno estaba
suspensa, quieta, azul y diluida
para ti y para mí.
¡Qué sutil gracia
tiene tu amor, Amada!
Dámaso Alonso
Pinar de La Piedra
Hay una débil música enredada en mis dedos
como indolentes, verdes algas dormidas,
cuando Mayo desnuda de negros pabellones
mi errante pensamiento.
Hay un tejido espeso como aroma de mieles y de trigo,
que envuelve adormeciendo roca y nube.
Es temprano en la tarde.
El arroyo abandona su flauta entre la hierba.
Me inclino reverente para beber y el agua
pone en mis cerrados párpados su húmeda caricia.
Sobre la tierra extiendo mi pereza
y Mayo me despoja de la corteza gris y extraña de mi traje
ciñéndome triunfal con la guirnalda azul de sus ramajes lánguidos
y en el silencio olvido el remolino inquieto de mi alma.
Ahora soy complacido todo tierra,
sólo un montón de tierra donde crecen florecillas salvajes
como desnudas piernas deseadas
y hay un himno en mis labios,
un himno que levanta su corola
como la púrpura de la diana en un alba con lluvia.
Por el pinar en sombra se difunden sonrisas de armonía
cuando la tarde estruja jacintos olorosos
en el cáliz temblante de los árboles.
La montaña se aleja en éxtasis de humo...
Yo espero confiado que tu inicial escrita en la piedra callada
vuelva a hablarme en la noche con tu voz,
con la voz del agua en el venero,
de ese agua que rompe su líquido alabastro
en el silencio verde de las hierbas.
"Mientras cantan los pájaros"
Hay una débil música enredada en mis dedos
como indolentes, verdes algas dormidas,
cuando Mayo desnuda de negros pabellones
mi errante pensamiento.
Hay un tejido espeso como aroma de mieles y de trigo,
que envuelve adormeciendo roca y nube.
Es temprano en la tarde.
El arroyo abandona su flauta entre la hierba.
Me inclino reverente para beber y el agua
pone en mis cerrados párpados su húmeda caricia.
Sobre la tierra extiendo mi pereza
y Mayo me despoja de la corteza gris y extraña de mi traje
ciñéndome triunfal con la guirnalda azul de sus ramajes lánguidos
y en el silencio olvido el remolino inquieto de mi alma.
Ahora soy complacido todo tierra,
sólo un montón de tierra donde crecen florecillas salvajes
como desnudas piernas deseadas
y hay un himno en mis labios,
un himno que levanta su corola
como la púrpura de la diana en un alba con lluvia.
Por el pinar en sombra se difunden sonrisas de armonía
cuando la tarde estruja jacintos olorosos
en el cáliz temblante de los árboles.
La montaña se aleja en éxtasis de humo...
Yo espero confiado que tu inicial escrita en la piedra callada
vuelva a hablarme en la noche con tu voz,
con la voz del agua en el venero,
de ese agua que rompe su líquido alabastro
en el silencio verde de las hierbas.
"Mientras cantan los pájaros"
Pablo GarcÃa Baena
Y Sobre Todo
Inmutable e infinito
es tu cuerpo
de venado salvaje:
Es tu pelo
todos los árboles
Son tus ojos
todas las luces
Es tu nariz
todos los puentes
Son tus labios
todos los caminos
Es tu cuello
todas las canteras
Son tus hombros
todos los pilares
Tu pecho
todas las geografías
tus brazos
todos los vientos
Tu vientre
todas las espesuras
Tus piernas
todas las transformaciones
Inmutable e infinito:
eres
Inmutable e infinito
es tu cuerpo
de venado salvaje:
Es tu pelo
todos los árboles
Son tus ojos
todas las luces
Es tu nariz
todos los puentes
Son tus labios
todos los caminos
Es tu cuello
todas las canteras
Son tus hombros
todos los pilares
Tu pecho
todas las geografías
tus brazos
todos los vientos
Tu vientre
todas las espesuras
Tus piernas
todas las transformaciones
Inmutable e infinito:
eres
Carlota Caulfield
A Veces Una Hoja Desprendida
A veces una hoja desprendida
de lo alto de los árboles, un lloro
de las ninfas que pasan un sonoro
trino de ruiseñor, turban mi vida.
Vuelven a mí medrosos y lejanos
suaves deliquios, éxtasis supremos;
aquella estrella y yo nos conocemos,
ese árbol, esa flor son mis hermanos.
En el abismo del dolor penetra
mi espíritu, bucea, va hasta el fondo,
y es como un libro misterioso y hondo
en que puedo leer letra por letra.
Un ambiente sutil un aura triste
hacen correr mi silencioso llanto,
y soy como una nota de ese canto
doloroso de todo lo que existe.
Me cercan en bandada los delirios...
¿Es alucinación..., locura acaso?
Me saludan las nubes a su paso
y me besan las almas de los lirios.
¡Divina comunión!... Por un instante
son mis sentidos de agudeza rara...
Ya sé lo que murmuras, fuente clara;
ya sé lo que me dices, brisa errante.
De todo me liberto y me desligo
a vivir nueva vida, de tal modo,
que yo no sé si me difundo en todo
o todo me penetra y va conmigo.
Mas todo huye de mí y el alma vuela
con torpes alas por un aura fría,
en una inconsolable lejanía,
por una soledad que espanta y hiela.
Por eso en mis ahogos de tristeza,
mientras duermen en calma mis sentidos,
tendiendo a tus palabras mis oídos
tiemblo a cada rumor, naturaleza;
y a veces una hoja desprendida
de lo alto de los árboles, un lloro
de las linfas que pasan, un sonoro
trino de ruiseñor, turban mi vida.
A veces una hoja desprendida
de lo alto de los árboles, un lloro
de las ninfas que pasan un sonoro
trino de ruiseñor, turban mi vida.
Vuelven a mí medrosos y lejanos
suaves deliquios, éxtasis supremos;
aquella estrella y yo nos conocemos,
ese árbol, esa flor son mis hermanos.
En el abismo del dolor penetra
mi espíritu, bucea, va hasta el fondo,
y es como un libro misterioso y hondo
en que puedo leer letra por letra.
Un ambiente sutil un aura triste
hacen correr mi silencioso llanto,
y soy como una nota de ese canto
doloroso de todo lo que existe.
Me cercan en bandada los delirios...
¿Es alucinación..., locura acaso?
Me saludan las nubes a su paso
y me besan las almas de los lirios.
¡Divina comunión!... Por un instante
son mis sentidos de agudeza rara...
Ya sé lo que murmuras, fuente clara;
ya sé lo que me dices, brisa errante.
De todo me liberto y me desligo
a vivir nueva vida, de tal modo,
que yo no sé si me difundo en todo
o todo me penetra y va conmigo.
Mas todo huye de mí y el alma vuela
con torpes alas por un aura fría,
en una inconsolable lejanía,
por una soledad que espanta y hiela.
Por eso en mis ahogos de tristeza,
mientras duermen en calma mis sentidos,
tendiendo a tus palabras mis oídos
tiemblo a cada rumor, naturaleza;
y a veces una hoja desprendida
de lo alto de los árboles, un lloro
de las linfas que pasan, un sonoro
trino de ruiseñor, turban mi vida.
Enrique González MartÃnez
Palabras Lejanas
A Alejandro Pluma
Soy la antigua amiga de la correspondencia lejana
de cartas delirantes enredadas en los sueños.
Apenas te acordarás de las secretas frases
entre sedas vaporosas que vestía la curva de mi vientre.
y hoy cuando el sol ha bajado hasta los árboles
y los pájaros circundan la autopista
te imagino tan duro y tan flexible
entre los fragmentos dejados por mis dedos.
Yo, la que te enviaba las estrellas entrega inmediata
y con fugitivo aire de poeta
merodeaba el correo y al librero de cabellos blancos.
Yo, a quien después de tanto conoces poco,
he dejado mi vocación de errante,
mis secretas corrientes de aire
por donde escapaba mi soledad.
Te conozco allí donde pareces más lejano
en la transparencia de tu sonido.
Pobre poeta malhumorado de largas barbas,
¿vendrán tus palabras a dispersar mi angustia?
Yo, la que intentaba en tediosas noches
dejar mi rostro en fugaces cuerpos
para quedarme sola con el agua y los espejos,
me miro ahora en la palabra de tu carta más amada,
y esta vez no habrá intentos de suicidios
a cambio de tu fruta indescifrable.
Solo destellos de silencio.
A Alejandro Pluma
Soy la antigua amiga de la correspondencia lejana
de cartas delirantes enredadas en los sueños.
Apenas te acordarás de las secretas frases
entre sedas vaporosas que vestía la curva de mi vientre.
y hoy cuando el sol ha bajado hasta los árboles
y los pájaros circundan la autopista
te imagino tan duro y tan flexible
entre los fragmentos dejados por mis dedos.
Yo, la que te enviaba las estrellas entrega inmediata
y con fugitivo aire de poeta
merodeaba el correo y al librero de cabellos blancos.
Yo, a quien después de tanto conoces poco,
he dejado mi vocación de errante,
mis secretas corrientes de aire
por donde escapaba mi soledad.
Te conozco allí donde pareces más lejano
en la transparencia de tu sonido.
Pobre poeta malhumorado de largas barbas,
¿vendrán tus palabras a dispersar mi angustia?
Yo, la que intentaba en tediosas noches
dejar mi rostro en fugaces cuerpos
para quedarme sola con el agua y los espejos,
me miro ahora en la palabra de tu carta más amada,
y esta vez no habrá intentos de suicidios
a cambio de tu fruta indescifrable.
Solo destellos de silencio.
Orietta Lozano
Maniquí Negra
Un sol nocturno bruñó con su óleo tus largas piernas.
Donde el hueso se junta a la piel, brilla con blancura de acero.
Tu risa de granizo repica en el pandero de la luna,
que exhala la música tejida por la dulzura de tus pies.
Cisne sombrío que resbala por las teclas de un lago dormido.
Hogueras de tinieblas, mujer de humo y sueño, que brotas
con el misterio enrollado a tu regazo, boa de ondulantes anillos;
con el amor ceñido a tus caderas, velo de tibio rugir;
con el paraíso echado sobre tus ropas, estola de florido fuego.
Tu madre aúlla en la selva -nidos de muertos en los árboles-
mientras caen las granadas alrededor de su choza.
Tu hermana grita en el asfalto -las pancartas caídas, los perros-
mientras los gases lacrimógenos hinchan sus párpados.
Tu prima de la manigua¹ agita los pechos locos
mientras canta la rumba de ronca voz.
tu cuñada de la sabana estremece la grupa
picada por el tábano del tam-tam.
Todas son estruendo y relámpago, cohetes de amor y dolor.
Pero tú solo resbalas en silencio, das vuelta y te mueves
con líquido avanzar,
lujosísimo tulipán para la fiesta del dorado jardín.
¹Terreno de la isla de Cuba cubierto de maleza.
De "Salterio de Fingoi"
Un sol nocturno bruñó con su óleo tus largas piernas.
Donde el hueso se junta a la piel, brilla con blancura de acero.
Tu risa de granizo repica en el pandero de la luna,
que exhala la música tejida por la dulzura de tus pies.
Cisne sombrío que resbala por las teclas de un lago dormido.
Hogueras de tinieblas, mujer de humo y sueño, que brotas
con el misterio enrollado a tu regazo, boa de ondulantes anillos;
con el amor ceñido a tus caderas, velo de tibio rugir;
con el paraíso echado sobre tus ropas, estola de florido fuego.
Tu madre aúlla en la selva -nidos de muertos en los árboles-
mientras caen las granadas alrededor de su choza.
Tu hermana grita en el asfalto -las pancartas caídas, los perros-
mientras los gases lacrimógenos hinchan sus párpados.
Tu prima de la manigua¹ agita los pechos locos
mientras canta la rumba de ronca voz.
tu cuñada de la sabana estremece la grupa
picada por el tábano del tam-tam.
Todas son estruendo y relámpago, cohetes de amor y dolor.
Pero tú solo resbalas en silencio, das vuelta y te mueves
con líquido avanzar,
lujosísimo tulipán para la fiesta del dorado jardín.
¹Terreno de la isla de Cuba cubierto de maleza.
De "Salterio de Fingoi"
Ricardo Carballo Calero
Amanecida
Soy una amanecida del amor
Raro que no me sigan centenares de pájaros
picoteando canciones sobre mi sombrilla blanca.
(Será que van cercando, en vigilia de nubes,
la claridad inmensa donde avanza mi alma).
Raro que no me carguen pálidas margaritas
por la ruta amorosa que han tomado mis alas.
(Será que están llorando a su hermana más triste,
que en silencio se ha ido a la hora del alba).
Raro que no me vista de novia la más leve
de aquellas brisas suaves que durmieron mi infancia.
(Será que entre los árboles va enseñando a mi amado
los surcos inocentes por donde anduve, casta
Raro que no me tire su emoción el rocío,
en gotas donde asome risueña la mañana.
(Será que por el surco de angustia del pasado,
con agua generosa mis decepciones baña).
Soy una amanecida del amor
En mí cuelgan canciones y racimos de pétalos,
y muchos sueños blancos, y emociones aladas.
Raro que no me entienda el hombre, conturbado
por la mano sencilla que recogió mi alma.
(Será que en él la noche se deshoja más lenta,
o tal vez no comprenda la emoción depurada
Soy una amanecida del amor
Raro que no me sigan centenares de pájaros
picoteando canciones sobre mi sombrilla blanca.
(Será que van cercando, en vigilia de nubes,
la claridad inmensa donde avanza mi alma).
Raro que no me carguen pálidas margaritas
por la ruta amorosa que han tomado mis alas.
(Será que están llorando a su hermana más triste,
que en silencio se ha ido a la hora del alba).
Raro que no me vista de novia la más leve
de aquellas brisas suaves que durmieron mi infancia.
(Será que entre los árboles va enseñando a mi amado
los surcos inocentes por donde anduve, casta
Raro que no me tire su emoción el rocío,
en gotas donde asome risueña la mañana.
(Será que por el surco de angustia del pasado,
con agua generosa mis decepciones baña).
Soy una amanecida del amor
En mí cuelgan canciones y racimos de pétalos,
y muchos sueños blancos, y emociones aladas.
Raro que no me entienda el hombre, conturbado
por la mano sencilla que recogió mi alma.
(Será que en él la noche se deshoja más lenta,
o tal vez no comprenda la emoción depurada
Julia de Burgos
Se Oye Levísima La Voz
Se oye levísima la voz
del viento. Suena entre los árboles
quizá como nunca sonó.
La noche nace como un río
de las manos mismas de Dios.
Yo miro desde mi ventana.
Yo no rezo ni lloro. Yo
no pregunto ni espero. Miro.
Te sé mirándome, Señor.
Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos.
¿Qué mandato el de tu palabra?
qué música la de tu voz?
No hay nadie. No, Señor; no hay nadie.
Solo con mi silencio estoy.
Solo contigo. Me das miedo.
¿Y a Ti no te doy miedo yo?
La noche es una espada fría
que amenaza con su fulgor.
Luchamos denodadamente
para ganarnos. ¡Cuánto amor
nos dejamos en la batalla!
Los caballos de mi pasión
piafan inquietos en la sangre,
pero tu ejército es peor.
Se oye levísima la voz
del viento. Suena entre los árboles
quizá como nunca sonó.
La noche nace como un río
de las manos mismas de Dios.
Yo miro desde mi ventana.
Yo no rezo ni lloro. Yo
no pregunto ni espero. Miro.
Te sé mirándome, Señor.
Desorbitadamente quieta
está la noche entre los dos.
¿Qué mandato el de tu palabra?
qué música la de tu voz?
No hay nadie. No, Señor; no hay nadie.
Solo con mi silencio estoy.
Solo contigo. Me das miedo.
¿Y a Ti no te doy miedo yo?
La noche es una espada fría
que amenaza con su fulgor.
Luchamos denodadamente
para ganarnos. ¡Cuánto amor
nos dejamos en la batalla!
Los caballos de mi pasión
piafan inquietos en la sangre,
pero tu ejército es peor.
José GarcÃa Nieto
Los amigos verdaderos son como las raices de los arboles y los falsos son como el hielo, ya que las raices son quienes sostienen y el hielo se derrite y desaparece. No todo el que te mete en problemas es siempre tu enemigo ni todo el que te saca de ellos es siempre tu amigo.
Alessandro Mazariegos
La Poesía Es Un Atentado Celeste
Yo estoy ausente pero en el fondo de esta ausencia
Hay la espera de mí mismo
Y esta espera es otro modo de presencia
La espera de mi retorno
Yo estoy en otros objetos
Ando en viaje dando un poco de mi vida
A ciertos árboles y a ciertas piedras
Que han esperado muchos años
Se cansaron de esperarme y se sentaron
Yo no estoy y estoy
Estoy ausente y estoy presente en estado de espera
Ellos querrían mi lenguaje para expresarse
Y yo querría el de ellos para expresarlos
He aquí el equívoco el atroz equívoco
Angustioso lamentable
Me voy adentrando en estas plantas
Voy dejando mis ropas
Se me van cayendo las carnes
Y mi esqueleto se va revistiendo de cortezas
Me estoy haciendo árbol
Cuántas veces me he ido convirtiendo en otras cosas...
Es doloroso y lleno de ternura
Podría dar un grito pero se espantaría la transubstanciación
Hay que guardar silencio Esperar en silencio
Yo estoy ausente pero en el fondo de esta ausencia
Hay la espera de mí mismo
Y esta espera es otro modo de presencia
La espera de mi retorno
Yo estoy en otros objetos
Ando en viaje dando un poco de mi vida
A ciertos árboles y a ciertas piedras
Que han esperado muchos años
Se cansaron de esperarme y se sentaron
Yo no estoy y estoy
Estoy ausente y estoy presente en estado de espera
Ellos querrían mi lenguaje para expresarse
Y yo querría el de ellos para expresarlos
He aquí el equívoco el atroz equívoco
Angustioso lamentable
Me voy adentrando en estas plantas
Voy dejando mis ropas
Se me van cayendo las carnes
Y mi esqueleto se va revistiendo de cortezas
Me estoy haciendo árbol
Cuántas veces me he ido convirtiendo en otras cosas...
Es doloroso y lleno de ternura
Podría dar un grito pero se espantaría la transubstanciación
Hay que guardar silencio Esperar en silencio
Vicente Huidobro
Insinuación
Oh, ven, ven, ¿a qué esperas?
Los árboles te llaman
agitando sus miembros infinitos.
La tierra abre sedienta
la boca, y modifica
la incómoda postura de sus muslos.
Sus párpados entoldan los tejados.
Alborotan los niños de la escuela.
Se hace más tersa y suave
la mejilla frutal de las mujeres.
Y acarician mi frente anubarrada,
barriéndola de duros pensamientos
los plumeros de seda de la brisa.
Oh, ven pronto
a adormecer -silencio- nuestros sueños,
contándoles tu historia sin sentido,
tan casta y voluptuosa,
toda de besos mudos
y calladas sorpresas.
Oh, ven, ven, ¿a qué esperas?
Los árboles te llaman
agitando sus miembros infinitos.
La tierra abre sedienta
la boca, y modifica
la incómoda postura de sus muslos.
Sus párpados entoldan los tejados.
Alborotan los niños de la escuela.
Se hace más tersa y suave
la mejilla frutal de las mujeres.
Y acarician mi frente anubarrada,
barriéndola de duros pensamientos
los plumeros de seda de la brisa.
Oh, ven pronto
a adormecer -silencio- nuestros sueños,
contándoles tu historia sin sentido,
tan casta y voluptuosa,
toda de besos mudos
y calladas sorpresas.
Gerardo Diego
Estoy Aquí Sentada...
Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras
como con una cesta de fruta verde, intactas.
Los fragmentos
de mil dioses antiguos derribados
se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo
recomponer su estatua.
De las bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó del mar
ni el eco de la más pequeña ola.
Y no miro los templos sumergidos;
sólo miro los árboles que encima de las ruinas
mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos
el viento cuando pasa.
Y los signos se cierran bajo mis ojos como
la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.
Pero yo sé: detrás
de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,
y alrededor de mí muchas respiraciones
cruzan furtivamente
como los animales nocturnos en la selva.
Yo sé, en algún lugar,
lo mismo
que en el desierto cactus,
un constelado corazón de espinas
está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.
Pero yo no conozco más que ciertas palabras
en el idioma o lápida
bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.
Estoy aquí, sentada, con todas mis palabras
como con una cesta de fruta verde, intactas.
Los fragmentos
de mil dioses antiguos derribados
se buscan por mi sangre, se aprisionan, queriendo
recomponer su estatua.
De las bocas destruidas
quiere subir hasta mi boca un canto,
un olor de resinas quemadas, algún gesto
de misteriosa roca trabajada.
Pero soy el olvido, la traición,
el caracol que no guardó del mar
ni el eco de la más pequeña ola.
Y no miro los templos sumergidos;
sólo miro los árboles que encima de las ruinas
mueven su vasta sombra, muerden con dientes ácidos
el viento cuando pasa.
Y los signos se cierran bajo mis ojos como
la flor bajo los dedos torpísimos de un ciego.
Pero yo sé: detrás
de mi cuerpo otro cuerpo se agazapa,
y alrededor de mí muchas respiraciones
cruzan furtivamente
como los animales nocturnos en la selva.
Yo sé, en algún lugar,
lo mismo
que en el desierto cactus,
un constelado corazón de espinas
está aguardando un hombre como el cactus la lluvia.
Pero yo no conozco más que ciertas palabras
en el idioma o lápida
bajo el que sepultaron vivo a mi antepasado.
Rosario Castellanos
Y yo respiro, y ando, y caigo, y giro y vuelvo a ver los árboles sedientos y los pájaros disparados en la embriaguez de la música del viento y estoy inmóvil y absorto y maravillado de un día más en el pecho ardiendo.
César Brañas
¿por Qué Voy A Llorarme?
¿Por qué voy a Llorarme? Los árboles no lloran
cuando el hacha furiosa les hiere la madera.
Yo solo he preguntado si tu mano sombría
con nuestros troncos lívidos enciende sus hogueras.
Lloro a los que han caído porque son de mi bosque,
pero yo sigo erguido cantando en las tinieblas.
Pisando las cenizas heladas de su ruina,
avanzo hacia ese fuego soñado en que me esperas.
Soy joven como el mundo, mas lloro desde siempre,
aunque todas mis hojas huelen a primavera.
Pero a mí no me lloro, porque tengo mi vida
y su efímera carne por Ti también se quema.
¿Por qué voy a Llorarme? Los árboles no lloran
cuando el hacha furiosa les hiere la madera.
Yo solo he preguntado si tu mano sombría
con nuestros troncos lívidos enciende sus hogueras.
Lloro a los que han caído porque son de mi bosque,
pero yo sigo erguido cantando en las tinieblas.
Pisando las cenizas heladas de su ruina,
avanzo hacia ese fuego soñado en que me esperas.
Soy joven como el mundo, mas lloro desde siempre,
aunque todas mis hojas huelen a primavera.
Pero a mí no me lloro, porque tengo mi vida
y su efímera carne por Ti también se quema.
José Luis Hidalgo
Si algo me gusta, es vivir. Ver mi cuerpo en la calle, hablar contigo como un camarada, mirar escaparates y, sobre todo, sonreír de lejosa los árboles.
Blas De Otero
Dame la ternura desde el sueño, dame ese cucurucho de sorbete que tenés en la sonrisa, dame esa lenta caricia de tu mano. Yo te daré pájaros que cantaran tu nombre desde lo más alto de los arboles.
Gioconda Belli
Qué bello nombre es tu nombre, Uruguay. Nombre para la fruta jugosa de la Patria. Alto nombre apretado de fuerza y de pureza como la luz y el aire que posa entre los árboles.¡Qué bello nombre es tu nombre, Uruguay!.
Atahualpa Yupanqui
En el mundo hay bondad y maldad. Justicia e injusticia. Árboles y tortugas. Hay muchas cosas.
Ernesto Esteban Echenique
La poesía para mi es una ventana, cada vez que me acerco a ella se abre por su cuenta. Yo me siento allí. Miro. Canto. Grito. Lloro. Me cuelgo a la imagen de los árboles, y sé que en la otra parte de la ventana hay un espacio y alguien se está escuchando. Alguien que podrá haber dentro de 200 años o habrá existido hace 300 años. No importa. La ventana es un instrumento para relacionarse con la existencia, con la existencia en su extendido significado.
Forugh Farrojzad
Todo cambia y nada permanece. Y no habría belleza, ni danza, ni movimiento si las estaciones no alborotaran los colores y el follaje de los arboles no se desprendiera amarillo en el atardecer.
Gioconda Belli
Recuerdo de Una Tarde de Verano
Aquel temblor del muslo
y el diminuto encaje
rozado por la yema de los dedos,
son el mejor recuerdo de unos días
conocidos sin prisa, sin hacerse notar,
igual que amigos tímidos.
Fue la tarde anterior a la tormenta,
con truenos en el cielo.
Tú apareciste en el jardín, secreta,
vestida de otro tiempo,
con una extravagante manera de quererme,
jugando a ser el viento de un armario,
la luz en seda negra
y medias de cristal,
tan abrazadas
a tus muslos con fuerza,
con esa oscura fuerza que tuvieron
sus dueños en la vida.
Bajo el color confuso de las flores salvajes,
inesperadamente me ofrecías
tu memoria de labios entreabiertos,
unas ropas difíciles, y el rayo
apenas vislumbrado de la carne,
como fuego lunático,
como llama de almendro donde puse
la mano sin dudarlo.
Por el jardín, el ruido de los últimos pájaros,
de las primeras gotas en los árboles.
Aquel temblor del muslo
y el diminuto encaje, de vello traspasado,
su resistencia elástica
vencida con el paso de los años,
vuelven a ser verdad, oleaje en el tacto,
arena humedecida entre las manos,
cuando otra vez, aquí, de pensamiento,
me abandono en la dura solución de tus ingles
y dejo de escribir
para llamarte.
Aquel temblor del muslo
y el diminuto encaje
rozado por la yema de los dedos,
son el mejor recuerdo de unos días
conocidos sin prisa, sin hacerse notar,
igual que amigos tímidos.
Fue la tarde anterior a la tormenta,
con truenos en el cielo.
Tú apareciste en el jardín, secreta,
vestida de otro tiempo,
con una extravagante manera de quererme,
jugando a ser el viento de un armario,
la luz en seda negra
y medias de cristal,
tan abrazadas
a tus muslos con fuerza,
con esa oscura fuerza que tuvieron
sus dueños en la vida.
Bajo el color confuso de las flores salvajes,
inesperadamente me ofrecías
tu memoria de labios entreabiertos,
unas ropas difíciles, y el rayo
apenas vislumbrado de la carne,
como fuego lunático,
como llama de almendro donde puse
la mano sin dudarlo.
Por el jardín, el ruido de los últimos pájaros,
de las primeras gotas en los árboles.
Aquel temblor del muslo
y el diminuto encaje, de vello traspasado,
su resistencia elástica
vencida con el paso de los años,
vuelven a ser verdad, oleaje en el tacto,
arena humedecida entre las manos,
cuando otra vez, aquí, de pensamiento,
me abandono en la dura solución de tus ingles
y dejo de escribir
para llamarte.
Luis GarcÃa Montero
El Canto de Los Mares Solos
Somos la remembranza de la tierra vencida.
Necesitaba Dios nuestro vaivén profundo
que era ritmo en sus venas y en su carne florida
la invencible y eterna melodía del mundo.
Nuestro vigor es fuerza de estrellas y raíces.
Los árboles nos dieron sus moribundos bríos.
Soñamos en las claras y enormes cicatrices
que abrían las soberbias quillas de los navíos.
Como un collar perdido de piedras fabulosas
las estrellas nos hieren en nuestro sueño esquivo.
Somos la sangre turbia de las difuntas cosas;
el grito gutural del hombre primitivo.
En nuestra rebelión de temblores y nervios
el eco de la tierra que se murió podrida.
¡Oh, mástiles sonoros; oh, navíos soberbios
llevados por los vientos primeros de la vida!
¡Qué nuevos argonautas verán el vellocino!
En un dolor horrendo tiemblan nuestros ciclones
queriendo revivir el difunto destino
que fue sangriento y hosco como un tropel de leones.
Sabemos dónde estaban las estrellas, sus rastros
quedaron en nosotros. Con dulzura de abuelo
iremos sobre el agua colocando los astros
que desprendió Jesús con su mano del cielo.
Seremos un vigor enorme y tenebroso.
En nuestras olas vibran inmortales tormentas,
la voz del Cristo rueda semejando un sollozo
lanzado de la cruz hacia los Cuatro vientos.
Somos la remembranza de la tierra vencida.
Necesitaba Dios nuestro vaivén profundo
que era ritmo en sus venas y en su carne florida
la invencible y eterna melodía del mundo.
Nuestro vigor es fuerza de estrellas y raíces.
Los árboles nos dieron sus moribundos bríos.
Soñamos en las claras y enormes cicatrices
que abrían las soberbias quillas de los navíos.
Como un collar perdido de piedras fabulosas
las estrellas nos hieren en nuestro sueño esquivo.
Somos la sangre turbia de las difuntas cosas;
el grito gutural del hombre primitivo.
En nuestra rebelión de temblores y nervios
el eco de la tierra que se murió podrida.
¡Oh, mástiles sonoros; oh, navíos soberbios
llevados por los vientos primeros de la vida!
¡Qué nuevos argonautas verán el vellocino!
En un dolor horrendo tiemblan nuestros ciclones
queriendo revivir el difunto destino
que fue sangriento y hosco como un tropel de leones.
Sabemos dónde estaban las estrellas, sus rastros
quedaron en nosotros. Con dulzura de abuelo
iremos sobre el agua colocando los astros
que desprendió Jesús con su mano del cielo.
Seremos un vigor enorme y tenebroso.
En nuestras olas vibran inmortales tormentas,
la voz del Cristo rueda semejando un sollozo
lanzado de la cruz hacia los Cuatro vientos.
Ãngel Cruchaga
Meditación Al Atardecer
Esta calle que baja dura una eternidad
Aquí se cuecen vivos los grandes pensamientos
Ha llegado la hora del descanso en que no se descansa
Cuando los perros creen en santas y en fantasmas
En este punto mi madre y mi hermana preguntaron sin voz
¿Y qué sabes tú de todo eso?
Me han enterrado dos veces este otoño mamá
En esto el huracán me separo las alas con violencia
y el ataúd se rompió.
¿Qué hace mi hermana en el bosque?
Su fantasma salió de mis propias cenizas
Mi espada quiere beber de su sangre
y centellea con ardiente deseo
Mi madre es un viento que seca los árboles frutales
Y qué sabes tú de todo eso preguntaron sin voz
Los niños y las amapolas son inocentes
hasta en su maldad recitaron en coro
Ahora oigo sonar sus viejas caras
Las de mi madre y las de mi hermana
La tierra tiene piel y esa piel padece enfermedades
replicaron llorando
Es cierto hijo que eres una noche de oscuras risas
¿De dónde sacas lo que vomitas?
Sal de tus profundidades oye
Ahora el sol me derrite y los perros me lamen la piel
Eres un charco de muerte en las pesadillas
de los condenados al sueño me gritaron las brujas
Soy un charco de sueño en las pesadillas
de los condenados a muerte queridas
En este punto volvieron a decirme sin voz
¿Y qué sabes tú de todo eso?
Váyanse al mismo diablo les dije
Esta calle que baja
no acaba nunca de bajar
Esta calle que baja dura una eternidad
Aquí se cuecen vivos los grandes pensamientos
Ha llegado la hora del descanso en que no se descansa
Cuando los perros creen en santas y en fantasmas
En este punto mi madre y mi hermana preguntaron sin voz
¿Y qué sabes tú de todo eso?
Me han enterrado dos veces este otoño mamá
En esto el huracán me separo las alas con violencia
y el ataúd se rompió.
¿Qué hace mi hermana en el bosque?
Su fantasma salió de mis propias cenizas
Mi espada quiere beber de su sangre
y centellea con ardiente deseo
Mi madre es un viento que seca los árboles frutales
Y qué sabes tú de todo eso preguntaron sin voz
Los niños y las amapolas son inocentes
hasta en su maldad recitaron en coro
Ahora oigo sonar sus viejas caras
Las de mi madre y las de mi hermana
La tierra tiene piel y esa piel padece enfermedades
replicaron llorando
Es cierto hijo que eres una noche de oscuras risas
¿De dónde sacas lo que vomitas?
Sal de tus profundidades oye
Ahora el sol me derrite y los perros me lamen la piel
Eres un charco de muerte en las pesadillas
de los condenados al sueño me gritaron las brujas
Soy un charco de sueño en las pesadillas
de los condenados a muerte queridas
En este punto volvieron a decirme sin voz
¿Y qué sabes tú de todo eso?
Váyanse al mismo diablo les dije
Esta calle que baja
no acaba nunca de bajar
Oscar Hahn
Los Nombres de Las Cosas
Si decimos madera, se oye el viento
poniendo entre los árboles su música,
como cuando al nombrar el pan nos llega
un vaho caliente de la mies madura
y al decir vino es un otoño claro
lo que nos toca con su mansa lluvia.
En el ala del nombre cada cosa
trae el olor de una sustancia pura,
la lejana verdad de su materia,
los cálidos cimientos que la fundan.
Si decimos madera suena el golpe
del leñador entre las altas plumas
vegetales, la sombra campesina
si pan decimos fugitiva cruza
y la mano artesana que levanta
la nívea luz de la amasada espuma,
y el rumor jornalero en los lagares
si vino dice nuestra voz, se escucha.
En la arcilla del nombre cada cosa
como en pequeños ríos acumula
el humano sudor, el noble esfuerzo
para su claridad primera y última.
Hasta nosotros vienen nombres, cosas:
madera, vino, pan, metales, frutas...
Satélites diarios nos rodean,
sus solícitas sombras nos ayudan.
Tienes que pronunciar los nombres
de las cosas sintiendo su profunda
realidad de materia y su invisible
condensación de vida.
Tal la pulpa de una almendra,
en la cáscara del nombre trozos de vida,
vidas diminutas, duermen y se despiertan
en tus labios, hijo,
cuando tus labios las pronuncian.
Si decimos madera, se oye el viento
poniendo entre los árboles su música,
como cuando al nombrar el pan nos llega
un vaho caliente de la mies madura
y al decir vino es un otoño claro
lo que nos toca con su mansa lluvia.
En el ala del nombre cada cosa
trae el olor de una sustancia pura,
la lejana verdad de su materia,
los cálidos cimientos que la fundan.
Si decimos madera suena el golpe
del leñador entre las altas plumas
vegetales, la sombra campesina
si pan decimos fugitiva cruza
y la mano artesana que levanta
la nívea luz de la amasada espuma,
y el rumor jornalero en los lagares
si vino dice nuestra voz, se escucha.
En la arcilla del nombre cada cosa
como en pequeños ríos acumula
el humano sudor, el noble esfuerzo
para su claridad primera y última.
Hasta nosotros vienen nombres, cosas:
madera, vino, pan, metales, frutas...
Satélites diarios nos rodean,
sus solícitas sombras nos ayudan.
Tienes que pronunciar los nombres
de las cosas sintiendo su profunda
realidad de materia y su invisible
condensación de vida.
Tal la pulpa de una almendra,
en la cáscara del nombre trozos de vida,
vidas diminutas, duermen y se despiertan
en tus labios, hijo,
cuando tus labios las pronuncian.
Leopoldo de Luis
Clima
Este verde poema, hoja por hoja,
lo mece un viento fértil, suroeste;
este poema es un país que sueña,
nube de luz y brisa de hojas verdes.
Tumbos del agua, piedras, nubes, hojas
y un soplo ágil en todo, son el canto.
Palmas había, palmas y las brisas
y una luz como espadas por el ámbito.
El viento fiel que mece mi poema,
el viento fiel que la canción impele,
hojas meció, nubes meció, contento
de mecer nubes blancas y hojas verdes.
Yo soy la voz que al viento dio canciones
puras en el oeste de mis nubes;
mi corazón en toda palma, roto
dátil, unió los horizontes múltiples.
Y en mi país apacentando nubes,
puse en el sur mi corazón, y al norte,
cual dos aves rapaces, persiguieron
mis ojos, el rebaño de horizontes.
La vida es bella, dura mano, dedos
tímidos al formar el frágil vaso
de tu canción, lo colmes de tu gozo
o de escondidas mieles de tu llanto.
Este verde poema, hoja por hoja
lo mece un viento fértil, un esbelto
viento que amó del sur hierbas y cielos,
este poema es el país del viento.
Bajo un cielo de espadas, tierra oscura,
árboles verdes, verde algarabía
de las hojas menudas y el moroso
viento mueve las hojas y los días.
Dance el viento y las verdes lontananzas
me llamen con recónditos rumores:
dócil mujer, de miel henchido el seno,
amó bajo las palmas mis canciones.
Este verde poema, hoja por hoja,
lo mece un viento fértil, suroeste;
este poema es un país que sueña,
nube de luz y brisa de hojas verdes.
Tumbos del agua, piedras, nubes, hojas
y un soplo ágil en todo, son el canto.
Palmas había, palmas y las brisas
y una luz como espadas por el ámbito.
El viento fiel que mece mi poema,
el viento fiel que la canción impele,
hojas meció, nubes meció, contento
de mecer nubes blancas y hojas verdes.
Yo soy la voz que al viento dio canciones
puras en el oeste de mis nubes;
mi corazón en toda palma, roto
dátil, unió los horizontes múltiples.
Y en mi país apacentando nubes,
puse en el sur mi corazón, y al norte,
cual dos aves rapaces, persiguieron
mis ojos, el rebaño de horizontes.
La vida es bella, dura mano, dedos
tímidos al formar el frágil vaso
de tu canción, lo colmes de tu gozo
o de escondidas mieles de tu llanto.
Este verde poema, hoja por hoja
lo mece un viento fértil, un esbelto
viento que amó del sur hierbas y cielos,
este poema es el país del viento.
Bajo un cielo de espadas, tierra oscura,
árboles verdes, verde algarabía
de las hojas menudas y el moroso
viento mueve las hojas y los días.
Dance el viento y las verdes lontananzas
me llamen con recónditos rumores:
dócil mujer, de miel henchido el seno,
amó bajo las palmas mis canciones.
Aurelio Arturo
Angustia Segunda
Tus venas, la raíz de nuestros árboles
La raíz de mi árbol, retorcida;
la raíz de mi árbol, de tu árbol,
de todos nuestros árboles,
bebiendo sangre, húmeda de sangre,
la raíz de mi árbol, de tu árbol.
Yo la siento,
la raíz de mi árbol, de tu árbol,
de todos nuestros árboles,
la siento
clavada en lo más hondo de mi tierra,
clavada allí, clavada,
arrastrándome y alzándome y hablándome,
gritándome.
La raíz de tu árbol, de mi árbol.
En mi tierra, clavada,
con clavos ya de hierro,
de pólvora, de piedra,
y floreciendo en lenguas ardorosas,
y alimentando ramas donde colgar los pájaros cansados,
y elevando sus venas, nuestras venas,
tus venas, la raíz de nuestros árboles.
Tus venas, la raíz de nuestros árboles
La raíz de mi árbol, retorcida;
la raíz de mi árbol, de tu árbol,
de todos nuestros árboles,
bebiendo sangre, húmeda de sangre,
la raíz de mi árbol, de tu árbol.
Yo la siento,
la raíz de mi árbol, de tu árbol,
de todos nuestros árboles,
la siento
clavada en lo más hondo de mi tierra,
clavada allí, clavada,
arrastrándome y alzándome y hablándome,
gritándome.
La raíz de tu árbol, de mi árbol.
En mi tierra, clavada,
con clavos ya de hierro,
de pólvora, de piedra,
y floreciendo en lenguas ardorosas,
y alimentando ramas donde colgar los pájaros cansados,
y elevando sus venas, nuestras venas,
tus venas, la raíz de nuestros árboles.
Nicolás Guillén
Porque Me Traían Tu Sueño
Porque me traían tu sueño
yo amé los cielos de la tarde
y los árboles solos.
Y amé los mares en el alba
y las barcas abandonadas,
porque en ellas iba encontrando
¡tu recuerdo!
Ya sin los cielos de la tarde
ni los mares del alba
¡te tengo!
Libre de las imágenes
¡te tengo!
Porque ahora te amo
en esta soledad mía
sin recuerdos.
Porque me traían tu sueño
yo amé los cielos de la tarde
y los árboles solos.
Y amé los mares en el alba
y las barcas abandonadas,
porque en ellas iba encontrando
¡tu recuerdo!
Ya sin los cielos de la tarde
ni los mares del alba
¡te tengo!
Libre de las imágenes
¡te tengo!
Porque ahora te amo
en esta soledad mía
sin recuerdos.
Esther de Cáceres
Noche
Sobre la nieve se oye resbalar la noche.
La canción caía de los árboles,
y tras la niebla daban voces.
De una mirada encendí mi cigarro.
Cada vez que abro los labios
inundo de nubes el vacío.
En el puerto,
los mástiles están llenos de nidos,
y el viento
gime entre las alas de los pájaros.
Sobre la nieve se oye resbalar la noche.
La canción caía de los árboles,
y tras la niebla daban voces.
De una mirada encendí mi cigarro.
Cada vez que abro los labios
inundo de nubes el vacío.
En el puerto,
los mástiles están llenos de nidos,
y el viento
gime entre las alas de los pájaros.
Vicente Huidobro
Mirador Umbrío
Desde la torre observas cómo cae la tarde,
las últimas montañas perdidas con la niebla,
los árboles que ascienden levemente, el abismo,
el fulgor de los astros que brillan por tus ojos.
Cerca quedan las playas del Sur, amplias
y lentas, vacías a esta hora en que el mar
se desvanece en fuegos. Vive el mar en la brisa,
su mágico vaivén como tus pasos, firmes,
en este oscuro mirador, alto, insomne,
distante como el humo de la ciudad en calma.
Y es el tiempo que inventa su eterno desvarío,
tu sombra, ya fundida con las sombras del mundo.
Desde la torre observas cómo cae la tarde,
las últimas montañas perdidas con la niebla,
los árboles que ascienden levemente, el abismo,
el fulgor de los astros que brillan por tus ojos.
Cerca quedan las playas del Sur, amplias
y lentas, vacías a esta hora en que el mar
se desvanece en fuegos. Vive el mar en la brisa,
su mágico vaivén como tus pasos, firmes,
en este oscuro mirador, alto, insomne,
distante como el humo de la ciudad en calma.
Y es el tiempo que inventa su eterno desvarío,
tu sombra, ya fundida con las sombras del mundo.
José Lupiáñez
Los árboles tienen una vida secreta que solo les es dado conocer a los que se trepan a ellos.
Reinaldo Arenas
La Tierra Que Era Mía
Únicamente por reunirse con Sofía Kühn,
amante de trece años, Novalis creyó en el otro mundo;
mas yo creo en soles, nieves, árboles,
en la mariposa blanca sobre una rosa roja,
en la hierba que ondula y en el día que muere,
porque solo aquí como un don fugaz puedo abrazarte,
al fin como un dios crearme en tus pupilas,
porque te pierdo, con la tierra que era mía.
Únicamente por reunirse con Sofía Kühn,
amante de trece años, Novalis creyó en el otro mundo;
mas yo creo en soles, nieves, árboles,
en la mariposa blanca sobre una rosa roja,
en la hierba que ondula y en el día que muere,
porque solo aquí como un don fugaz puedo abrazarte,
al fin como un dios crearme en tus pupilas,
porque te pierdo, con la tierra que era mía.
Jorge Gaitán Durán
Salmo Pluvial
Tormenta:
Érase una caverna de agua sombría el cielo;
El trueno, a la distancia, rodaba su peñón;
Y una remota brisa de conturbado vuelo,
Se acidulaba en tenue frescura de limón.
Como caliente polen exhaló el campo seco
Un relente de trébol lo que empezó a llover.
Bajo la lenta sombra, colgada en denso fleco,
Se vio el cardal con vívidos azules florecer.
Una fulmínea verga rompió el aire al soslayo;
Sobre la tierra atónita cruzó un pavor mortal,
y el firmamento entero se derrumbó en un rayo,
Como un inmenso techo de hierro y de cristal.
Lluvia:
Y un mimbreral vibrante fue el chubasco resuelto
Que plantaba sus líquidas varillas al trasluz,
O en pajonales de agua se espesaba revuelto,
Descerrajando al paso su pródigo arcabuz.
Saltó la alegre lluvia por taludes y cauces;
Descolgó del tejado sonoro caracol;
y luego, allá a lo lejos, se desnudó en los sauces.
Transparente y dorada bajo un rayo de sol.
Calma:
Delicias de los árboles que abrevó el aguacero.
Delicia de los gárrulos raudales en desliz.
Cristalina delicia del trino del jilguero.
Delicia serenísima de la tarde feliz.
Plenitud:
El cerro azul estaba fragante de romero,
y en los profundos campos silbaba la perdiz.
Tormenta:
Érase una caverna de agua sombría el cielo;
El trueno, a la distancia, rodaba su peñón;
Y una remota brisa de conturbado vuelo,
Se acidulaba en tenue frescura de limón.
Como caliente polen exhaló el campo seco
Un relente de trébol lo que empezó a llover.
Bajo la lenta sombra, colgada en denso fleco,
Se vio el cardal con vívidos azules florecer.
Una fulmínea verga rompió el aire al soslayo;
Sobre la tierra atónita cruzó un pavor mortal,
y el firmamento entero se derrumbó en un rayo,
Como un inmenso techo de hierro y de cristal.
Lluvia:
Y un mimbreral vibrante fue el chubasco resuelto
Que plantaba sus líquidas varillas al trasluz,
O en pajonales de agua se espesaba revuelto,
Descerrajando al paso su pródigo arcabuz.
Saltó la alegre lluvia por taludes y cauces;
Descolgó del tejado sonoro caracol;
y luego, allá a lo lejos, se desnudó en los sauces.
Transparente y dorada bajo un rayo de sol.
Calma:
Delicias de los árboles que abrevó el aguacero.
Delicia de los gárrulos raudales en desliz.
Cristalina delicia del trino del jilguero.
Delicia serenísima de la tarde feliz.
Plenitud:
El cerro azul estaba fragante de romero,
y en los profundos campos silbaba la perdiz.
Leopoldo Lugones
Pasión Sin Límites
Vuela mi corazón
unido con los pájaros
y deja entre los árboles
un invisible rastro
de alegría y de sangre.
Las gotas de rocío
se helaron en las manos
abiertas y floridas
de los enamorados
perdidos en la brisa.
Vuela mi corazón,
mi corazón atado
con cadenas de estrellas
a la sombra de un árbol
atado con cadenas
y con cantos de pájaros.
Vuela mi corazón
unido con los pájaros
y deja entre los árboles
un invisible rastro
de alegría y de sangre.
Las gotas de rocío
se helaron en las manos
abiertas y floridas
de los enamorados
perdidos en la brisa.
Vuela mi corazón,
mi corazón atado
con cadenas de estrellas
a la sombra de un árbol
atado con cadenas
y con cantos de pájaros.
José MarÃa Hinojosa