Argumento desde la intimidacion ( 3 )
Argumento desde la intimidacion. Encuentra docenas de argumento desde la intimidacion con fotos para copiar y compartir.
Un filósofo es alguien que constantemente vive, ve, oye, sospecha, espera, sueña cosas extraordinarias; alguien al que sus propios pensamientos lo golpean como desde fuera, como desde arriba y desde abajo, constituyendo su especie peculiar de acontecimientos y rayos; acaso él mismo sea una tempestad que camina grávida de nuevos rayos; un hombre fatal, rodeado siempre de truenos y gruñidos y aullidos y acontecimientos inquietantes. Un filósofo: ay, un ser que con frecuencia huye de sí mismo, que con frecuencia tiene miedo de sí -pero que es demasiado curioso para no "volver a sí" una y otra vez.
Friedrich Nietzsche
Medios de Comunicación
No es preciso que sea mensajera
la paloma sencilla en tu ventana
te informa que el dolor
empieza a columpiarse en el olvido
y llego desde mí para decirte
que están el río el girasol la estrella
rodando sin apuro
el futuro se acerca a conocerte
ya lo sabes sin tropos ni bengalas
la traducción mejor es boca a boca
en el beso bilingüe
van circulando dulces noticias.
No es preciso que sea mensajera
la paloma sencilla en tu ventana
te informa que el dolor
empieza a columpiarse en el olvido
y llego desde mí para decirte
que están el río el girasol la estrella
rodando sin apuro
el futuro se acerca a conocerte
ya lo sabes sin tropos ni bengalas
la traducción mejor es boca a boca
en el beso bilingüe
van circulando dulces noticias.
Mario Benedetti
Los hombres están hechos de tal modo que quieren desde luego cometer el mal pero no quieren que se lo prediquen.
Voltaire
Tengo Marcado Un Nombre
Tengo marcado un nombre
no sé por quién, ni donde. Tengo un número
como deben tenerlo las plantas y los pájaros.
Me llaman y respondo.
Me vuelven a llamar desde una cima,
debajo de una roca, en un bosque desierto.
Me vuelvan a llamar desde una iglesia,
desde una sobremesa familiar, desde un amigo.
Me vuelven a llamar desde una tumba.
Sé que pude ser ciervo,
o pude ser encina, o no pasar de tierra.
Para decir: ya voy, tengo una voz concreta
que no me sé escuchar porque no es mía.
Parte de mí y se esconde,
aunque presiento que después de todo
he de volver a verla.
Es fácil responder,
A veces solo basta mirar o ser mirado
o sentirse sabido de memoria.
Puede ser suficiente
abrir los ojos, extender los brazos
y decir: aquí estoy.
Contestar es vivir. Basta gritar: ¡alerta!
La muerte debe ser
la primera llamada incontestable.
Tengo marcado un nombre
no sé por quién, ni donde. Tengo un número
como deben tenerlo las plantas y los pájaros.
Me llaman y respondo.
Me vuelven a llamar desde una cima,
debajo de una roca, en un bosque desierto.
Me vuelvan a llamar desde una iglesia,
desde una sobremesa familiar, desde un amigo.
Me vuelven a llamar desde una tumba.
Sé que pude ser ciervo,
o pude ser encina, o no pasar de tierra.
Para decir: ya voy, tengo una voz concreta
que no me sé escuchar porque no es mía.
Parte de mí y se esconde,
aunque presiento que después de todo
he de volver a verla.
Es fácil responder,
A veces solo basta mirar o ser mirado
o sentirse sabido de memoria.
Puede ser suficiente
abrir los ojos, extender los brazos
y decir: aquí estoy.
Contestar es vivir. Basta gritar: ¡alerta!
La muerte debe ser
la primera llamada incontestable.
Rafael Guillén
La Muerta de Marfil
Contemplé, en la mañana,
la tumba de una niña;
en el sauce lloroso gemía tramontana,
desolando la amena, brilladora campiña.
Desde el túmulo frío, de verdes oquedades,
volaba el pensamiento
hacia la núbil áurea, bella de otras edades,
ceñida de contento.
Al ver oscuras flores,
libélulas moradas, junto a la losa abierta,
pensé en el jardín claro, en el jardín de amores,
de la beldad despierta.
Como sombría nube, al ver la tumba rara,
de un fluvión mortecino en la arena y el hielo,
pensé en la rubia aurora de juventud que amara
la niña, flor de cielo.
Por el lloroso sauce, lilial música de ella,
modula el aura sola en el panteón de olvido.
Murió canora y bella;
y están sus restos blancos como el marfil pulido.
Contemplé, en la mañana,
la tumba de una niña;
en el sauce lloroso gemía tramontana,
desolando la amena, brilladora campiña.
Desde el túmulo frío, de verdes oquedades,
volaba el pensamiento
hacia la núbil áurea, bella de otras edades,
ceñida de contento.
Al ver oscuras flores,
libélulas moradas, junto a la losa abierta,
pensé en el jardín claro, en el jardín de amores,
de la beldad despierta.
Como sombría nube, al ver la tumba rara,
de un fluvión mortecino en la arena y el hielo,
pensé en la rubia aurora de juventud que amara
la niña, flor de cielo.
Por el lloroso sauce, lilial música de ella,
modula el aura sola en el panteón de olvido.
Murió canora y bella;
y están sus restos blancos como el marfil pulido.
José MarÃa Eguren
Diálogo Con Un Retrato
Surges amarga, pensativa,
profunda tal un mar amurallado;
reposas como imagen hecha hielo
en el cristal que te aprisiona
y te adivino en duelo,
sostenida bajo un mortal cansancio
o bajo un sueño en sombra, congelada.
En vano te defiendes
cuando tus ojos alzas y me miras
a través de un desierto de ceniza,
porque de ti nada existe que delate
si por tu cuerpo corre luz
o un efluvio de rosas,
sino temor y sombra, la caída
de una ola transformada
en un simple rocío sobre el cuerpo.
Y es verdad: a pesar de ti desciendes
y no existe recuerdo que al mundo te devuelva,
ni quien escuche el lánguido sonar de tus latidos.
Eres como una imagen sin espejo
flotando prisionera de ti misma,
crecida en las tinieblas de una interminable noche,
y te deslíes en suspiros, en humedad y lágrimas
y en un soñar ternuras y silencio.
Solo mi corazón te precipita
como el viento a la flor o la mirada,
reduciéndote a voz aún no erigida,
disuelta entre la lengua y el deseo.
De allí has de brotar hecha ceniza,
hecha amargura y pensamiento,
creada nuevamente de tus ruinas,
de tu temor y espanto.
Y desde allí dirás que amor te crea,
que crece con terror de ejércitos luchando,
como un espejo donde el tiempo muere
convertido en estatua y en vacío.
Porque ¿quién eres tú sino la imagen
de todo lo que nutre mi silencio,
y mi temor de ser solo una imagen?
Surges amarga, pensativa,
profunda tal un mar amurallado;
reposas como imagen hecha hielo
en el cristal que te aprisiona
y te adivino en duelo,
sostenida bajo un mortal cansancio
o bajo un sueño en sombra, congelada.
En vano te defiendes
cuando tus ojos alzas y me miras
a través de un desierto de ceniza,
porque de ti nada existe que delate
si por tu cuerpo corre luz
o un efluvio de rosas,
sino temor y sombra, la caída
de una ola transformada
en un simple rocío sobre el cuerpo.
Y es verdad: a pesar de ti desciendes
y no existe recuerdo que al mundo te devuelva,
ni quien escuche el lánguido sonar de tus latidos.
Eres como una imagen sin espejo
flotando prisionera de ti misma,
crecida en las tinieblas de una interminable noche,
y te deslíes en suspiros, en humedad y lágrimas
y en un soñar ternuras y silencio.
Solo mi corazón te precipita
como el viento a la flor o la mirada,
reduciéndote a voz aún no erigida,
disuelta entre la lengua y el deseo.
De allí has de brotar hecha ceniza,
hecha amargura y pensamiento,
creada nuevamente de tus ruinas,
de tu temor y espanto.
Y desde allí dirás que amor te crea,
que crece con terror de ejércitos luchando,
como un espejo donde el tiempo muere
convertido en estatua y en vacío.
Porque ¿quién eres tú sino la imagen
de todo lo que nutre mi silencio,
y mi temor de ser solo una imagen?
Alà Chumacero
Carta de Roma
Te escribo, amor, desde la primavera.
Crucé la mar para poder decirte
que, bajo el cielo de la tarde, Roma
tiene otro cielo de golondrinas,
y entre los dos un ángel de oro pasa
danzando.
La cascada de piedra que desciende
por Trinitá dei Monti hasta la plaza,
se detuvo de pronto y ahora suben
azaleas rosadas por su cuerpo.
Los árboles repiten siete veces
la música del viento en las colinas,
y el húmedo llamado de las fuentes
guía mis pasos.
Más bella que en el aire
una rota columna hallé en el césped,
caída en el abrazo de una rosa.
Cuando fluye la luz,
cuando se para
el tiempo,
asomada a los puentes Roma busca
su imagen sobre el Tevere,
y en vez del nombre suyo ve que tiembla
tu nombre, amor, en el rodante espejo.
Te escribo, amor, desde la primavera.
Crucé la mar para poder decirte
que, bajo el cielo de la tarde, Roma
tiene otro cielo de golondrinas,
y entre los dos un ángel de oro pasa
danzando.
La cascada de piedra que desciende
por Trinitá dei Monti hasta la plaza,
se detuvo de pronto y ahora suben
azaleas rosadas por su cuerpo.
Los árboles repiten siete veces
la música del viento en las colinas,
y el húmedo llamado de las fuentes
guía mis pasos.
Más bella que en el aire
una rota columna hallé en el césped,
caída en el abrazo de una rosa.
Cuando fluye la luz,
cuando se para
el tiempo,
asomada a los puentes Roma busca
su imagen sobre el Tevere,
y en vez del nombre suyo ve que tiembla
tu nombre, amor, en el rodante espejo.
Meira Delmar
Quise
A Susana Rivera
Quise mirar el mundo con tus ojos
ilusionados, nuevos,
verdes en su fondo
como la primavera.
Entré en tu cuerpo lleno de esperanza
para admirar tanto prodigio desde
el claro mirador de tus pupilas.
Y fuiste tú la que acabaste viendo
el fracaso del mundo con las mías.
A Susana Rivera
Quise mirar el mundo con tus ojos
ilusionados, nuevos,
verdes en su fondo
como la primavera.
Entré en tu cuerpo lleno de esperanza
para admirar tanto prodigio desde
el claro mirador de tus pupilas.
Y fuiste tú la que acabaste viendo
el fracaso del mundo con las mías.
Ãngel González
Leo Lo Que Escribí de Ti Y de Mí...
Leo lo que escribí de ti y de mí
en esos días de tanta lluvia,
con Bach y los naranjos
de contertulios ante el fuego
y los catarros, las pupas,
las mutuas manías,
advirtiéndonos de aquella bomba colgada
del tiesto de las glicinas
que oscilaba sobre nuestras cabezas
sin llegar a caer,
contenida por el Atlante de la risa
y el lujo inaudito
de poder ignorarnos,
de tener tiempos muertos,
de no abundar en preguntas y respuestas
cuando había tanto que disfrutar del silencio.
Desde entonces hasta ahora
los atlantes se nos han vuelto anémicos
y quién sabe si ésos fueron y serán nuestros últimos días de lluvia,
pero,
de todas formas,
me sigue gustando leer lo que escribí de ti y de mí,
en especial lo de tu imagen con bufanda
volviendo de comprar la leche y el pan,
y la mía con sonrisa y pijama de osos pandas
saludándote desde el balcón.
Leo lo que escribí de ti y de mí
en esos días de tanta lluvia,
con Bach y los naranjos
de contertulios ante el fuego
y los catarros, las pupas,
las mutuas manías,
advirtiéndonos de aquella bomba colgada
del tiesto de las glicinas
que oscilaba sobre nuestras cabezas
sin llegar a caer,
contenida por el Atlante de la risa
y el lujo inaudito
de poder ignorarnos,
de tener tiempos muertos,
de no abundar en preguntas y respuestas
cuando había tanto que disfrutar del silencio.
Desde entonces hasta ahora
los atlantes se nos han vuelto anémicos
y quién sabe si ésos fueron y serán nuestros últimos días de lluvia,
pero,
de todas formas,
me sigue gustando leer lo que escribí de ti y de mí,
en especial lo de tu imagen con bufanda
volviendo de comprar la leche y el pan,
y la mía con sonrisa y pijama de osos pandas
saludándote desde el balcón.
Almudena Guzmán
Explora Mis Panales, Mi Recinto...
Explora mis panales, mi recinto
secreto donde oculta miel destila.
El tiempo su madeja fiel deshila
confiado a los fervores del instinto.
Bebe el beso que el dulce labio afila,
devora la epidermis del jacinto:
el deseo saciado, nunca extinto,
desde tu tersa torre me vigila.
Tus manos, tu mirada, tu dulzura
desbordan en el vértigo del fuego
donde en olvido la razón se quema.
Coróneme el rocío y su luz pura
en el instante eterno en que me entrego
doblando su fervor en su diadema.
Explora mis panales, mi recinto
secreto donde oculta miel destila.
El tiempo su madeja fiel deshila
confiado a los fervores del instinto.
Bebe el beso que el dulce labio afila,
devora la epidermis del jacinto:
el deseo saciado, nunca extinto,
desde tu tersa torre me vigila.
Tus manos, tu mirada, tu dulzura
desbordan en el vértigo del fuego
donde en olvido la razón se quema.
Coróneme el rocío y su luz pura
en el instante eterno en que me entrego
doblando su fervor en su diadema.
Carmen González Huguet
Sobre Unos Lirios
(APUNTES)
I
Mancebos como príncipes,
os habéis alejado del jardín
y crecéis en mi alma,
en algún oculto declive.
Morados y blancos, malvas y amarillos
son los colores de vuestras vestiduras,
y espolvoreados de plata
desafiais al tiempo.
Cuando sopla la brisa
de mi corazón enamorado,
sonreís lentamente
como si recordarais.
II
Os llevaba conmigo,
como un manojo de príncipes
que rodean al maestro
en el ejercicio de la mañana.
Luego engalanabais
mi mísera vivienda,
pero vuestros verdes espadines
me recordaban nuestra distancia.
III
Os amo,
flores lejanas,
jóvenes reyes
del monte misterioso.
Comprendo que hayáis huido
del jardín y su gente;
nada atrae allí
a vuestra altiva sencillez.
Entre estas cuatro paredes,
¿os resultaré un triste inoportuno?
Y sin embargo vuestro dulce aroma
me llega como la respiración de un amigo.
IV
Desde muchos años,
nadie había sabido acompañarme
con esta gentileza
que me cautiva.
Cautivadores sois,
inexpresables,
y vuestra presencia ha sido en estos días
como el sueño de mi juventud.
Cuando la pálida púrpura
del capullo se aje,
¿qué imagen entristecedora
os llevaréis de mí?
V
Os puse junto al recuerdo
de una jovencilla desaparecida,
porque me gusta rodearme
de seres que no dañan al amor.
Quizás entre ella y vosotros
hay un diálogo inefable
que yo nunca entendería,
porque soy un hombre.
De "Las iusiones"
(APUNTES)
I
Mancebos como príncipes,
os habéis alejado del jardín
y crecéis en mi alma,
en algún oculto declive.
Morados y blancos, malvas y amarillos
son los colores de vuestras vestiduras,
y espolvoreados de plata
desafiais al tiempo.
Cuando sopla la brisa
de mi corazón enamorado,
sonreís lentamente
como si recordarais.
II
Os llevaba conmigo,
como un manojo de príncipes
que rodean al maestro
en el ejercicio de la mañana.
Luego engalanabais
mi mísera vivienda,
pero vuestros verdes espadines
me recordaban nuestra distancia.
III
Os amo,
flores lejanas,
jóvenes reyes
del monte misterioso.
Comprendo que hayáis huido
del jardín y su gente;
nada atrae allí
a vuestra altiva sencillez.
Entre estas cuatro paredes,
¿os resultaré un triste inoportuno?
Y sin embargo vuestro dulce aroma
me llega como la respiración de un amigo.
IV
Desde muchos años,
nadie había sabido acompañarme
con esta gentileza
que me cautiva.
Cautivadores sois,
inexpresables,
y vuestra presencia ha sido en estos días
como el sueño de mi juventud.
Cuando la pálida púrpura
del capullo se aje,
¿qué imagen entristecedora
os llevaréis de mí?
V
Os puse junto al recuerdo
de una jovencilla desaparecida,
porque me gusta rodearme
de seres que no dañan al amor.
Quizás entre ella y vosotros
hay un diálogo inefable
que yo nunca entendería,
porque soy un hombre.
De "Las iusiones"
Juan Gil-Albert
Suelta Su Vago Humor de Vidrio
Suelta su vago humor de vidrio
contrito, mi alma; desde el fondo,
un burbujear de fango encrespa;
y el águila insomne que empollaba
en mí las brasas del valiente,
ya dormitando, cacarea.
Y así me van dejando, amigo;
así se enmustian mis guirnaldas.
Ni siquiera una pasión me mata:
de grietas torpes, de penumbras,
ciento de enfermedades sórdidas,
ya no me miro.
Ya mi fuerza
no anda con mis piernas; ni mis brazos
se cumplen moviéndose, ni medra
mi corazón en la alegría.
Luego, el ir viviendo, y el doliente
espejo, calvo en las almenas
de la cabeza; la oficina,
la mano cortada, la costumbre
de perder los gustos que uno amaba.
Piedra es mi lengua entre cenizas.
Pues cansado estoy, pues viejo a voces,
pues solamente voy jalando.
Un fruto seco reproducen
las costillas descorazonadas.
Ni por si acaso ya me miro;
en la cara aguanto, al descubierto
los resollares de la noche.
Pérfidamente, la vergüenza
benévola del carnicero,
vio la ilustración inalcanzable.
Y el vino y la sal y el pan y el agua
lloran, y me alejan sus guirnaldas
en conmistión; me desamparan
las brasas del poder, el águila
combustible; duerme el aspersorio
del orgullo, el verbo reviviente.
Amigo, amigo. Se enmustiaron
mis flores marchitas; en desgracia
recordando voy, como de vida.
Y para acabar, por no rendirme,
no canto ya ni me despido.
Suelta su vago humor de vidrio
contrito, mi alma; desde el fondo,
un burbujear de fango encrespa;
y el águila insomne que empollaba
en mí las brasas del valiente,
ya dormitando, cacarea.
Y así me van dejando, amigo;
así se enmustian mis guirnaldas.
Ni siquiera una pasión me mata:
de grietas torpes, de penumbras,
ciento de enfermedades sórdidas,
ya no me miro.
Ya mi fuerza
no anda con mis piernas; ni mis brazos
se cumplen moviéndose, ni medra
mi corazón en la alegría.
Luego, el ir viviendo, y el doliente
espejo, calvo en las almenas
de la cabeza; la oficina,
la mano cortada, la costumbre
de perder los gustos que uno amaba.
Piedra es mi lengua entre cenizas.
Pues cansado estoy, pues viejo a voces,
pues solamente voy jalando.
Un fruto seco reproducen
las costillas descorazonadas.
Ni por si acaso ya me miro;
en la cara aguanto, al descubierto
los resollares de la noche.
Pérfidamente, la vergüenza
benévola del carnicero,
vio la ilustración inalcanzable.
Y el vino y la sal y el pan y el agua
lloran, y me alejan sus guirnaldas
en conmistión; me desamparan
las brasas del poder, el águila
combustible; duerme el aspersorio
del orgullo, el verbo reviviente.
Amigo, amigo. Se enmustiaron
mis flores marchitas; en desgracia
recordando voy, como de vida.
Y para acabar, por no rendirme,
no canto ya ni me despido.
Rubén Bonifaz Nuño
Ascensión
Coronada la escoba de laurel, mirto, rosa,
es el héroe entre aquellos que afrontan la basura.
Para librar del polvo sin vuelo cada cosa
bajó, porque era palma y azul, desde la altura.
Su ardor de espada joven y alegre no reposa.
Delgada de ansiedad, pureza, sol, bravura,
azucena que barre sobre la misma fosa,
es cada vez más alta, más cálida, más pura.
¡Nunca! La escoba nunca será crucificada
porque la juventud propaga su esqueleto
que es una sola flauta, muda, pero sonora.
Es una sola lengua, sublime y acordada.
Y ante su aliento raudo se ausenta el polvo quieto,
y asciende una palmera, columna hacia la aurora.
Coronada la escoba de laurel, mirto, rosa,
es el héroe entre aquellos que afrontan la basura.
Para librar del polvo sin vuelo cada cosa
bajó, porque era palma y azul, desde la altura.
Su ardor de espada joven y alegre no reposa.
Delgada de ansiedad, pureza, sol, bravura,
azucena que barre sobre la misma fosa,
es cada vez más alta, más cálida, más pura.
¡Nunca! La escoba nunca será crucificada
porque la juventud propaga su esqueleto
que es una sola flauta, muda, pero sonora.
Es una sola lengua, sublime y acordada.
Y ante su aliento raudo se ausenta el polvo quieto,
y asciende una palmera, columna hacia la aurora.
Miguel Hernández
Si Has Perdido...
Si has perdido tu nombre,
recobraremos la puntada de las calles
más solas
para llamarte sin nombrarte.
Si has perdido tu casa,
despistaremos a los guardianes de la
cárcel
hasta dejarlos con su sombra y sin sus
muros.
Si has perdido el amor,
publicaremos un gran bando de palomas
desnudas
para atrasar la vida y darte tiempo.
Si has perdido tus límites,
recorreremos el cruento laberinto
hasta alzar otra forma desde el fondo.
Si has perdido tus ecos o tu origen,
los buscaremos, pero hacia adelante,
en el templo final de los orígenes.
Solamente si has perdido tu pérdida,
cortaremos el hilo
para empezar de nuevo.
Si has perdido tu nombre,
recobraremos la puntada de las calles
más solas
para llamarte sin nombrarte.
Si has perdido tu casa,
despistaremos a los guardianes de la
cárcel
hasta dejarlos con su sombra y sin sus
muros.
Si has perdido el amor,
publicaremos un gran bando de palomas
desnudas
para atrasar la vida y darte tiempo.
Si has perdido tus límites,
recorreremos el cruento laberinto
hasta alzar otra forma desde el fondo.
Si has perdido tus ecos o tu origen,
los buscaremos, pero hacia adelante,
en el templo final de los orígenes.
Solamente si has perdido tu pérdida,
cortaremos el hilo
para empezar de nuevo.
Roberto Juarroz
El fin de la religión, de la moral, de la política, del arte, no viene siendo desde hace cuarenta siglos más que ocultar la verdad a ojos de los necios.
Enrique Jardiel Poncela
Señor...
Señor,
usted no lo sabe
y sin embargo sus arrugas,
tersándome la mañana,
me han obligado a iniciar una huelga de novios
desde que lo conozco.
Y hoy
-mientras los dos nos mirábamos de reojo, cada uno
en un extremo de la barra-,
mi guedeja más anarquista
ha optado definitivamente por afiliarse a sus ojos
Señor,
usted no lo sabe
y sin embargo sus arrugas,
tersándome la mañana,
me han obligado a iniciar una huelga de novios
desde que lo conozco.
Y hoy
-mientras los dos nos mirábamos de reojo, cada uno
en un extremo de la barra-,
mi guedeja más anarquista
ha optado definitivamente por afiliarse a sus ojos
Almudena Guzmán
Ladridos Jadeantes En El Césped
Ladridos jadeantes en el césped
le hacen mirar, con el calor el día
va rodando a su fin y de las rosas
sube un olor, y una inquietud constante.
En el silencio rueda la alegría
súbita de los perros. Y él entiende
esa felicidad, el desvarío
que ellos muestran. Hermosa fue la vida
cuando el cuerpo era joven, y el deseo
la costumbre inicial de cada hora.
Un aire corto llega desde el mar
y ha alargado la sombra de los montes.
Echa su vida atrás, desnuda el cuerpo
delante de otro cuerpo, y unos ojos
le buscan y él los busca.
En el amor era veloz el tiempo,
iba pronto a morir, y en vano el joven
pensaba detenerlo, se soñaba
vencido en la vejez y desamado.
Entonces su victoria
era querer aún más, con mayor fuerza.
Mira, desde su frente, con los ojos
fijos la línea de los montes, áspero
muro de plata que en el mar se hiela.
Ya no lucha la tarde y se hace rosa
la luz en su cabeza pensativa.
Llegan, desde el camino, frescas voces
llamándose. La casa, oscurecida,
se ha perdido en los árboles, y él oye
el dulce nacimiento del amor,
escucha su secreto. Ya de nuevo
vive su corazón, y el hombre tiembla,
siente cargado el pecho, y apresura
un llanto fervoroso.
Ladridos jadeantes en el césped
le hacen mirar, con el calor el día
va rodando a su fin y de las rosas
sube un olor, y una inquietud constante.
En el silencio rueda la alegría
súbita de los perros. Y él entiende
esa felicidad, el desvarío
que ellos muestran. Hermosa fue la vida
cuando el cuerpo era joven, y el deseo
la costumbre inicial de cada hora.
Un aire corto llega desde el mar
y ha alargado la sombra de los montes.
Echa su vida atrás, desnuda el cuerpo
delante de otro cuerpo, y unos ojos
le buscan y él los busca.
En el amor era veloz el tiempo,
iba pronto a morir, y en vano el joven
pensaba detenerlo, se soñaba
vencido en la vejez y desamado.
Entonces su victoria
era querer aún más, con mayor fuerza.
Mira, desde su frente, con los ojos
fijos la línea de los montes, áspero
muro de plata que en el mar se hiela.
Ya no lucha la tarde y se hace rosa
la luz en su cabeza pensativa.
Llegan, desde el camino, frescas voces
llamándose. La casa, oscurecida,
se ha perdido en los árboles, y él oye
el dulce nacimiento del amor,
escucha su secreto. Ya de nuevo
vive su corazón, y el hombre tiembla,
siente cargado el pecho, y apresura
un llanto fervoroso.
Francisco Brines
La Oscuridad Del Siglo
Hubiera sido un samurai,
un ser parco con precisión de tigre.
O en un mercado aquella prostituta
de los dientes enormes y picados.
Morir en un crepúsculo sangriento
o entregar por monedas mi calor.
Escribí sin embargo estas palabras
desde un siglo sin brillo, oscuro, triste,
como una, mujer fea que abandona
intacta, sin gozarla, el enemigo.
Al hombre oscuro y vil que renuncié
lo hubiérais alejado de los niños,
mas confiáis en mi apariencia bondadosa
y no delataré mi enfermedad.
Nada sabréis de sus secuelas, nada
del hombre que acompaña vuestros días.
De "Los ojos del extraño" 1990
Hubiera sido un samurai,
un ser parco con precisión de tigre.
O en un mercado aquella prostituta
de los dientes enormes y picados.
Morir en un crepúsculo sangriento
o entregar por monedas mi calor.
Escribí sin embargo estas palabras
desde un siglo sin brillo, oscuro, triste,
como una, mujer fea que abandona
intacta, sin gozarla, el enemigo.
Al hombre oscuro y vil que renuncié
lo hubiérais alejado de los niños,
mas confiáis en mi apariencia bondadosa
y no delataré mi enfermedad.
Nada sabréis de sus secuelas, nada
del hombre que acompaña vuestros días.
De "Los ojos del extraño" 1990
Vicente Gallego
Adolescencia
En el balcón, un instante
nos quedamos los dos solos.
desde la dulce mañana
de aquel día éramos novios.
-El paisaje soñoliento
dormía sus vagos tonos,
bajo el cielo gris y rosa
del crepúsculo de otoño-.
Le dije que iba a besarla;
bajó, serena, los ojos
y me ofreció sus mejillas
como quien pierde un tesoro.
-Caían las hojas muertas,
en el jardín silencioso,
y en el aire erraba aún
un perfume de heliotropos-.
No se atrevía a mirarme;
le dije que éramos novios,
...y las lágrimas rodaron
de sus ojos melancólicos.
En el balcón, un instante
nos quedamos los dos solos.
desde la dulce mañana
de aquel día éramos novios.
-El paisaje soñoliento
dormía sus vagos tonos,
bajo el cielo gris y rosa
del crepúsculo de otoño-.
Le dije que iba a besarla;
bajó, serena, los ojos
y me ofreció sus mejillas
como quien pierde un tesoro.
-Caían las hojas muertas,
en el jardín silencioso,
y en el aire erraba aún
un perfume de heliotropos-.
No se atrevía a mirarme;
le dije que éramos novios,
...y las lágrimas rodaron
de sus ojos melancólicos.
Juan Ramón Jiménez
Infame Turba
Nunca supimos qué pájaro era aquel
que cantaba al besarnos...
Al besarnos el alba
sería la alondra ilustre,
el vano timbalero de Verona,
diana floreciendo en el dormido alféizar,
salvas inoportunas,
diligentes clarines matinales
hostigando al amante perezoso
su ligera fanfarria.
Nunca supimos qué pájaro era aquel
que cantaba...
Que cantaba en la noche,
ruiseñor, geiser puro
de lágrimas brotando, silenciosa
perla de la armonía, copa lívida
desbordando tristeza y ebriedad.
Voz sacra de la luna. A su conjuro,
espectral médium pálido,
entre la fronda ensimismada surgen
invocadas estatuas.
Nunca supimos qué pájaro era aquel...
Era aquel mirlo blanco
que llamaba desde la oscura tarde,
cuco, péndulo primaveral
pausadamente hiriendo en el recuerdo.
Ribera del amor, aparejadas
las aves, las sonrisas, golondrinas,
paloma de collar, colibrí, pechirrojo,
pueblan libres el ámbito.
Nunca supimos qué pájaro...
¿Qué pájaro del frío, aguzanieves
del olvido, avefría, nevatilla,
trémulas patas sobre ramas yertas,
con sus picos hurgando en el sonoro
corazón, tronco vivo retumbante,
cavaban tumbas al helor del tiempo?
Nunca supimos...
Supimos bien si aquel reclamo era
gorjeo artificial, ruedas, tornillos,
un jilguero mecánico, espejuelos
o canario de cuerda, fidelísima
tórtola de latón y purpurina,
selvática viuda desolada.
Nunca...
Sí, nunca nos besamos.
Nunca supimos qué pájaro era aquel
que cantaba al besarnos...
Al besarnos el alba
sería la alondra ilustre,
el vano timbalero de Verona,
diana floreciendo en el dormido alféizar,
salvas inoportunas,
diligentes clarines matinales
hostigando al amante perezoso
su ligera fanfarria.
Nunca supimos qué pájaro era aquel
que cantaba...
Que cantaba en la noche,
ruiseñor, geiser puro
de lágrimas brotando, silenciosa
perla de la armonía, copa lívida
desbordando tristeza y ebriedad.
Voz sacra de la luna. A su conjuro,
espectral médium pálido,
entre la fronda ensimismada surgen
invocadas estatuas.
Nunca supimos qué pájaro era aquel...
Era aquel mirlo blanco
que llamaba desde la oscura tarde,
cuco, péndulo primaveral
pausadamente hiriendo en el recuerdo.
Ribera del amor, aparejadas
las aves, las sonrisas, golondrinas,
paloma de collar, colibrí, pechirrojo,
pueblan libres el ámbito.
Nunca supimos qué pájaro...
¿Qué pájaro del frío, aguzanieves
del olvido, avefría, nevatilla,
trémulas patas sobre ramas yertas,
con sus picos hurgando en el sonoro
corazón, tronco vivo retumbante,
cavaban tumbas al helor del tiempo?
Nunca supimos...
Supimos bien si aquel reclamo era
gorjeo artificial, ruedas, tornillos,
un jilguero mecánico, espejuelos
o canario de cuerda, fidelísima
tórtola de latón y purpurina,
selvática viuda desolada.
Nunca...
Sí, nunca nos besamos.
Pablo GarcÃa Baena
Al Salir A La Calle...
Al salir a la calle, sobre los plátanos,
muy por encima y por detrás de sus hojas
doradas y crujientes, el cielo, muy por encima
azul, intenso y transparente de la helada.
A cuatro bajo cero se respira
el aire como si fuera el cielo
que es el aire lo que se respirara.
Corta y se expande y un instante
rebrota antes de herir. Ritmos
de la respiración y el cielo, uno
lugar del otro, volumen
que quien respira retrajera, puro
estar del mundo en el frío,
de un color azul que nadie viera, intenso,
que nadie desde ningún lugar mirara,
aire o cielo no para respirar.
De "Del ojo al hueso" 2001
Al salir a la calle, sobre los plátanos,
muy por encima y por detrás de sus hojas
doradas y crujientes, el cielo, muy por encima
azul, intenso y transparente de la helada.
A cuatro bajo cero se respira
el aire como si fuera el cielo
que es el aire lo que se respirara.
Corta y se expande y un instante
rebrota antes de herir. Ritmos
de la respiración y el cielo, uno
lugar del otro, volumen
que quien respira retrajera, puro
estar del mundo en el frío,
de un color azul que nadie viera, intenso,
que nadie desde ningún lugar mirara,
aire o cielo no para respirar.
De "Del ojo al hueso" 2001
Olvido GarcÃa Valdés
Jardín
Yo no sé cómo saltar
desde la orilla de hoy
a la orilla de mañana.
El río se lleva, mientras,
la realidad de esta tarde,
a mares sin esperanza.
Miro al oriente, al poniente,
miro al sur y miro al norte.
Toda la verdad dorada
que cercaba al alma mía,
cual con un cielo completo,
se cae, partida y falsa.
Y no sé cómo saltar
desde la orilla de hoy
a la orilla de mañana.
De "Estío"
Yo no sé cómo saltar
desde la orilla de hoy
a la orilla de mañana.
El río se lleva, mientras,
la realidad de esta tarde,
a mares sin esperanza.
Miro al oriente, al poniente,
miro al sur y miro al norte.
Toda la verdad dorada
que cercaba al alma mía,
cual con un cielo completo,
se cae, partida y falsa.
Y no sé cómo saltar
desde la orilla de hoy
a la orilla de mañana.
De "Estío"
Juan Ramón Jiménez
Qué Son Las Islas
Esto tienen de bueno los poetas,
Que han dicho lo que uno quería decir.
¿Dé que otra manera comunicarle lo que sintió
Al ver desde el aire los islotes verdes desparramados por el mar,
y cuando ya en el barco contempló a lo lejos el borde agreste
de la isla,
Sino como ya lo escribió la poeta:
¿Qué son las islas si no estás tú?
Eso es lo que gritó al aire luminoso de la tarde
Y lo que musitó después en la atormentada noche,
Añadiendo un nombre que en la cabina sonaba extraño
Como una flor de otro planeta.
¿Y podrá creer que la playa maravillosa,
Con su cadera de oro mordida por un ávido mar,
y la planicie del centro echada como un manto
No han podido ser gran cosa no estando ella,
Que ha dejado despoblada y silenciosa
Esa ciudad, ojo de la violencia, que ella hechizara
Marcando los lugares de encuentros y despedidas
Con una nostalgia como una cicatriz?
Esto tienen de bueno los poetas,
Que han dicho lo que uno quería decir.
¿Dé que otra manera comunicarle lo que sintió
Al ver desde el aire los islotes verdes desparramados por el mar,
y cuando ya en el barco contempló a lo lejos el borde agreste
de la isla,
Sino como ya lo escribió la poeta:
¿Qué son las islas si no estás tú?
Eso es lo que gritó al aire luminoso de la tarde
Y lo que musitó después en la atormentada noche,
Añadiendo un nombre que en la cabina sonaba extraño
Como una flor de otro planeta.
¿Y podrá creer que la playa maravillosa,
Con su cadera de oro mordida por un ávido mar,
y la planicie del centro echada como un manto
No han podido ser gran cosa no estando ella,
Que ha dejado despoblada y silenciosa
Esa ciudad, ojo de la violencia, que ella hechizara
Marcando los lugares de encuentros y despedidas
Con una nostalgia como una cicatriz?
Roberto Fernández Retamar
Muerto Al Nacer
No aurora fue. Ni llanto. Ni un instante
bebió la luz. Sus ojos no tuvieron
color. Ni yo miré su boca tierna...
Ahora, ¿sabéis?, lo siento.
Debisteis dármelo. Yo hubiera debido
tenerle un breve tiempo entre mis brazos,
pues solo para mí fue cierto, vivo...
¡Cuántas veces me habló, desde la entraña,
bulléndome gozoso entre los flancos!...
No aurora fue. Ni llanto. Ni un instante
bebió la luz. Sus ojos no tuvieron
color. Ni yo miré su boca tierna...
Ahora, ¿sabéis?, lo siento.
Debisteis dármelo. Yo hubiera debido
tenerle un breve tiempo entre mis brazos,
pues solo para mí fue cierto, vivo...
¡Cuántas veces me habló, desde la entraña,
bulléndome gozoso entre los flancos!...
Ãngela Figuera Aymerich
Unidad En Ella
Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.
Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.
Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.
Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.
Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa larva rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.
Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala, es todavía unas manos,
un repasar de tu crujiente pelo, un crepitar
de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.
Cuerpo feliz que fluye entre mis manos,
rostro amado donde contemplo el mundo,
donde graciosos pájaros se copian fugitivos,
volando a la región donde nada se olvida.
Tu forma externa, diamante o rubí duro,
brillo de un sol que entre mis manos deslumbra,
cráter que me convoca con su música íntima,
con esa indescifrable llamada de tus dientes.
Muero porque me arrojo, porque quiero morir,
porque quiero vivir en el fuego, porque este aire de fuera
no es mío, sino el caliente aliento
que si me acerco quema y dora mis labios desde un fondo.
Deja, deja que mire, teñido del amor,
enrojecido el rostro por tu purpúrea vida,
deja que mire el hondo clamor de tus entrañas
donde muero y renuncio a vivir para siempre.
Quiero amor o la muerte, quiero morir del todo,
quiero ser tú, tu sangre, esa larva rugiente
que regando encerrada bellos miembros extremos
siente así los hermosos límites de la vida.
Este beso en tus labios como una lenta espina,
como un mar que voló hecho un espejo,
como el brillo de un ala, es todavía unas manos,
un repasar de tu crujiente pelo, un crepitar
de la luz vengadora,
luz o espada mortal que sobre mi cuello amenaza,
pero que nunca podrá destruir la unidad de este mundo.
Vicente Aleixandre
La Iglesia
En un beato silencio el recinto vegeta.
Las vírgenes de cera duermen en su decoro
de terciopelo lívido y de esmalte incoloro;
y San Gabriel se hastía de soplar la trompeta...
Sedienta, abre su boca de mármol la pileta.
Una vieja estornuda desde el altar al coro...
Y una legión de átomos sube un camino de oro
aéreo, que una escala de Jacob interpreta.
Inicia sus labores el alma reverente.
Para saber si anda de Buenas San Vicente
con tímidos arrobos repica la alcacía...
Acá y allá maniobra después con su plumero,
mientras, por una puerta que da a la cacristía,
irrumpe la gloriosa turba del gallinero.
En un beato silencio el recinto vegeta.
Las vírgenes de cera duermen en su decoro
de terciopelo lívido y de esmalte incoloro;
y San Gabriel se hastía de soplar la trompeta...
Sedienta, abre su boca de mármol la pileta.
Una vieja estornuda desde el altar al coro...
Y una legión de átomos sube un camino de oro
aéreo, que una escala de Jacob interpreta.
Inicia sus labores el alma reverente.
Para saber si anda de Buenas San Vicente
con tímidos arrobos repica la alcacía...
Acá y allá maniobra después con su plumero,
mientras, por una puerta que da a la cacristía,
irrumpe la gloriosa turba del gallinero.
Julio Herrera y Reissig
El Alba Inútil
A los labios del hombre taciturno, la aurora
trajo un ebrio recuerdo de olvidados cantares.
El alba en las pupilas noctámbulas había
sorprendido la angustia de las viejas saudades.
En los círculos hondos de las mustias ojeras
se azulaba un exceso de veladas sensuales.
Vertió el vino de Francia
en la copa vibrante.
-La noche prolongaban
los grises cortinajes-.
Miró la flor marchita
de su frac un instante,
y evocó vagamente:
Casi estaba desnuda
en la fiebre del baile.
El breve seno apenas
velaban los encajes.
Oprimía la espalda
la caricia insinuante
que vagaba furtiva
de deseos. El talle
cedía entre su brazo
como un junco ondulante.
Después... aun más desnuda
la tuvo que en el vals,
y pensó vagamente:
Flor y mujer, vosotras
sólo duráis un baile.
-En la mano brillaba la heráldica sortija
herencia antigua y noble de un tiempo inmemorable.
Trémula entre los dedos fatigados, la copa
despertó una añoranza de mujeres fugaces-.
* * *
Las lámparas habían develado la alcoba.
El alba subrayaba de luz los ventanales.
Las severas efigies de los antepasados
miraban desde el fondo de remotas edades.
Con un grito argentado de dagas, la panoplia
al nieto recordaba las glorias ancestrales.
Dejó la copa exhausta
sobre la mesa grave.
Descorrió silencioso
los grises cortinajes,
y pensó vagamente:
¿Y de todo qué resta
tras el sensual alarde?
Solo una flor marchita
en la seda del traje.
-En las manos del hombre taciturno, la aurora
palideció una huella de victorias cobardes-.
A los labios del hombre taciturno, la aurora
trajo un ebrio recuerdo de olvidados cantares.
El alba en las pupilas noctámbulas había
sorprendido la angustia de las viejas saudades.
En los círculos hondos de las mustias ojeras
se azulaba un exceso de veladas sensuales.
Vertió el vino de Francia
en la copa vibrante.
-La noche prolongaban
los grises cortinajes-.
Miró la flor marchita
de su frac un instante,
y evocó vagamente:
Casi estaba desnuda
en la fiebre del baile.
El breve seno apenas
velaban los encajes.
Oprimía la espalda
la caricia insinuante
que vagaba furtiva
de deseos. El talle
cedía entre su brazo
como un junco ondulante.
Después... aun más desnuda
la tuvo que en el vals,
y pensó vagamente:
Flor y mujer, vosotras
sólo duráis un baile.
-En la mano brillaba la heráldica sortija
herencia antigua y noble de un tiempo inmemorable.
Trémula entre los dedos fatigados, la copa
despertó una añoranza de mujeres fugaces-.
* * *
Las lámparas habían develado la alcoba.
El alba subrayaba de luz los ventanales.
Las severas efigies de los antepasados
miraban desde el fondo de remotas edades.
Con un grito argentado de dagas, la panoplia
al nieto recordaba las glorias ancestrales.
Dejó la copa exhausta
sobre la mesa grave.
Descorrió silencioso
los grises cortinajes,
y pensó vagamente:
¿Y de todo qué resta
tras el sensual alarde?
Solo una flor marchita
en la seda del traje.
-En las manos del hombre taciturno, la aurora
palideció una huella de victorias cobardes-.
Alberto Angel Montoya
Pena Bienhallada
Ojinegra la oliva en tu mirada,
boquitierna la tórtola en tu risa,
en tu amor pechiabierta la granada,
barbioscura en tu frente nieve y brisa.
Rostriazul el clavel sobre tu vena,
malherido el jazmín desde tu planta,
cejijunta en tu cara la azucena,
dulciamarga la voz en tu garganta.
Boquitierna, ojinegra, pechiabierta,
rostriazul, barbioscura, malherida,
cejijunta te quiero y dulciamarga.
Semiciego por ti llego a tu puerta,
boquiabierta la llaga de mi vida,
y agriendulzo la pena que la embarga.
Ojinegra la oliva en tu mirada,
boquitierna la tórtola en tu risa,
en tu amor pechiabierta la granada,
barbioscura en tu frente nieve y brisa.
Rostriazul el clavel sobre tu vena,
malherido el jazmín desde tu planta,
cejijunta en tu cara la azucena,
dulciamarga la voz en tu garganta.
Boquitierna, ojinegra, pechiabierta,
rostriazul, barbioscura, malherida,
cejijunta te quiero y dulciamarga.
Semiciego por ti llego a tu puerta,
boquiabierta la llaga de mi vida,
y agriendulzo la pena que la embarga.
Miguel Hernández
No Volveré A Ser Joven
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
"Poemas póstumos" 1968
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, eran tan sólo
las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
"Poemas póstumos" 1968
Jaime Gil de Biedma
Angustia
Yo me lleno de angustia mirándote la frente
porque estás más lejana cuando estás más presente.
Para que yo no pueda llegar hasta tu alma
tú me miras a veces con esa misma calma
con que miran los lagos una noche estrellada:
la miran hasta el alba y no le dicen nada.
Espadas de silencio guardan tu pensamiento
y yo me estoy muriendo de sentir lo que siento:
angustia de no verte los labios apretados
cuando nombro la historia de los besos robados,
angustia de mirarte las pestañas caídas
indiferentemente, como flores vencidas,
cuando me entrego y hablo de la virtud del trigo
y te pido amoroso que te vengas conmigo.
Nada te transparenta, hasta tu misma risa
relieva tus perfiles de mujer imprecisa.
Todos tus actos tienen profundidad de arcano,
hasta el acto sencillo de levantar la mano.
Me nombras y te salen despacio los sonidos,
como si no quisieran llegar a mis oídos.
En ti misma te escondes, yo te busco y el llanto
muchas veces me inunda y es de buscarte tanto.
Te fugas hacia adentro de ti misma obstinada
y yo sufro mirándote con la boca cerrada.
Tus dos labios sin música de palabras ardidas
se me antojan dos flautas por ti misma vencidas.
Vives en mi tan honda, desde hace tantos meses,
que si ahora muriera moriría dos veces.
Angustia de mis manos buscando en el vacío
tu corazón que ignora la soledad del mío.
Angustia de tus trenzas, que recortaste un día
y que tenían la forma de la tristeza mía.
Yo me lleno de angustia mirándote la frente
porque estás más lejana cuando estás más presente.
Para que yo no pueda llegar hasta tu alma
tú me miras a veces con esa misma calma
con que miran los lagos una noche estrellada:
la miran hasta el alba y no le dicen nada.
Espadas de silencio guardan tu pensamiento
y yo me estoy muriendo de sentir lo que siento:
angustia de no verte los labios apretados
cuando nombro la historia de los besos robados,
angustia de mirarte las pestañas caídas
indiferentemente, como flores vencidas,
cuando me entrego y hablo de la virtud del trigo
y te pido amoroso que te vengas conmigo.
Nada te transparenta, hasta tu misma risa
relieva tus perfiles de mujer imprecisa.
Todos tus actos tienen profundidad de arcano,
hasta el acto sencillo de levantar la mano.
Me nombras y te salen despacio los sonidos,
como si no quisieran llegar a mis oídos.
En ti misma te escondes, yo te busco y el llanto
muchas veces me inunda y es de buscarte tanto.
Te fugas hacia adentro de ti misma obstinada
y yo sufro mirándote con la boca cerrada.
Tus dos labios sin música de palabras ardidas
se me antojan dos flautas por ti misma vencidas.
Vives en mi tan honda, desde hace tantos meses,
que si ahora muriera moriría dos veces.
Angustia de mis manos buscando en el vacío
tu corazón que ignora la soledad del mío.
Angustia de tus trenzas, que recortaste un día
y que tenían la forma de la tristeza mía.
Carlos Castro Saavedra
Revelación
Lo supe de repente:
hay otro.
Y desde entonces duermo solo a medias
y ya casi no como.
No es posible vivir
con ese rostro
que es el mío verdadero
y que aún no conozco.
Lo supe de repente:
hay otro.
Y desde entonces duermo solo a medias
y ya casi no como.
No es posible vivir
con ese rostro
que es el mío verdadero
y que aún no conozco.
Rosario Castellanos
Sucesión de Mí Mismo
Es ardiente el pasado, e imposible:
breve noche de amor conmigo mismo.
F. B.
Al aire del jardín
la cama está revuelta de sábanas y luna,
y en ellas está el cuerpo solitario y desnudo.
Velan los ojos, en las sombras del pino plateado, la hiedra de
las tapias,
y la vida furtiva de los astros.
Un bulto juvenil de la penumbra surge
y ha subido sin ropas a mi lecho,
y en la tarea del amor completa
la noche ahora tan breve.
Este mudo muchacho está encendido
de una pasión oscura y alejada,
y sus dientes furiosos y su lengua dulcísima
rescatan de mi carne la densidad del tiempo.
En el azar del mundo su vida ha retornado
con revueltos cabellos, y ahora mudo,
y ha cruzado después las puertas de la noche.
Desde el balcón le espío
llegar hasta la esquina de la casa,
y allí ha permanecido en la mejilla de la primera luz.
Con el sol y los pájaros el día se hace largo,
y en la esquina el muchacho ya es este mudo anciano que
vigila el balcón
allí donde él se mira con un cuerpo aún robusto y fatigado.
Borrada juventud, perdida vida, ¿en qué cueva de sombras
arrojar las palabras?
Es ardiente el pasado, e imposible:
breve noche de amor conmigo mismo.
F. B.
Al aire del jardín
la cama está revuelta de sábanas y luna,
y en ellas está el cuerpo solitario y desnudo.
Velan los ojos, en las sombras del pino plateado, la hiedra de
las tapias,
y la vida furtiva de los astros.
Un bulto juvenil de la penumbra surge
y ha subido sin ropas a mi lecho,
y en la tarea del amor completa
la noche ahora tan breve.
Este mudo muchacho está encendido
de una pasión oscura y alejada,
y sus dientes furiosos y su lengua dulcísima
rescatan de mi carne la densidad del tiempo.
En el azar del mundo su vida ha retornado
con revueltos cabellos, y ahora mudo,
y ha cruzado después las puertas de la noche.
Desde el balcón le espío
llegar hasta la esquina de la casa,
y allí ha permanecido en la mejilla de la primera luz.
Con el sol y los pájaros el día se hace largo,
y en la esquina el muchacho ya es este mudo anciano que
vigila el balcón
allí donde él se mira con un cuerpo aún robusto y fatigado.
Borrada juventud, perdida vida, ¿en qué cueva de sombras
arrojar las palabras?
Francisco Brines