Blanda
Blanda. Encuentra docenas de blanda con fotos para copiar y compartir.
No soy una persona tan blanda y generosa como serÃa si el mundo no me hubiera cambiado.
Bobby Fischer
Busca En Todas Las Cosas...
Busca en todas las cosas un alma y un sentido
oculto; no te ciñas a la apariencia vana;
husmea, sigue el rastro de la verdad arcana,
escudriñante el ojo y aguzado el oÃdo.
No seas como el necio, que al mirar la virgÃnea
imperfección del mármol que la arcilla aprisiona,
queda sordo a la entraña de la piedra, que entona
en recóndito ritmo la canción de la lÃnea.
Ama todo lo grácil de la vida, la calma
de la flor que se mece, el color, el paisaje.
Ya sabrás poco a poco descifrar su lenguaje...
¡Oh divino coloquio de las cosas y el alma!
Hay en todos los seres una blanda sonrisa,
un dolor inefable o un misterio sombrÃo.
¿Sabes tú si son lágrimas las gotas de rocÃo?
¿Sabes tú qué secreto va contando la brisa?
Atan hebras sutiles a las cosas distantes;
al acento lejano corresponde otro acento.
¿Sabes tú donde lleva los suspiros el viento?
¿Sabes tú si son almas las estrellas errantes?
No desdeñes al pájaro de argentina garganta
que se queja en la tarde, que salmodia a la aurora.
Es un alma que canta y es un alma que llora...
¡Y sabrá por qué llora, y sabrá por qué canta!
Busca en todas las cosas el oculto sentido;
lo hallarás cuando logres comprender su lenguaje;
cuando sientas el alma colosal del paisaje
y los ayes lanzados por el árbol herido...
Busca en todas las cosas un alma y un sentido
oculto; no te ciñas a la apariencia vana;
husmea, sigue el rastro de la verdad arcana,
escudriñante el ojo y aguzado el oÃdo.
No seas como el necio, que al mirar la virgÃnea
imperfección del mármol que la arcilla aprisiona,
queda sordo a la entraña de la piedra, que entona
en recóndito ritmo la canción de la lÃnea.
Ama todo lo grácil de la vida, la calma
de la flor que se mece, el color, el paisaje.
Ya sabrás poco a poco descifrar su lenguaje...
¡Oh divino coloquio de las cosas y el alma!
Hay en todos los seres una blanda sonrisa,
un dolor inefable o un misterio sombrÃo.
¿Sabes tú si son lágrimas las gotas de rocÃo?
¿Sabes tú qué secreto va contando la brisa?
Atan hebras sutiles a las cosas distantes;
al acento lejano corresponde otro acento.
¿Sabes tú donde lleva los suspiros el viento?
¿Sabes tú si son almas las estrellas errantes?
No desdeñes al pájaro de argentina garganta
que se queja en la tarde, que salmodia a la aurora.
Es un alma que canta y es un alma que llora...
¡Y sabrá por qué llora, y sabrá por qué canta!
Busca en todas las cosas el oculto sentido;
lo hallarás cuando logres comprender su lenguaje;
cuando sientas el alma colosal del paisaje
y los ayes lanzados por el árbol herido...
Enrique González MartÃÂnez
Transformación
Emergeré apacible, en el mundo del sueño,
con el rostro azotado por aires fantasmales,
y vagaré en el cielo, cubierto de silencio,
llevando entre mis ojos las hogueras de antes.
No tendré ya la fiera potencia de los rayos
que dan a las tormentas segundos abusivos,
y dejan la corteza, blanda, de los pantanos,
envuelta entre los gritos de árboles caÃdos.
No seguiré la noche con horribles jaurÃas
de colmilludos astros y lunas descompuestas,
ni golpearé la espalda de la tierra dormida
con ardientes meteoros y colas de cometas.
No fundiré perfiles de las cosas pequeñas
que guardan la semilla de mi brillante cosmos,
ni sembraré en el mundo castigos y tragedias,
ni execrables momentos de cosas en trastorno.
Estaré en la armonÃa, con sonrisa oportuna,
pegado a los vitrales históricos del tiempo;
actuando en sacramentos preñados de cordura,
haciendo comunión con las normas del cielo.
Mi gesto reposado, mi cara alucinada,
buscarán manifiestos legendarios del pacto;
que borra la fiereza fluctuante de las almas
y otorga la silvestre llaneza de los campos.
Estaré en las ideas que altamente suscribo
al ir por el recinto de las grandes estatuas,
como fruta sin nombre y el corazón herido
al enviar los reportes a las cruentas batallas.
Emergeré apacible, en el mundo del sueño,
con el rostro azotado por aires fantasmales,
y vagaré en el cielo, cubierto de silencio,
llevando entre mis ojos las hogueras de antes.
No tendré ya la fiera potencia de los rayos
que dan a las tormentas segundos abusivos,
y dejan la corteza, blanda, de los pantanos,
envuelta entre los gritos de árboles caÃdos.
No seguiré la noche con horribles jaurÃas
de colmilludos astros y lunas descompuestas,
ni golpearé la espalda de la tierra dormida
con ardientes meteoros y colas de cometas.
No fundiré perfiles de las cosas pequeñas
que guardan la semilla de mi brillante cosmos,
ni sembraré en el mundo castigos y tragedias,
ni execrables momentos de cosas en trastorno.
Estaré en la armonÃa, con sonrisa oportuna,
pegado a los vitrales históricos del tiempo;
actuando en sacramentos preñados de cordura,
haciendo comunión con las normas del cielo.
Mi gesto reposado, mi cara alucinada,
buscarán manifiestos legendarios del pacto;
que borra la fiereza fluctuante de las almas
y otorga la silvestre llaneza de los campos.
Estaré en las ideas que altamente suscribo
al ir por el recinto de las grandes estatuas,
como fruta sin nombre y el corazón herido
al enviar los reportes a las cruentas batallas.
Humberto Garza
El amor sin ternura es puro afán de dominio y de autoafirmación hasta lo destructivo. La ternura sin amor es sensiblerÃa blanda incapaz de crear nada.
Fernando Savater
Rosa de Otoño
Abandonada al lánguido embeleso
que alarga la otoñal melancolÃa,
tiembla la última rosa que por eso
es más hermosa cuanto más tardÃa.
Tiembla... un pétalo cae... y en la leve
imperfección que su belleza trunca,
se malogra algo de Ãntimo que debe
llegar acaso y que no llega nunca.
La flor, a cada pétalo caÃdo,
como si lo llorara, se doblega
bajo el fatal rigor que no ha debido
llegar jamás, pero que siempre llega.
Y en una blanda lentitud, dichosa
con la honda calma que la tarde vierte,
pasa el deshojamiento de la rosa
por las manos tranquilas de la muerte.
Abandonada al lánguido embeleso
que alarga la otoñal melancolÃa,
tiembla la última rosa que por eso
es más hermosa cuanto más tardÃa.
Tiembla... un pétalo cae... y en la leve
imperfección que su belleza trunca,
se malogra algo de Ãntimo que debe
llegar acaso y que no llega nunca.
La flor, a cada pétalo caÃdo,
como si lo llorara, se doblega
bajo el fatal rigor que no ha debido
llegar jamás, pero que siempre llega.
Y en una blanda lentitud, dichosa
con la honda calma que la tarde vierte,
pasa el deshojamiento de la rosa
por las manos tranquilas de la muerte.
Leopoldo Lugones
Adoración
Una flor no ha traÃdo jamás la primavera
dÃgna de la enlbrujada noche de tu cabello
y que en blanda agonÃa, cercana de tu cuello
bajo el tibio perfume de tu aliento muriera.
Ni seda se ha tejido por mágica hilandera,
ni tul, ni encaje dignos de velar el destello
de tus brazos, tus hombros, tu flanco donde el sello
de su gracia dejaron la diosa y la quimera.
Aún no fue tallada la copa diamantina
que de la vid colmada con la sangre divina
merezca de tus labios la sapiente dulzura.
No hay plumas ni vellones, damascos ni tapices
dignos de que en su felpa desnuda te deslices;
ni sé qué amor exista digno de tu hermosura.
Una flor no ha traÃdo jamás la primavera
dÃgna de la enlbrujada noche de tu cabello
y que en blanda agonÃa, cercana de tu cuello
bajo el tibio perfume de tu aliento muriera.
Ni seda se ha tejido por mágica hilandera,
ni tul, ni encaje dignos de velar el destello
de tus brazos, tus hombros, tu flanco donde el sello
de su gracia dejaron la diosa y la quimera.
Aún no fue tallada la copa diamantina
que de la vid colmada con la sangre divina
merezca de tus labios la sapiente dulzura.
No hay plumas ni vellones, damascos ni tapices
dignos de que en su felpa desnuda te deslices;
ni sé qué amor exista digno de tu hermosura.
Carlos López Narváez
Desde Donde Me Ciego de Vivir
Era una blanda emanación, casi
una terca oquedad de ternura,
un tibio vaho humedecido
con no sé qué tentáculos.
AbrÃ
los ojos, vi de cerca el peligro.
¡No, no te acerques, adorable
inmundicia, no podrÃa vivir!
Pero se apresuraba hacia mi infancia,
me tendÃa su furia entre los lienzos
de la noche enemiga. Y escuché
la señal, cegué mi vida junta,
anduve a tientas hasta el cuerpo
temible y deseado.
Madre
mÃa, ¿me oyes, me has oÃdo
caer, has visto mi triunfante
rendición, tú me perdonas?
La mano
balbucÃa allà dentro, rebuscaba
entre las telas jadeantes, iba
desprendiendo el delirio, calcinando
la desnuda razón.
Agrio desván
limÃtrofe, gimientes muebles
lapidarios bajo el candor malévolo
del miedo, ¿qué hacer si la memoria
se saciaba allà mismo, si no habÃa
otra locura más para vivir?
Dulce
naufragio, dulce naufragio,
nupcial ponzoña pura del amor,
crédulo azar maldito, ¿dónde
me hundo, dónde
me salvo desde aquella noche?
Era una blanda emanación, casi
una terca oquedad de ternura,
un tibio vaho humedecido
con no sé qué tentáculos.
AbrÃ
los ojos, vi de cerca el peligro.
¡No, no te acerques, adorable
inmundicia, no podrÃa vivir!
Pero se apresuraba hacia mi infancia,
me tendÃa su furia entre los lienzos
de la noche enemiga. Y escuché
la señal, cegué mi vida junta,
anduve a tientas hasta el cuerpo
temible y deseado.
Madre
mÃa, ¿me oyes, me has oÃdo
caer, has visto mi triunfante
rendición, tú me perdonas?
La mano
balbucÃa allà dentro, rebuscaba
entre las telas jadeantes, iba
desprendiendo el delirio, calcinando
la desnuda razón.
Agrio desván
limÃtrofe, gimientes muebles
lapidarios bajo el candor malévolo
del miedo, ¿qué hacer si la memoria
se saciaba allà mismo, si no habÃa
otra locura más para vivir?
Dulce
naufragio, dulce naufragio,
nupcial ponzoña pura del amor,
crédulo azar maldito, ¿dónde
me hundo, dónde
me salvo desde aquella noche?
José Manuel Caballero Bonald
Rimas
TÃmida, la palabra
de tus labios caÃa,
y en mi pálida frente
dolorosa y macabra,
toda melancolÃa
se regó, evanescente,
blanda, como un arrullo...
Oh tu voz adorable...
¡Voz única entre tantas!
(Bajo el influjo suyo
fue placer inefable
mi dolor...) -Hoy no encantas
este fúnebre yermo...
( No sé dónde se riega
-toda melancolÃa-
tu voz... ) -Y estoy enfermo
porque tu voz no llega
a bañar de alegrÃa
mi sufrir... en mi vida
dolorosa y macabra,
tal vez hubieran sido
para curar la herida,
tu voz y tu palabra
que yo jamás olvido...!
TÃmida, la palabra
de tus labios caÃa,
y en mi pálida frente
dolorosa y macabra,
toda melancolÃa
se regó, evanescente,
blanda, como un arrullo...
Oh tu voz adorable...
¡Voz única entre tantas!
(Bajo el influjo suyo
fue placer inefable
mi dolor...) -Hoy no encantas
este fúnebre yermo...
( No sé dónde se riega
-toda melancolÃa-
tu voz... ) -Y estoy enfermo
porque tu voz no llega
a bañar de alegrÃa
mi sufrir... en mi vida
dolorosa y macabra,
tal vez hubieran sido
para curar la herida,
tu voz y tu palabra
que yo jamás olvido...!
León de Greiff
El Todo
No recordar nada...
Que me hunda la noche callada,
como una bandada
blanda y acabada.
(Que no quede nada...
Que pase la mujer amada
por una dejada
estancia soñada)
No desear nada...
Perderse en la idea sagrada,
como una dorada
sombra en la alborada.
No recordar nada...
Que me hunda la noche callada,
como una bandada
blanda y acabada.
(Que no quede nada...
Que pase la mujer amada
por una dejada
estancia soñada)
No desear nada...
Perderse en la idea sagrada,
como una dorada
sombra en la alborada.
Juan Ramón Jiménez
Con la paciencia se persuade al juez; la lengua blanda tiene poder para quebrantar los huesos.
Escucha, hijo mÃo, hazte sabio, y tu corazón irá derecho en su camino. No te cuentes entre los que se emborrachan con vino ni con los que se llenan de carne, porque el bebedor y el glotón se empobrecen, y la flojera se vestirá de harapos. Escucha a tu padre, al que te engendró, no desprecies a tu madre cuando llegue a vieja. Adquiere la verdad, no la vendas; adquiere sabidurÃa, disciplina, inteligencia.
Escucha, hijo mÃo, hazte sabio, y tu corazón irá derecho en su camino. No te cuentes entre los que se emborrachan con vino ni con los que se llenan de carne, porque el bebedor y el glotón se empobrecen, y la flojera se vestirá de harapos. Escucha a tu padre, al que te engendró, no desprecies a tu madre cuando llegue a vieja. Adquiere la verdad, no la vendas; adquiere sabidurÃa, disciplina, inteligencia.
Sagradas Escrituras
Jesús, el dulce, viene...
Las noches huelen a romero...
¡Oh, qué pureza tiene
la luna en el sendero!
Palacios, catedrales,
tienden la luz de sus cristales
insomnes en la sombra dura y frÃa...
Mas la celeste melodÃa
suena fuera...
Celeste primavera
que la nieve, al pasar, blanda, deshace,
y deja atrás eterna calma...
¡Señor del cielo, nace y esta vez en mi alma !
Las noches huelen a romero...
¡Oh, qué pureza tiene
la luna en el sendero!
Palacios, catedrales,
tienden la luz de sus cristales
insomnes en la sombra dura y frÃa...
Mas la celeste melodÃa
suena fuera...
Celeste primavera
que la nieve, al pasar, blanda, deshace,
y deja atrás eterna calma...
¡Señor del cielo, nace y esta vez en mi alma !
Juan Ramón Jiménez
Amor es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura, una deleitable dolencia, un alegre tormento, una fiera herida, una blanda muerte.
Fernando de Rojas
La propaganda es un arma blanda; sostenerlo en sus manos demasiado largo, y se moverá como una serpiente, y golpear al otro lado.
Jean Anouilh
El camino más seguro al infierno es el gradual -la suave ladera, blanda bajo el pie, sin giros bruscos, sin hitos, sin señales.
Clive Staples Lewis
Los pueblos son una cera blanda; todo depende de la mano que les imprime el sello.
Édouard René Lefebvre de  Laboulaye
Una discoteca, un juego de pelota blanda, uno pierde el amor, una manifestación del orgullo gay a la vez.
Jasmine Guy
Cuando llegué a la universidad, yo tenÃa la intención de estudiar cine. Pero me di cuenta de que mi cerebro se sentÃa blanda, asà que tomé algunas clases de matemáticas. Empecé a hacer muy bien en ellos, y la resolución de ecuaciones estaba presente, como, fiebre de drogas.
Danica McKellar
Transformar la dictadura en 'dicta-blanda' serÃa un error de consecuencias imprevisibles. Es justamente lo que el marxismo espera desde las sombras.
Jaime Guzmán
Érase una viejecita
Sin nadita que comer
Sino carnes, frutas, dulces,
Tortas, huevos, pan y pez
BebÃa caldo, chocolate,
Leche, vino, té y café,
Y la pobre no encontraba
Qué comer ni qué beber.
Y esta vieja no tenÃa
Ni un ranchito en que vivir
Fuera de una casa grande
Con su huerta y su jardÃn
Nadie, nadie la cuidaba
Sino Andrés y Juan y Gil
Y ocho criados y dos pajes
De librea y corbatÃn
Nunca tuvo en qué sentarse
Sino sillas y sofás
Con banquitos y cojines
Y resorte al espaldar
Ni otra cama que una grande
Más dorada que un altar,
Con colchón de blanda pluma,
Mucha seda y mucho olán.
Y esta pobre viejecita
Cada año, hasta su fin,
Tuvo un año más de vieja
Y uno menos que vivir
Y al mirarse en el espejo
La espantaba siempre allÃ
Otra vieja de antiparras,
Papalina y peluquÃn.
Y esta pobre viejecita
No tenÃa que vestir
Sino trajes de mil cortes
Y de telas mil y mil.
Y a no ser por sus zapatos,
Chanclas, botas y escarpÃn,
Descalcita por el suelo
Anduviera la infeliz
Apetito nunca tuvo
Acabando de comer,
Ni gozó salud completa
Cuando no se hallaba bien
Se murió del mal de arrugas,
Ya encorvada como un tres,
Y jamás volvió a quejarse
Ni de hambre ni de sed.
Y esta pobre viejecita
Al morir no dejó más
Que onzas, joyas, tierras, casas,
Ocho gatos y un turpial
Duerma en paz, y Dios permita
Que logremos disfrutar
Las pobrezas de esa pobre
Y morir del mismo mal.
Sin nadita que comer
Sino carnes, frutas, dulces,
Tortas, huevos, pan y pez
BebÃa caldo, chocolate,
Leche, vino, té y café,
Y la pobre no encontraba
Qué comer ni qué beber.
Y esta vieja no tenÃa
Ni un ranchito en que vivir
Fuera de una casa grande
Con su huerta y su jardÃn
Nadie, nadie la cuidaba
Sino Andrés y Juan y Gil
Y ocho criados y dos pajes
De librea y corbatÃn
Nunca tuvo en qué sentarse
Sino sillas y sofás
Con banquitos y cojines
Y resorte al espaldar
Ni otra cama que una grande
Más dorada que un altar,
Con colchón de blanda pluma,
Mucha seda y mucho olán.
Y esta pobre viejecita
Cada año, hasta su fin,
Tuvo un año más de vieja
Y uno menos que vivir
Y al mirarse en el espejo
La espantaba siempre allÃ
Otra vieja de antiparras,
Papalina y peluquÃn.
Y esta pobre viejecita
No tenÃa que vestir
Sino trajes de mil cortes
Y de telas mil y mil.
Y a no ser por sus zapatos,
Chanclas, botas y escarpÃn,
Descalcita por el suelo
Anduviera la infeliz
Apetito nunca tuvo
Acabando de comer,
Ni gozó salud completa
Cuando no se hallaba bien
Se murió del mal de arrugas,
Ya encorvada como un tres,
Y jamás volvió a quejarse
Ni de hambre ni de sed.
Y esta pobre viejecita
Al morir no dejó más
Que onzas, joyas, tierras, casas,
Ocho gatos y un turpial
Duerma en paz, y Dios permita
Que logremos disfrutar
Las pobrezas de esa pobre
Y morir del mismo mal.
Rafael Pombo
Sobre tema de Ella Wheeler, dedicado a mi amigo C. M. S.
Como Fray Luis tras de su largo encierro
«DecÃamos ayer...» también digamos.
¿Han pasado años? En la cuenta hay yerro,
O nosotros con ellos no pasamos.
Donde ayer lo dejamos, dulce dueño.
Recomencemos. Recogiendo amantes.
Los rotos hilos del antiguo sueño.
Sigamos arrullándolo como antes.
Respetuosa apartemos la mirada
de tumbas que haya entre partida y vuelta.
Y si hubiere una lágrima ya helada
ruede al calor del corazón disuelta.
Olvidemos la herrumbre que en el oro
de la rica ilusión depuso el llanto,
y los hielos que pálido, inodoro
dejaron el jardÃn que amamos tanto.
Olvidemos el hado que hizo injusto
de nuestros corazones su juguete,
y regalemos la orfandad del gusto
con el añejo néctar del banquete.
¡No es tarde, es tiempo! Olvida la Ãgnea huella
que al arador pesar cruzó en frente.
Para mis ojos tú siempre eres bella
yo para ti soy llama siempre ardiente:
Llama que hoy mismo a mi pupila frÃa
surge desde el recóndito santuario
pese a la nieve que en mi sien rocÃa
el invierno precoz del solitario.
MÃrame en estos ojos que tu imagen
extáticos copiaron tantas veces.
Allà estas tú, sin lágrimas que te ajen
ni tiempo que interponga sus dobleces.
Búscame sólo allÃ, que yo entretanto
en los tiernos abismos de tus ojos
torno a encontrar mi disipado encanto,
la juventud que te ofrendé de hinojos.
¡Mi juventud!, espléndida al intenso
reverberar de tu alma ingenua y pura,
con brisas de verano por incienso,
y por palma de triunfo tu hermosura.
¡Mi juventud!, por tÃtulo divino
espigadora en todo lo creado;
nauta en persecución del vellocino
de cuanto fuese de tu culto agrado.
Islas de luz del cielo, margaritas
de colgantes jardines y hondos mares,
néctar de espirituales sibaritas,
soplos de Dios a humanos luminares:
Las miradas del sabio más profundas
y del tal vez más sabio anacoreta;
las perlas de Arte, hijas de amor fecundas;
la suma voz de todo gran poeta.
Esas trombas de lÃrica armonÃa,
infiernos de pasión divinizados,
en que nos arrebatan a porfÃa
todos los embelesos conjurados:
Auras de aquella cima do confluyen
Hermosura y Verdad, pareja santa,
y las dos una misma constituyen,
y espÃritu de amor sus nupcias canta.
Buscar palabra al silencioso drama
de la contemplación, mÃstica guerra
entre Dios, Padre amante que reclama
al eterno extranjero de la tierra;
y esta madre de muerte, inmensa y bella
Venus que al por nos nutre y nos devora,
y presintiendo que escapamos de ella
con tanto hechizo nos abraza y llora.
Leer amor en tanta ruda espina
que escarnece a la fe y angustia al bueno.
Mostrar flores del alma en la ruïna,
luz en la oscuridad, oro en el cieno.
La flor de cuanto existe, oro celeste,
único que halagando tu alma noble
brindara en vago esparcimiento agreste
a nuestro doble ser regalo doble;
tal era mi tributo. Una confianza,
una sonrisa, una palabra tuya,
retorno abrumador, que en mi balanza
Dios, no un mortal, será quien retribuya.
Pero todo en redor, la limpia esfera,
el bosque, el viento, el pajarillo amable
semejaba, en tu obsequio, que quisiera
pagar por mà la dádiva impagable.
Aún veo sobre el carbón de tus pupilas
el arrebol fascinador de ocaso;
veo la vacada, escucho las esquilas:
va entrando en su redil paso entre paso.
Escucha, recelosa de la sombra,
la blanda codorniz que al nido llama
y al sentirnos parece que te nombra
y que por verte se empinó en la rama.
Escúchate a ti misma entre el concento
de aquella fiesta universal de amores,
cuando nos coronaba el firmamento
ciñéndonos de púrpura y de flores.
Esas flores murieron. Pero ¿has muerto
tú, fragancia inmortal del alma mÃa?
Años y años pasaron. Pero ¿es cierto
o es visión que existimos todavÃa?
Juntos aquà como esa tarde estamos,
y el mismo cielo es ara suntuosa
de aquel amor que entonces nos juramos
y hoy, en los mismos dos, arde y rebosa.
Ahà está el campo, el mirador collado,
el pasmoso horizonte, el sol propicio;
la cúpula y el templo no han variado.
Vuelva el glorificante sacrificio.
¿Y no ha herido tal vez tu fantasÃa
que aquella tarde insólita, imponente,
fue sólo misteriosa profecÃa
de este rnisteriosÃsimo presente. . . ?
En aquel hinmo universal, un dejo
percibà melancólico; y al fondo
de una lágrima tuya vi el bosquejo
del duelo que hoy en lo pasado escondo.
Pasó... Pero esa tarde en su misterio
citó para otra tarde nuestra vida.
Y hela aquÃ. El alma recobró su imperio
del sol abrasador a la caÃda.
¡La tarde!, la hora del perfecto aroma,
la hora de fe, de intimidad perfecta,
cuando Dios sobre el sol que se desploma
el infinito incógnito proyecta.
Cuanto es ya el suelo en fuego y tintes falto,
es de ardiente el espÃritu y profundo;
y abiertas las esclusas de lo alto
flotamos como en brisas de otro mundo.
Ve cómo el blanco Véspero fulgura,
pasando intacto el arrebol sangriento.
¡Es la Amistad!, la roca firme y pura
que sirve a nuestro amor de hondo cimiento.
Nadie dejó de amar si amó de veras.
Cuando en árido tronco te encarnices
con la segur, tal vez lo regeneras
si son como las nuestras sus raÃces.
Y antes te sonará más dulcemente
templada en el raudal de los gemidos,
la antigua voz que murmuraba ardiente
la música de mi alma en tus oÃdos.
¿Han pasado años?... Puede ser. ¿Quién halla
que el Tiempo sólo arrumbe o dañe o borre?
¡Cuánta espina embotó! ¡Qué de iras calla!
¡Su olvido a cuántos mÃseros socorre!
Para los dos el ministerio suyo
fue de ungido de Dios y extremo amigo.
Te veo sagrada, y sacro cuanto es tuyo,
y como de un cristal al casto abrigo.
En torno a ti, y a cuanto es tuyo, encuentro
halo de luz, atmósfera de santo;
como al santuario a visitarte hoy entro
y algo hay solemne en tu adorable encanto.
¡Dulce es sentir que hay almas, y que aman!
Su amor... inerme el tiempo para ellas...
Las vuelve, al Dios que férvidas aclaman,
como Él las hizo... jóvenes y bellas.
Han pasado años, sÃ... ¡por fin pasaron!
¡Rudo tropel que atravesó el camino!
Como Fray Luis tras de su largo encierro
«DecÃamos ayer...» también digamos.
¿Han pasado años? En la cuenta hay yerro,
O nosotros con ellos no pasamos.
Donde ayer lo dejamos, dulce dueño.
Recomencemos. Recogiendo amantes.
Los rotos hilos del antiguo sueño.
Sigamos arrullándolo como antes.
Respetuosa apartemos la mirada
de tumbas que haya entre partida y vuelta.
Y si hubiere una lágrima ya helada
ruede al calor del corazón disuelta.
Olvidemos la herrumbre que en el oro
de la rica ilusión depuso el llanto,
y los hielos que pálido, inodoro
dejaron el jardÃn que amamos tanto.
Olvidemos el hado que hizo injusto
de nuestros corazones su juguete,
y regalemos la orfandad del gusto
con el añejo néctar del banquete.
¡No es tarde, es tiempo! Olvida la Ãgnea huella
que al arador pesar cruzó en frente.
Para mis ojos tú siempre eres bella
yo para ti soy llama siempre ardiente:
Llama que hoy mismo a mi pupila frÃa
surge desde el recóndito santuario
pese a la nieve que en mi sien rocÃa
el invierno precoz del solitario.
MÃrame en estos ojos que tu imagen
extáticos copiaron tantas veces.
Allà estas tú, sin lágrimas que te ajen
ni tiempo que interponga sus dobleces.
Búscame sólo allÃ, que yo entretanto
en los tiernos abismos de tus ojos
torno a encontrar mi disipado encanto,
la juventud que te ofrendé de hinojos.
¡Mi juventud!, espléndida al intenso
reverberar de tu alma ingenua y pura,
con brisas de verano por incienso,
y por palma de triunfo tu hermosura.
¡Mi juventud!, por tÃtulo divino
espigadora en todo lo creado;
nauta en persecución del vellocino
de cuanto fuese de tu culto agrado.
Islas de luz del cielo, margaritas
de colgantes jardines y hondos mares,
néctar de espirituales sibaritas,
soplos de Dios a humanos luminares:
Las miradas del sabio más profundas
y del tal vez más sabio anacoreta;
las perlas de Arte, hijas de amor fecundas;
la suma voz de todo gran poeta.
Esas trombas de lÃrica armonÃa,
infiernos de pasión divinizados,
en que nos arrebatan a porfÃa
todos los embelesos conjurados:
Auras de aquella cima do confluyen
Hermosura y Verdad, pareja santa,
y las dos una misma constituyen,
y espÃritu de amor sus nupcias canta.
Buscar palabra al silencioso drama
de la contemplación, mÃstica guerra
entre Dios, Padre amante que reclama
al eterno extranjero de la tierra;
y esta madre de muerte, inmensa y bella
Venus que al por nos nutre y nos devora,
y presintiendo que escapamos de ella
con tanto hechizo nos abraza y llora.
Leer amor en tanta ruda espina
que escarnece a la fe y angustia al bueno.
Mostrar flores del alma en la ruïna,
luz en la oscuridad, oro en el cieno.
La flor de cuanto existe, oro celeste,
único que halagando tu alma noble
brindara en vago esparcimiento agreste
a nuestro doble ser regalo doble;
tal era mi tributo. Una confianza,
una sonrisa, una palabra tuya,
retorno abrumador, que en mi balanza
Dios, no un mortal, será quien retribuya.
Pero todo en redor, la limpia esfera,
el bosque, el viento, el pajarillo amable
semejaba, en tu obsequio, que quisiera
pagar por mà la dádiva impagable.
Aún veo sobre el carbón de tus pupilas
el arrebol fascinador de ocaso;
veo la vacada, escucho las esquilas:
va entrando en su redil paso entre paso.
Escucha, recelosa de la sombra,
la blanda codorniz que al nido llama
y al sentirnos parece que te nombra
y que por verte se empinó en la rama.
Escúchate a ti misma entre el concento
de aquella fiesta universal de amores,
cuando nos coronaba el firmamento
ciñéndonos de púrpura y de flores.
Esas flores murieron. Pero ¿has muerto
tú, fragancia inmortal del alma mÃa?
Años y años pasaron. Pero ¿es cierto
o es visión que existimos todavÃa?
Juntos aquà como esa tarde estamos,
y el mismo cielo es ara suntuosa
de aquel amor que entonces nos juramos
y hoy, en los mismos dos, arde y rebosa.
Ahà está el campo, el mirador collado,
el pasmoso horizonte, el sol propicio;
la cúpula y el templo no han variado.
Vuelva el glorificante sacrificio.
¿Y no ha herido tal vez tu fantasÃa
que aquella tarde insólita, imponente,
fue sólo misteriosa profecÃa
de este rnisteriosÃsimo presente. . . ?
En aquel hinmo universal, un dejo
percibà melancólico; y al fondo
de una lágrima tuya vi el bosquejo
del duelo que hoy en lo pasado escondo.
Pasó... Pero esa tarde en su misterio
citó para otra tarde nuestra vida.
Y hela aquÃ. El alma recobró su imperio
del sol abrasador a la caÃda.
¡La tarde!, la hora del perfecto aroma,
la hora de fe, de intimidad perfecta,
cuando Dios sobre el sol que se desploma
el infinito incógnito proyecta.
Cuanto es ya el suelo en fuego y tintes falto,
es de ardiente el espÃritu y profundo;
y abiertas las esclusas de lo alto
flotamos como en brisas de otro mundo.
Ve cómo el blanco Véspero fulgura,
pasando intacto el arrebol sangriento.
¡Es la Amistad!, la roca firme y pura
que sirve a nuestro amor de hondo cimiento.
Nadie dejó de amar si amó de veras.
Cuando en árido tronco te encarnices
con la segur, tal vez lo regeneras
si son como las nuestras sus raÃces.
Y antes te sonará más dulcemente
templada en el raudal de los gemidos,
la antigua voz que murmuraba ardiente
la música de mi alma en tus oÃdos.
¿Han pasado años?... Puede ser. ¿Quién halla
que el Tiempo sólo arrumbe o dañe o borre?
¡Cuánta espina embotó! ¡Qué de iras calla!
¡Su olvido a cuántos mÃseros socorre!
Para los dos el ministerio suyo
fue de ungido de Dios y extremo amigo.
Te veo sagrada, y sacro cuanto es tuyo,
y como de un cristal al casto abrigo.
En torno a ti, y a cuanto es tuyo, encuentro
halo de luz, atmósfera de santo;
como al santuario a visitarte hoy entro
y algo hay solemne en tu adorable encanto.
¡Dulce es sentir que hay almas, y que aman!
Su amor... inerme el tiempo para ellas...
Las vuelve, al Dios que férvidas aclaman,
como Él las hizo... jóvenes y bellas.
Han pasado años, sÃ... ¡por fin pasaron!
¡Rudo tropel que atravesó el camino!
Rafael Pombo