Camilo jose cera ( 2 )
Camilo jose cera. Encuentra docenas de camilo jose cera con fotos para copiar y compartir.
Ideas? Mi cabeza está llena de ellos, uno después del otro, pero no sirven para nada allí. Ellos deben ponerse en un papel, uno tras otro.
Camilo Jose Cela
-Lo que yo quiero -decía don Nicolás a su sobrino Pedrito, que hacía unos versos muy finos y estudiaba Filosofía y letras- es una cachonda con arrobas que me haga gozar, ¿me entiendes?, una tía que este apretada que tenga a donde agarrarse. Todo lo demás son monsergas y juegos florales.
Camilo José Cela
El nacionalista cree que el lugar donde nació es el mejor lugar del mundo; y eso no es cierto. El patriota cree que el lugar donde nació se merece todo el amor del mundo; y eso sí es cierto.
Camilo José Cela
Seguimos en las mismas inútiles resignaciones... Es grave confundir la anestesia con la esperanza...
Camilo José Cela
No usemos la lengua para la guerra, y menos para la guerra de las lenguas, sino para la paz, y sobre todo para la paz entre las lenguas. De la defensa de la lengua, de todas las lenguas, sale su fortaleza, y en su cultivo literario y siempre progresivo se fundamenta su auge y su elástica y elegante vigencia.
Camilo José Cela
No hay fórmula más eficaz para que una idea germine, que la de bañarla en sangre o cerrarla bajo siete llaves.
Camilo José Cela
Celestino se queda perplejo, sin saber qué hacer. Piensa romperle un sifón en la cabeza, por fresco, pero se acuerda: Entregarse a la ira ciega es señal de que se está cerca de la animalidad. Quita su libro de encima de los botellines y lo guarda en el cajón. Hay días en que se le vuelve a uno el santo de espaldas, en que hasta Nietzsche parece como pasarse a la acera contraria.
Camilo José Cela
La polisemia de nación lleva lastrando la capacidad de ponerse de acuerdo acerca del futuro del reino de España desde el momento mismo en que se aprobó la Constitución de 1978.
Camilo José Cela
La muerte es de una vulgaridad absoluta; todos los nacidos terminan pasando por ella.
Camilo José Cela
Una huelga de intelectuales, que es un supuesto improbable, paralizaría la marcha del mundo.
Camilo José Cela
Es grave confundir la anestesia con la esperanza; también lo es tomar el noble rábano de la paciencia por las ruines hojas lacias, ajadas, trémulas- de la renunciación.
Camilo José Cela
En el servicio aprendió a leer, a escribir y a sumar, y perdió la inocencia. Abrió la tahona, se casó, tuvo doce hijos, compró un calendario y se sentó a ver pasar el tiempo. Los patriarcas antiguos debieron ser bastante parecidos al señor Ramón.
Camilo José Cela
No hay violencia admisible aun la violencia puesta al servicio de la causa justa, concepto que el ser humano puede creer pero no precisar.
Camilo José Cela
El argot, hijo mío, es un poco ese pariente tarambana a quien todos envidian y todos fingen despreciar.
Camilo José Cela
Las mujeres están para ser gustadas. Después, unas se dejan, otras no... Eso va ya por provincias.
Camilo José Cela
Cuando viajo, lo que más me interesa es la gente, porque solo hablando con ella se conoce el ambiente.
Camilo José Cela
La mañana, esa mañana eternamente repetida, juega poco, sin embargo, a cambiar la faz de la ciudad, ese sepulcro, es cucaña, es colmena... ¡Que Dios nos coja confesados!
Camilo José Cela
La Filo llora mientras dos de los hijos, al lado de la cama, miran sin comprender: los ojos llenos de lágrimas, la expresión vagamente triste, casi perdida, como la de esas terneras que aún alientan- la humeante sangre sobre las losas del suelo ? mientras lamen, con la torpe lengua de los últimos instantes, la roña de la blusa del matarife que las hiere, indiferente como un juez: la colilla en los labios, el pensamiento en cualquier criada y una romanza de zarzuela en la turbia voz.
Camilo José Cela
La historia tiene ya el número de páginas suficientes para enseñarnos dos cosas: que jamás los poderosos coincidieron con los mejores, y que jamás la política (contra todas las apariencias) fue tejida por los políticos (meros canalizadores de la inercia histórica).
Camilo José Cela
Volqué el arca en la bolsa, la despensa en la alforja y el lastre de los malos pensamientos en el fondo del pozo y, aprovechándome de la noche como un ladrón, cogí el portante, enfilé la carretera y comencé a caminar ?sin saber demasiado a dónde ir? campo adelante y tan seguido que, cuando amaneció y el cansancio que notaba en los huesos ya era mucho, quedaba el pueblo, cuando menos, tres leguas a mis espaldas.
Camilo José Cela
La fidelidad a los demás, si no coincide, como una moneda con otra moneda, con la violenta y propia fidelidad al dictado de nuestra conciencia, no es maña de mayor respeto que la disciplina ? o los reflejos condicionados ? del caballo del circo.
Camilo José Cela
Que no hay peor odio que el de la misma sangre, [... ], porque a nadie se odia más con más intensos bríos que a aquello a que uno se parece y uno llega a aborrecer el parecido.
Camilo José Cela
Si te viese aparecer entre las nubes, Eliacim, con unas alas bien cosidas a la espalda, como un ángel, e incluso con una varita de la virtud en la mano, como un hada, probablemente enloquecería de tristeza.
Las nubes, hijo mío, con sus blandas cárcavas y sus cimientos movibles, guardan indescifrables teoremas cuyo planteamiento no es sano para los hombres. ¿Te acuerdas de aquel escalatorres, Eliacim, que un día de niebla escaló, una por una, todas las nubes del cielo y desapareció para siempre? Según los pastores de las montañas, que lo vieron, tenía la cabeza hueca y en su calavera se empollaban los minúsculos huevecillos de las tormentas, los huevecillos que, al reventar, sobrecogen al mundo.
Las nubes, Eliacim, se forman con las almas de quienes mueren en la horca y con las almas, también, de los niños que pecan antes de tiempo. Por eso, en los países del sol, suceden, a veces, cosas inexplicables, misteriosas y agudísimas cosas inexplicables.
Si te viese aparecer entre las nubes, Eliacim, estoy segura que enloquecería de tristeza. No es como un ángel como yo te quiero, hijo mío. Tampoco como habitante de la nube blanca, de la nube gris, de la nube negra.
Es de una manera mucho más sencilla e imposible.
Las nubes, hijo mío, con sus blandas cárcavas y sus cimientos movibles, guardan indescifrables teoremas cuyo planteamiento no es sano para los hombres. ¿Te acuerdas de aquel escalatorres, Eliacim, que un día de niebla escaló, una por una, todas las nubes del cielo y desapareció para siempre? Según los pastores de las montañas, que lo vieron, tenía la cabeza hueca y en su calavera se empollaban los minúsculos huevecillos de las tormentas, los huevecillos que, al reventar, sobrecogen al mundo.
Las nubes, Eliacim, se forman con las almas de quienes mueren en la horca y con las almas, también, de los niños que pecan antes de tiempo. Por eso, en los países del sol, suceden, a veces, cosas inexplicables, misteriosas y agudísimas cosas inexplicables.
Si te viese aparecer entre las nubes, Eliacim, estoy segura que enloquecería de tristeza. No es como un ángel como yo te quiero, hijo mío. Tampoco como habitante de la nube blanca, de la nube gris, de la nube negra.
Es de una manera mucho más sencilla e imposible.
Camilo José Cela
La idea de la muerte llega siempre con paso de lobo, con andares de
culebra, como todas las peores imaginaciones. Nunca de repente llegan
las ideas que nos trastornan; lo repentino ahoga unos momentos, pero
nos deja, al marchar, largos años de vida por delante. Los pensamientos
que nos enloquecen con la peor de las locuras, la de la tristeza, siempre
llegan poco a poco y como sin sentir, como sin sentir invade la niebla los
campos, o la tisis los pechos. Avanza, fatal, incansable, pero lenta,
despaciosa, regular como el pulso. Hoy no la notamos; a lo mejor
mañana tampoco, ni pasado mañana, ni en un mes entero. Pero pasa ese
mes y empezamos a sentir amarga la comida, como doloroso el
recordar, ya estamos picados. Al correr de los días y las noches nos
vamos volviendo huraños, solitarios; en nuestra cabeza se cuecen las
ideas, las ideas que han de ocasionar el que nos corten la cabeza donde
se cocieron, quién sabe si para que no siga trabajando tan atrozmente.
Pasamos a lo mejor hasta semanas enteras sin variar; los que nos
rodean se acostumbraron ya a nuestra adustez y ya ni extrañan siquiera
nuestro extraño ser. Pero un día el mal crece, como los árboles, y
engorda, y ya no saludamos a la gente; y vuelven a sentirnos como raros
y como enamorados. Vamos enflaqueciendo, enflaqueciendo, y nuestra
barba hirsuta es cada vez más lacia. Empezamos a sentir el odio que nos
mata; ya no aguantamos el mirar; nos duele la conciencia, pero ¡no
importa!, ¡más vale que duela! Nos escuecen los ojos, que se llenan de
agua venenosa cuando miramos fuerte. El enemigo nota nuestro anhelo,
pero está confiado; el instinto no miente. (...) Cuando huimos como las
corzas, cuando el oído sobresalta nuestros sueños, estamos ya minados
por el mal; ya no hay solución, ya no hay arreglo posible. Empezamos a
caer, vertiginosamente ya, para no volvernos a levantar de vida. Quizás
para levantarnos un poco a última hora, antes de caer de cabeza hasta
el infierno... Mala cosa.
culebra, como todas las peores imaginaciones. Nunca de repente llegan
las ideas que nos trastornan; lo repentino ahoga unos momentos, pero
nos deja, al marchar, largos años de vida por delante. Los pensamientos
que nos enloquecen con la peor de las locuras, la de la tristeza, siempre
llegan poco a poco y como sin sentir, como sin sentir invade la niebla los
campos, o la tisis los pechos. Avanza, fatal, incansable, pero lenta,
despaciosa, regular como el pulso. Hoy no la notamos; a lo mejor
mañana tampoco, ni pasado mañana, ni en un mes entero. Pero pasa ese
mes y empezamos a sentir amarga la comida, como doloroso el
recordar, ya estamos picados. Al correr de los días y las noches nos
vamos volviendo huraños, solitarios; en nuestra cabeza se cuecen las
ideas, las ideas que han de ocasionar el que nos corten la cabeza donde
se cocieron, quién sabe si para que no siga trabajando tan atrozmente.
Pasamos a lo mejor hasta semanas enteras sin variar; los que nos
rodean se acostumbraron ya a nuestra adustez y ya ni extrañan siquiera
nuestro extraño ser. Pero un día el mal crece, como los árboles, y
engorda, y ya no saludamos a la gente; y vuelven a sentirnos como raros
y como enamorados. Vamos enflaqueciendo, enflaqueciendo, y nuestra
barba hirsuta es cada vez más lacia. Empezamos a sentir el odio que nos
mata; ya no aguantamos el mirar; nos duele la conciencia, pero ¡no
importa!, ¡más vale que duela! Nos escuecen los ojos, que se llenan de
agua venenosa cuando miramos fuerte. El enemigo nota nuestro anhelo,
pero está confiado; el instinto no miente. (...) Cuando huimos como las
corzas, cuando el oído sobresalta nuestros sueños, estamos ya minados
por el mal; ya no hay solución, ya no hay arreglo posible. Empezamos a
caer, vertiginosamente ya, para no volvernos a levantar de vida. Quizás
para levantarnos un poco a última hora, antes de caer de cabeza hasta
el infierno... Mala cosa.
Camilo José Cela
se prohibe hablar se prohibe mirar para los lados se prohibe fumar se prohibe pensar sólo se permiten la soledad la tristeza y el vacío el buen trabajador mortal trabaja y muere no es otra su misión tampoco tiene más misión que apretar la tuerca que ve delante de sus ojos durante cinco segundos se prohíbe saber que hay árboles y pájaros la luna las nubes las olas una hoja de color dorado a la que lleva el viento una mujer a la que se le estremecen de amorosa forma casi imperceptible las aletas de la nariz el tiempo es oro y la sociedad precisa que no se dilapide el oro vete siempre mirando para el suelo llega a tu casa cansado y con el desierto habitándote la cabeza nadie te espera si no es para descargar sobre tus espaldas su malhumor debes acostumbrarte a sentirte orgulloso de que el hombre haya llegado a la luna y de que el dolor pueda transmitirse vía satélite nadie quiere decir que la rebelión de la máquina ha esclavizado al hombre
Camilo José Cela
hubo de conocer al hombre que había de labrarle la ruina; no la de la honra; que bien arruinada debía de andar ya por entonces, sino la del bolsillo, que una vez perdida aquélla, era por la única que tenía que mirar.
Camilo José Cela
A la sociedad, para ser feliz en su anestesia (las hojas del rábano de la esperanza), le sobran los escritores.
Camilo José Cela
Un pueblo no es independiente cuando ha sacudido las cadenas de sus amos, empieza a serlo cuando se ha arrancado de su ser los vicios de la vencida esclavitud, y para patria y vivir nuevos, alza e informa conceptos de la vida radicalmente opuestos a la costumbre de servilismo pasado, a las memorias de debilidad y de lisonja que las dominaciones despóticas usan como elementos de dominio sobre los pueblos esclavos.
José MartÃ
Yo no sé desde dónde, hacia dónde, ni cuándo regresarás... sé solo que te estaré esperando
José Angel Buesa