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Cartas para mi novio ( 4 )

Cartas para mi novio. Encuentra docenas de cartas para mi novio con fotos para copiar y compartir.


Fábula Del Aguador Y La Ciudad de Enfrente

Ella confunde la piel con algún río
y al corazón con la ciudad de enfrente
F. A. Dopico

Ella confunde la piel con un estanque
canta junto a mi oído su vieja melodía.
Yo le traía el agua
vaciaba la botija en sus arenas
mitigaba su sed.
La sed mi corazón en la ciudad de enfrente
un río subterráneo para mis pies cansados.
Yo ganaba su sed
y me iba a buscar frutas al pie de la montaña
para escanciar el néctar sobre sus dientes nuevos.
Un día no volví
al pie de la montaña era el abismo
pozo donde caer agua que hierve.
Ella confunde el corazón con una espera larga
canta junto a la fuente
espera por las aguas que no llegan.
Oh mi ciudad dormida
qué silbido recuerda a las aguas de antaño
que corriente vendrá de nuevo a tus orillas.


Odette Alonso


Tengo Marcado Un Nombre

Tengo marcado un nombre
no sé por quién, ni donde. Tengo un número
como deben tenerlo las plantas y los pájaros.
Me llaman y respondo.
Me vuelven a llamar desde una cima,
debajo de una roca, en un bosque desierto.
Me vuelvan a llamar desde una iglesia,
desde una sobremesa familiar, desde un amigo.
Me vuelven a llamar desde una tumba.

Sé que pude ser ciervo,
o pude ser encina, o no pasar de tierra.

Para decir: ya voy, tengo una voz concreta
que no me sé escuchar porque no es mía.
Parte de mí y se esconde,
aunque presiento que después de todo
he de volver a verla.

Es fácil responder,
A veces solo basta mirar o ser mirado
o sentirse sabido de memoria.
Puede ser suficiente
abrir los ojos, extender los brazos
y decir: aquí estoy.

Contestar es vivir. Basta gritar: ¡alerta!
La muerte debe ser
la primera llamada incontestable.


Rafael Guillén




Carta de Roma

Te escribo, amor, desde la primavera.

Crucé la mar para poder decirte
que, bajo el cielo de la tarde, Roma
tiene otro cielo de golondrinas,
y entre los dos un ángel de oro pasa
danzando.

La cascada de piedra que desciende
por Trinitá dei Monti hasta la plaza,
se detuvo de pronto y ahora suben
azaleas rosadas por su cuerpo.

Los árboles repiten siete veces
la música del viento en las colinas,
y el húmedo llamado de las fuentes
guía mis pasos.

Más bella que en el aire
una rota columna hallé en el césped,
caída en el abrazo de una rosa.

Cuando fluye la luz,
cuando se para
el tiempo,
asomada a los puentes Roma busca
su imagen sobre el Tevere,
y en vez del nombre suyo ve que tiembla
tu nombre, amor, en el rodante espejo.


Meira Delmar


Anverso

No veo tu sonrisa entre mis labios
apurar la prolongada espera
en tu abandono de luciérnaga a la noche;
sólo tengo asida entre mis brazos
la inexpresable lucha
de penetrar en el bosque sin fondo de tu sueño
que empieza en la penumbra.
Solo el afán de arañar las escamas de la tierra
y volcar la savia del origen
en tu canasto de riveras blandas,
para encontrarte a ti,
en el hueco de tus verdes plantaciones
como un todo revuelto entre mis manos.
Solo mis párpados abiertos
confundidos en el incendio de absorberte
en tu acuario de humo,
bajo la soledad de unos cerebros desyelmados.
No veo tu presencia desdoblada
ahondarme y contenerme,
sólo mi furia de hombre
en las grietas de ti misma
persiguiéndote sin alcanzarte.
Solo la noche posada en tus cabellos,
la noche raspándonos los ojos,
la noche uniéndonos y separándonos
como división eterna entre los cuerpos.


Homero Aridjis


La Primera Mujer Que Recorrió Mi Cuerpo...

La primera mujer que recorrió mi cuerpo
tenía labios de maga: labios verdes y azules,
con sabor a fruto silvestre,
con señales indescifrables como la miel o el aire.
Muchas veces incendió mis cabellos con siete granos y
siete aguas, con ensalmos que sonaban a campanillas
de barro, con nubes de copal que se mezclaban al embrión
que recorría mi frente coronada por ramos de albahaca.
Toda la noche ardía la pócima bajo mi cama.
Al día siguiente, un niño nacido después de mellizos
la arrojaba al río, de espaldas, para no ver el sitio
donde caía ni el vuelo repentino de los zopilotes.
Entre tanto, mi madre me contaba
lo que Colmillo Blanco no sabía de la nieve
y el recuerdo del mar era un espejismo bajo la sábanas.


Francisco Hernández


La Muchacha Que No Ha Visto El Mar

Rosa, la pobre Rosa, no ha visto nunca el mar.

Echa a volar su sueño en el campo vecino,
a la alondra demanda el secreto del trino
cuando lanza a los vientos su canción matinal;
sabe de dónde nace la fuente rumorosa,
distingue con su nombre a cada mariposa
y oye correr el agua y se pone a soñar...

Yo le pregunto: Rosa,
¿no has visto nunca el mar?

En infantil asombro menea dulcemente
la cabecita rubia ; sobre la blanca frente
cruza por vez primera una sombra fugaz,
y se sacian sus ojos en el breve horizonte
que a dos pasos limitan la verdura del monte,
el arroyo de plata y el tupido juncal.
Oye hablar a la selva, cuya voz escondida
guarda aun su misterio... ¡Es tan corta la vida
para saberlo todo...! Siente la inmensidad
de lo breve y humilde en el ritmo diverso
que palpita en el alma de su pobre universo,
y ante lo ignoto siente un ansia de llorar.
Del instante que pasa, la virtud milagrosa
le revela el espíritu que vive en cada cosa
y su blanca inocencia pugna por alcanzar
un recóndito enigma...
Y yo pienso que Rosa
no ha visto nunca el mar...


Enrique González Martínez




Romance de Los Vanos Encuentros

No preguntes quién pone en este canto
un alma destinada al sufrimiento
y un pobre corazón que te ama tanto.


I
Bronces de las ocho y media
nos llaman cada mañana
-entre tu casa y mi casa-
de dos cornisas y un breve saludos de camaradas.

¡Estás tan bella, vestida
de crujiente espuma blanca
baje ese sol de las ocho
que te ciñe y que te alaba!

Sus amarillas saetas
bordan en tu pelo el aura
que me recuerda las leves
imágenes de las santas.

(Pienso que rezarte a ti
tal vez me salvará el alma...)

II
Las campanas matinales
ponen música en la senda
por donde a tu escuela vas,
por donde voy a mi escuela.

Tontamente, tontamente
me vuelve la vieja idea
cada vez que nos cruzamos
en nuestras rutas opuestas:
pienso en el ayer que ataba
con una risa dos sendas,
cuando jamás nos cruzábamos
tú y yo en camino a la escuela.

Con una misma campana,
con una misma existencia,
y por una misma calle
con sol de las ocho y media...
Para nosotros, entonces,
había una sola escuela.

III
La señorita maestra
pasa vestida de blanco ;
en su oscuro pelo duerme
la noche aún, perfumado,
y en lo hondo de sus pupilas
yacen dormidos los astros.

Buenos días señorita
del caminar apurado;
cuando su voz me sonríe
olvido todos los pájaros,
cuando sus ojos me cantan
se torna el día más claro,
y subo la escalinata
un poco como volando,
y a veces digo lecciones.


Julio Cortázar


Gracely Square

Es un hermoso cuerpo ese que viene
hacia mí. Se detiene. Y me sonríe.

Qué bella esa sonrisa roja y húmeda
que se abre, como un sxo a mí ofrecido,
para preguntar algo que no entiendo.

Miro sus ojos claros. Pienso, mientras,
que su maravilloso cuerpo late
junto a mí. Están sus senos cercanísimos
a mi pecho y el vello en su entrepierna.

Se apretará, oprimido por las bragas,
que adivino adorables y minúsculas.
Y como un ruiseñor sonidos dulces
gorjea su garganta a mis oídos.

Ese increíble cuerpo habla conmigo.
Le respondo: «No sé». Se aparta el cuerpo
y veo que se alejan las caderas.

más perfectas de todo el universo.
He aprender inglés. Ahorita mismo.


José María Fonollosa


Cuento

Se enamoró de Aquiles la Tortuga
y fingió huir de él para atraerlo.

Cuenta el cruel Zenón que esa tortuga
no perdió nunca la virginidad.

Pero Cantor,
Bolzano,
Weierstrass,
rehabilitaron para siempre al héroe.

Otra versión (no menos conocida)
asegura que éste no alcanzó a la Tortuga
porque el tendón de Aquiles se torció en la carrera.


Ulalume González de León




Quise

A Susana Rivera

Quise mirar el mundo con tus ojos
ilusionados, nuevos,
verdes en su fondo
como la primavera.
Entré en tu cuerpo lleno de esperanza
para admirar tanto prodigio desde
el claro mirador de tus pupilas.
Y fuiste tú la que acabaste viendo
el fracaso del mundo con las mías.


Ángel González


Madrigales

I
Déjame ya ocultarme en tu recuerdo inmenso,
que me toca y me ciñe como una niebla amante;
y que la tibia tierra de tu carne me añore,
oh isla de alas rosadas, plegadas dulcemente.

Y estos versos fugaces que tal vez fueron besos,
y polen de florestas en futuros sin tiempo,
ya son como reflejos de lunas y de olvidos,
estos versos que digo, sin decir, a tu oído.

II
Llámame en la hondonada de tus sueños más dulces,
llámame con tus cielos, con tus nocturnos firmamentos,
llámame con tus noches desgarradas al fondo
por esa ala inmensa de imposible blancura.

Llámame en el collado, llámame en la llanura
y en el viento y la nieve, la aurora y el poniente,
llámame con tu voz, que es esa flor que sube
mientras a tierra caen llorándola sus pétalos.

III
No es para ti que, al fin, estas líneas escribo
en la página azul de este cielo nostálgico
como el viejo lamento del viento en el postigo
del día más floral entre los días idos.

Una palabra vuelve, pero no es tu palabra,
aunque fuera tu aliento que repite mi nombre,
sino mi boca húmeda de tus besos perdidos,
sino tus labios vivos en los míos, furtivos.

Y vuelve, cada siempre, entre el follaje alterno
de días y de noches, de soles y sombrías
estrellas repetidas, vuelve como el celaje
y su bandada quieta, veloz y sin fatiga.

No es para ti este canto que fulge de tus lágrimas,
no para ti este verso de melodías oscuras,
sino que entre mis manos tu temblor aún persiste
y en él, el fuego eterno de nuestras horas


Aurelio Arturo


Sensación En El Labio

Me da sorpresa bajar
por la ventura de mis emociones
porque para qué haber estado alta
si la fiebre la produce el recorrido.
Tengo un beso junto a la boca
y un tiempo para que dure
la sensación del beso que recibo
y la inscripción de la sinceridad.
Otro tiempo no lloraré sin saberlo
que es como ahora que por encima
de la conciencia está la voluntad
de sentir un beso junto a la boca.
Si ese beso se parte y va al labio
una senda del beso que se fue
se irá sin mí también
y no será simétrico.
Por eso es gran cosa.

1994


Concha García


La Espera Y La Esperanza

No es la esperanza, no. Solo es la espera
lo que fijo me tiene a tu querencia.
tu palpable regreso a mí, evidencia
una ignorada ansia pasajera.

Si mucho es esperarte, aún más fuera
esperanzarte. Ciega mi impotencia,
no sabe de accidentes ni de esencia.
De ahí, el querer, quizás lo que no quiera.

Para esperarte tengo el sentimiento.
Esperanzado, nada tengo. Un viento,
acaso, que me enlaza a lo lejano.

La esperanza es un premio gratuito
a la espera; un don casi infinito
por un merecimiento casi humano.


Rafael Guillén




Suelta Su Vago Humor de Vidrio

Suelta su vago humor de vidrio
contrito, mi alma; desde el fondo,
un burbujear de fango encrespa;
y el águila insomne que empollaba
en mí las brasas del valiente,
ya dormitando, cacarea.

Y así me van dejando, amigo;
así se enmustian mis guirnaldas.
Ni siquiera una pasión me mata:
de grietas torpes, de penumbras,
ciento de enfermedades sórdidas,
ya no me miro.

Ya mi fuerza
no anda con mis piernas; ni mis brazos
se cumplen moviéndose, ni medra
mi corazón en la alegría.

Luego, el ir viviendo, y el doliente
espejo, calvo en las almenas
de la cabeza; la oficina,
la mano cortada, la costumbre
de perder los gustos que uno amaba.

Piedra es mi lengua entre cenizas.
Pues cansado estoy, pues viejo a voces,
pues solamente voy jalando.
Un fruto seco reproducen
las costillas descorazonadas.

Ni por si acaso ya me miro;
en la cara aguanto, al descubierto
los resollares de la noche.

Pérfidamente, la vergüenza
benévola del carnicero,
vio la ilustración inalcanzable.

Y el vino y la sal y el pan y el agua
lloran, y me alejan sus guirnaldas
en conmistión; me desamparan
las brasas del poder, el águila
combustible; duerme el aspersorio
del orgullo, el verbo reviviente.

Amigo, amigo. Se enmustiaron
mis flores marchitas; en desgracia
recordando voy, como de vida.
Y para acabar, por no rendirme,
no canto ya ni me despido.


Rubén Bonifaz Nuño


Ascensión

Coronada la escoba de laurel, mirto, rosa,
es el héroe entre aquellos que afrontan la basura.
Para librar del polvo sin vuelo cada cosa
bajó, porque era palma y azul, desde la altura.

Su ardor de espada joven y alegre no reposa.
Delgada de ansiedad, pureza, sol, bravura,
azucena que barre sobre la misma fosa,
es cada vez más alta, más cálida, más pura.

¡Nunca! La escoba nunca será crucificada
porque la juventud propaga su esqueleto
que es una sola flauta, muda, pero sonora.

Es una sola lengua, sublime y acordada.
Y ante su aliento raudo se ausenta el polvo quieto,
y asciende una palmera, columna hacia la aurora.


Miguel Hernández


Si Fuera Todo Mar...

¡Si fuera todo mar,
para nunca salirme de tu senda!

¡Si Dios me hiciera viento,
para siempre encontrarme por tus velas!

¡Si el universo acelerara el paso,
para romper los ecos de esta ausencia!

Cuando regreses, rodará en mi rostro
la enternecida claridad que sueñas.
Para mirarte, amado,
en mis ojos hay público de estrellas.

Cuando me tomes, trémulo,
habrá lirios naciendo por mi tierra,
y algún niño dormido de caricia
en cada nido azul que te detenga.

Nuestras almas, como ávidas gaviotas,
se tenderán al viento de la entrega,
y yo, fuente de olas, te haré cósmico...
¡Hay tanto mar nadando en mis estrellas!

Recogeremos albas infinitas,
las que duermen al astro en la palmera,
las que prenden el trino en las alondras
y levantan el sueño de las selvas.

En cada alba desharemos juntos
este poema exaltado de la espera,
y detendremos de emoción al mundo
al regalo nupcial de auroras nuestras.


Julia de Burgos


Collige, Virgo, Rosas

Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana.
Córtalas a destajo, desaforadamente,
sin pararte a pensar si son malas o buenas.
Que no quede ni una. Púlele los rosales
que encuentres a tu paso y deja las espinas
para tus compañeras de colegio. Disfruta
de la luz y del oro mientras puedas y rinde
tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico
que va por los jardines instilando veneno.
Goza labios y lengua, machácate de gusto
con quien se deje y no permitas que el otoño
te pille con la piel reseca y sin un hombre
(por lo menos) comiéndote las hechuras del alma.
Y que la negra muerte te quite lo bailado.

"Por fuertes y fronteras" 1996


Luis Alberto de Cuenca


Perdiéndome En Tu Cuerpo

Mi boca de poca risa
parte alegre hacia tu boca
y como siempre voy hacia tu cuerpo
estoy sin voz
a la hora de los besos.
Me detengo un minuto
en el silencio
para componer un canto a tus caricias
y voy perdiéndome en tu cuerpo.
La noche me envuelve lentamente
y las llaves de la casa
me recuerdan el regreso.


Orietta Lozano


En La Agonía Romántica

En el mismo escenario
donde hasta avanzado el siglo
los enamorados todavía se buscaban
y estrechaban por lo idílico,
posándose
"cada día sobre la ramita
que puede morir",
elevóse gradualmente un marco
de gustos crepusculares,
por las prostitutas de lujo
titilante rococó,
baudelaireanas correspondencias,

y allí acechaban
las Lou Andreas Salomé, Alma Malher,
proponiendo que a partir de sus romances,

exaltación de luminarias en ciernes
(el casto Nietzsche, Rilke el joven,
atraídos hacia la órbita de un texto
diáfano ya la vez temible),
caducarían todos los estereotipos
femeninos hasta entonces conocidos,

y en trance ya de esfumarse
para siempre hasta el más leve
rastro del bíblico infundio
que asegura que la mujer no tiene
potestad sobre su cuerpo.

De "Obra poética IV"


Alberto Girri


Luna de Abril

Luna de abril, descotada,
con aguazal circunscrito,
desnuda, con desnudez
pura de pecho con niño.
Luna llena, ubre de vaca,
con lucero becerrillo;
¡qué puro se pone el pecho
cuando se le cuelga el niño!

Esta noche yo no siento
ni sombra de odio por nadie
ni pena de verme preso,
ni ganas de que me quiten
los grillos que me pusieron.

Nada hay más impuro, nada,
que el pecho de las mujeres,
pero no hay nada más puro
ni mejor para mirarlo
que un pecho fuera del pecho
y un niño al lado.


Andrés Eloy Blanco


Lunas de Ayer

La luna, esta noche, la que nunca ha vuelto
vendrá para nosotros.

Porque hemos mentido, como en las lunas de ayer.
No habrá segunda parte esta vez.

Nuestro amor ha de ser como nunca fue,
un insensato amor, amor de dos
que nada necesitan ni nada desean
más que amarse.

Nuestro amor será así
o no será.


Harold Alvarado Tenorio


Si Has Perdido...

Si has perdido tu nombre,
recobraremos la puntada de las calles
más solas
para llamarte sin nombrarte.

Si has perdido tu casa,
despistaremos a los guardianes de la
cárcel
hasta dejarlos con su sombra y sin sus
muros.

Si has perdido el amor,
publicaremos un gran bando de palomas
desnudas
para atrasar la vida y darte tiempo.

Si has perdido tus límites,
recorreremos el cruento laberinto
hasta alzar otra forma desde el fondo.

Si has perdido tus ecos o tu origen,
los buscaremos, pero hacia adelante,
en el templo final de los orígenes.

Solamente si has perdido tu pérdida,
cortaremos el hilo
para empezar de nuevo.


Roberto Juarroz


Donde Fuiste Feliz...

Donde fuiste feliz alguna vez
no debieras volver jamás: el tiempo
habrá hecho sus destrozos, levantando
su muro fronterizo
contra el que la ilusión chocará estupefacta.
El tiempo habrá labrado,
paciente, tu fracaso
mientras faltabas, mientras ibas
ingenuamente por el mundo
conservando como recuerdo
lo que era destrucción subterránea, ruina.

Si la felicidad te la dio una mujer
ahora habrá envejecido u olvidado
y solo sentirás asombro
-el anticipo de las maldiciones.
Si una taberna fue, habrá cambiado
de dueño o de clientes
y tu rincón se habrá ocupado
con intrusos fantasmagóricos
que con su ajeneidad, te empujan a la calle, al vacío.
Si fue un barrio, hallarás
entre los cambios del urbano progreso
tu cadáver diseminado.

No debieras volver jamás a nada, a nadie,
pues toda historia interrumpida
tan solo sobrevive
para vengarse en la ilusión, clavarle
su cuchillo desesperado,
morir asesinando.

Mas sabes que la dicha es como un criminal
que seduce a su victima
que la reclama con atroz dulzura
mientras esconde la mano homicida.
Sabes que volverás, que te hallas condenado
a regresar, humilde, donde fuiste feliz.
Sabes que volverás
porque la dicha consistió en marcarte
con la nostalgia, convertirte
la vida en cicatriz;
y si has de ser leal, girarás errabundo
alrededor del desastre entrañable
como girase un perro ante la tumba
de su dueño... su dueño... su dueño...


Félix Grande


Estío

Una dura raigambre de alto helecho
he elegido por tumba prematura
en esta soledad de arena oscura
donde gime la sangre de mi pecho.

Lejos está el amor. Aquí cosecho
un bronco sol para mi sepultura.
Aquí crece mejor la quemadura
que quiero para el fondo de mi pecho.

Todo ese inmenso mar no bastaría
para volver la vida y la mirada
a esta osamenta gris, a este esqueleto.

Hace tiempo que amó. Ya no sabría
dar su ofrenda al amor, su calcinada
sangre, su corazón lejano y quieto.


José Luis Cano


A Florinda En Invierno

Al hombre mozo que te habló de amores
dijiste ayer, Florinda, que volviera,
porque en las manos te sobraban flores
para reírte de la Primavera.

Llegó el Otoño: cama y cobertores
te dio en su deshojar la enredadera
y vino el hombre que te habló de amores
y nuevamente le dijiste: -Espera.

Y ahora esperas tú, visión remota,
campiña gris, empalizada rota,
ya sin calor el póstumo retoño

que te dejó la enredadera trunca,
porque cuando el amor viene en Otoño,
si le dejamos ir no vuelve nunca.


Andrés Eloy Blanco


Alguien Pasa

Alguien pasa y pregunta
por los jazmines, madre.

Y yo guardo silencio.

Las palabras no acuden
en mi ayuda, se esconden
en el fondo del pecho, por no subir vestidas
de luto hasta mi boca,
y derramarse luego
en un río de lágrimas.

No sé si tú recuerdas
los días aún tempranos
en que ibas como un ángel
por el jardín, y dabas
a los lirios y rosas
su regalo de agua,
y las hojas marchitas
recogías en esa
tu manera tan suave
de tratar a las plantas
y a los que se acercaban
a tu amistad perfecta.

Yo sí recuerdo, madre,
tu oficio de ser tierna
y fina como el aire.

Una tarde un poeta
recibió de tus manos
un jazmín que cortaste
para él. Con asombro
te miró largamente
y se llevó a los labios,
reverente, la flor.

Se me quedó en la frente
aquel momento, digo
la frente cuando debo
decir el corazón.

Y se me va llenando
de nostalgia la vida,
como un vaso colmado
de un lento vino pálido,
si alguien pasa y pregunta
por los jazmines, madre.


Meira Delmar




Mientras Yo Te Besaba...

Mientras yo te besaba
te dormiste en mis brazos.
No lo olvidaré nunca.
Asomaban tus dientes
entre los labios:
fríos, distantes, otros.
Ya te habías ido.
Debajo de mi cuerpo seguía el tuyo,
y tu boca debajo de mi boca.
Pero tu navegabas
por mares silenciosos en los que yo no estaba.
Inmóvil y en silencio
nadabas alejándote
acaso para siempre....
Te abandoné en la orilla de tu sueños.
Con mi carne aún caliente
volví a mi sitio:
también yo mío ya, distante, otro.
Recuperé el disfraz sobre la arena.
"Adiós", te dije,
y entré en mi propio sueño,
mi propio sueño,
en el que tú no habitas.


Antonio Gala


Madre Naturaleza

Madre, madre, cansado y soñoliento
quiero pronto volver a tu regazo;
besar tu seno, respirar tu aliento
y sentir la indolencia de tu abrazo.

Tú no cambias, ni mudas, ni envejeces;
en ti se encuentra la virtud perdida,
y tentadora y joven apareces
en las grandes tristezas de la vida.

Con ansia inmensa que mi ser consume
quiero apoyar las sienes en tu pecho,
tal como el niño que la nieve entume
busca el calor de su mullido lecho.

!Aire! ¡más luz, una planicie verde
y un horizonte azul que la limite,
sombra para llorar cuando recuerde,
cielo para creer cuando medite!

Abre, por fin, hospedadora muda,
tus vastas y tranquilas soledades,
y deja que mi espíritu sacuda
el tedio abrumador de las ciudades.

No más continuo batallar: ya brota
sangre humeante de mi abierta herida,
y quedo inerme, con la espada rota,
en la terrible lucha por la vida.

¡Acude madre, y antes que perezca
y bajo el peso, del dolor sucumba;
o abre tus senos, y que el musgo crezca
sobre la humilde tierra de mi tumba!


Manuel Gutiérrez Nájera


Estoy Viva Como Fruta Madura...

Estoy viva
como fruta madura
dueña ya de inviernos y veranos,
abuela de los pájaros,
tejedora del viento navegante.

No se ha educado aún mi corazón
y, niña, tiemblo en los atardeceres,
me deslumbran el verde, las marimbas
y el ruido de la lluvia
hermanándose con mi húmedo vientre,
cuando todo es más suave y luminoso.

Crezco y no aprendo a crecer,
no me desilusiono,
ni me vuelvo mujer envuelta en velos,
descreída de todo, lamentando su suerte.
No. Con cada día, se me nacen los ojos del asombro,
de la tierra parida,
el canto de los pueblos,
los brazos del obrero construyendo,
la mujer vendedora con su ramo de hijos,
los chavalos alegres marchando hacia el colegio.

Si.
Es verdad que a ratos estoy triste
y salgo a los caminos,
suelta como mi pelo,
y lloro por las cosas más dulces y más tiernas
y atesoro recuerdos
brotando entre mis huesos
y soy una infinita espiral que se retuerce
entre lunas y soles,
avanzando en los días,
desenrollando el tiempo
con miedo o desparpajo,
desenvainando estrellas
para subir más alto, más arriba,
dándole caza al aire,
gozándome en el ser que me sustenta,
en la eterna marea de flujos y reflujos
que mueve el universo
y que impulsa los giros redondos de la tierra.

Soy la mujer que piensa.
Algún día
mis ojos
encenderán luciérnagas.


Gioconda Belli


Paisaje

Igual que las antenas de los televisores
tiendo a veces mis brazos para captar tu imagen.
Frío árbol de aluminio,
Y voy por la ciudad buscándote,
llamándote,
auscultando uno a uno los canales del viento.
Se me llenan los ojos de anuncios y señales,
de violencias ajenas, de misterios vulgares.
Pero tú no apareces.
Igual que las antenas de los televisores
tiendo mis fríos brazos de aluminio
en todas direcciones
para ver si te encuentro.
Abro mi pecho acústico para oír tus palabras
que lleguen por mis brazos
al corazón sonoro.
Pero tu voz no llega.
¿Dónde estás?
¿Por dónde pasa el río tembloroso de tu imagen?
¿Dónde estás?
No te encuentro. No capto
tu huella de luciérnagas.
Y me quedo en la noche
igual que las antenas de los televisores,
con mis rígidos brazos como árbol de aluminio.


Manuel José Arce


Una Pobre Conciencia

A Bernardo Ortiz de Montellano

Un anciano consume su tabaco
en la vieja cachimba de nogal.
La tarde es solamente un cielo opaco
y el recuerdo amarillo de un rosal.

El anciano dormita...
Es tan triste la tarde para ver
un reloj descompuesto, y la infinita
crueldad de un calendario con la fecha de ayer.

Y silencio, un silencio propicio
para rememorar cómo canta una boca la lectura
de la antigua conseja familiar.

En el fino paisaje se depura
una tristeza del atardecer,
y el reloj descompuesto parece una dolida
conciencia de caoba en la pared.

Una pobre conciencia, cuya charla
con la vieja cachimba de nogal
es el agrio murmullo de un postigo
y el recuerdo amarillo del rosal.


José Gorostiza


Antes...

Antes,
nunca hubo el silencio necesario entre abrazo y abrazo
para advertir el parpadeo de esta guillotina
que hoy,
al rozar por sorpresa mi nuca con sus manos de lejía
me ha puesto los ojos amargos.

Yo misma no me oigo cuando grito.
Querría huir. Pero ya es tarde:
las sábanas se han convertido en agua cenagosa mezclada
con pegamento.

Y dentro de poco,
como esa cosa horrible siga detrás de mí
y usted continúe dormido,
me moriré de risa ante el retrato de Leonardo que tengo
enfrente de mi cadáver.


Almudena Guzmán


Pasión Y Muerte de La Luz

VIII
Mi entraña mereció, panal mestizo,
la incorruptible ley de tu voluta.
En cada nervio de clavel o fruta
un embozado arroyo de granizo.

La abeja por mi sangre se deshizo.
Vi las raíces de tu isla enjuta,
y el atisbo tenaz de la cicuta
mezcló a tu piel su aroma fronterizo.

Tiendo la mano para recogerla
y el lento cáliz de una llaga fría
estanca el iris de tu simple perla.

Me ciño a su enlutada melodía
quemándome sin fin por retenerla
en el doble rumor de mi agonía.

X
El verano se agota en el racimo.
Ni avena, ni cigarra, ni amapola.
Ni el alga haciendo venas en la ola,
ni las tímidas ranas en el limo.

Ni la corteza que hasta el llanto oprimo
entre la tierna muchedumbre, sola,
hecha de sangre y labios la aureola
donde me corroboro y me lastimo.

Ni la centella que la liebre rubia
mueve entre los primores del rocío,
ni la humilde fragancia de la alubia.

Ni el caballo de sal que adiestra el río;
ni la múltiple espada de la lluvia,
dirán tu arisca huella, idioma frío.


Sara de Ibáñez


Eterna Huella

Quedarás como huella sobre mi brazo,
como marca sobre mi corazón.
Cantar de los cantares

No pasarás en vano por mi vida,
ni encontrarnos fue obra del acaso;
que por tu abrazo quedará en mi brazo
la fuerte huella que el amor no olvida.

La llama que de ti quedó encendida
arde sin consumirse en mi regazo.
Amor que más juntaste con el lazo
terrible de la sangre y de la herida.

En mí no fuiste gozo pasajero
sino la esencia de la tierra pura
floreciendo en el árbol verdadero.

Y para siempre brillará tu estrella,
porque de amor dejaste en hermosura
sobre mi corazón eterna huella.


Dora Castellanos


Hojas Secas

¡En vano fue buscar otros amores!
¡En vano fue correr tras los placeres,
que es el placer un áspid entre flores,
y son copos de nieve las mujeres!

Entre mi alma y las sombras del olvido
existe el valladar de su memoria:
que nunca olvida el pájaro su nido
ni los esclavos del amor su historia.

Con otras ilusiones engañarme
quise, y entre perfumes adormirme.
¡Y vino el desengaño a despertarme,
y vino su memoria para herirme!

¡Ay, mi pobre alma, cuál te destrozaron
y con cuánta inclemencia te vendieron!
Tú quisiste amar ¡y te mataron!
Tú quisiste ser buena ¡y te perdieron!

¡Tanto amor, y después olvido tanto!
¡Tanta esperanza convertida en humo!
Con razón en el fuego de mi llanto
como nieve a la lumbre me consumo.

¡Cómo olvidarla, si es la vida mía!
¡Cómo olvidarla, si por ella muero!
¡Si es mi existencia lúgubre agonía,
y con todo mi espíritu la quiero!

En holocausto dila mi existencia,
la di un amor purísimo y eterno,
y ella en cambio, manchando mi conciencia,
en pago del edén, diome el infierno.

¡Y mientras más me olvida, más la adoro!
¡Y mientras más me hiere, más la miro!
¡Y allá dentro del alma siempre lloro,
y allá dentro del alma siempre expiro!

El eterno llorar: tal es mi suerte;
nací para sufrir y para amarla.
¡Solo el hacha cortante de la muerte
podrá de mis recuerdos arrancarla!


Manuel Gutiérrez Nájera


Te Nombraré Veces Y Veces

Te nombraré veces y veces.
me acostaré con vos noche y día.
Noches y días con vos.
Me ensuciaré cogiendo con tu sombra.
Te mostraré mi rabioso corazón.
Te pisaré loco de furia.
Te mataré los pedacitos.
Te mataré una con Paco.
Otro lo mato con Rodolfo.
Con Haroldo te mato un pedacito más.
Te mataré con mi hijo en la mano.
Y con el hijo de mi hijo muertito.
Voy a venir con Diana y te mataré.
Voy a venir con José y te mataré.
Te voy a matar derrota.
Nunca me faltará un rostro amado
para matarte otra vez.
Vivo o muerto un rostro amado
hasta que mueras
dolida como estás ya lo sé.
Te voy a matar yo
te voy a matar.


Juan Gelman


Otra Estirpe

Eros, yo quiero guiarte, Padre ciego...
pido a tus manos todopoderosas,
su cuerpo excelso derramado en fuego
sobre mi cuerpo desmayado en rosas!

La eléctrica corola que hoy despliego
brinda el nectario de un jardín de Esposas;
para sus buitres en mi carne entrego
todo un enjambre de palomas rosas!

Da a las dos sierpes de su abrazo, crueles,
mi gran tallo febril... Absintio, mieles,
viérteme de sus venas, de su boca...

¡Así tendida, soy un surco ardiente,
donde puede nutrirse la simiente,
de otra Estirpe, sublimemente loca!


Delmira Agustini


Isla Ignorada

Soy como esa isla que ignorada,
late acunada por árboles jugosos,
-en el centro de un mar
que no me entiende,
rodeada de NADA,
sola sólo-.
Hay aves en mi isla relucientes,
y pintadas por ángeles pintores,
hay fieras que me miran dulcemente,
y venenosas flores.
Hay arroyos poetas
y voces interiores
de volcanes dormidos.

Quizá haya algún tesoro
muy dentro de mi entraña.
¡Quién sabe si yo tengo
diamante en mi montaña,
o tan solo un pequeño pedazo de carbón!
Los árboles del bosque de mi isla,
sois vosotros mis versos.
¡Qué bien sonáis a veces
si el gran músico viento
os toca cuando viene del mar que me rodea!

* * *

A esta isla que soy, si alguien llega,
que se encuentre con algo es mi deseo;
-manantiales de versos encendidos
y cascadas de paz es lo que tengo-.
Un nombre que me sube por el alma
y no quiere que llore mis secretos;
y soy tierra feliz -que tengo el arte
de ser dichosa y pobre al mismo tiempo-.

Para mí es un placer ser ignorada,
isla ignorada del océano eterno.
En el centro del mundo sin un libro
SÉ TODO, porque vino un misionero
y me dejó una Cruz para la vida
-para la muerte me dejó un misterio-.


Gloria Fuertes


No Busques, No

Yo te he querido como nunca.
Eras azul como noche que acaba,
eras la impenetrable caparazón del galápago
que se oculta bajo la roca de la amorosa llegada de la luz.
Eras la sombra torpe
que cuaja entre los dedos cuando en tierra dormimos solitarios.

De nada serviría besar tu oscura encrucijada de sangre alterna,
donde de pronto el pulso navegaba
y de pronto faltaba como un mar que desprecia a la arena.
La sequedad viviente de unos ojos marchitos,
de los que yo veía a través de las lágrimas,
era una caricia para herir las pupilas,
sin que siquiera el párpado se cerrase en defensa.

Cuán amorosa forma
la del suelo las noches del verano
cuando echado en la tierra se acaricia este mundo que rueda,
la sequedad oscura,
la sordera profunda,
la cerrazón a todo,
que transcurre como lo más ajeno a un sollozo.

Tú, pobre hombre que duermes
sin notar esa luna trunca
que gemebunda apenas si te roza;
tú, que viajas postrero
con la corteza seca que rueda entre tus brazos,
no beses el silencio sin falla por donde nunca
a la sangre se espía,
por donde será inútil la busca del calor
que por los labios se bebe
y hace fulgir el cuerpo como con una luz azul si la noche es de plomo.

No, no busques esa gota pequeñita,
ese mundo reducido o sangre mínima,
esa lágrima que ha latido
y en la que apoyar la mejilla descansa.

De "La destrucción o el amor" 1932 - 1933


Vicente Aleixandre


Inquietud

¿Dónde se guarda la estrella mía,
mi cristal de amor?

La noche me niega su torso de aurora
y vamos extrañas, desprendidas,
sin coincidir jamás.

¿Para qué, si a nada le soy amor
soy yo amor en lo desconocido mío?

Y esta ternura que ciñe mis hombros,
que entolda el oro de mi corazón,
¿Para qué, si estoy buscando el agua
y solo conozco el eco de la fuente?


Carmen Conde