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Coplas sobre la tierra ( 4 )

Coplas sobre la tierra. Encuentra docenas de coplas sobre la tierra con fotos para copiar y compartir.


Hay gente que come tierra y se come toda la gente que hay sobre ella como las langostas en la Biblia. Y otra gente que se para alrededor y los mira comer.


Lillian Hellman


Si me preguntaras qué es lo que más quiero sobre la anchura de la tierra, yo te contestaría: a tí, amor mío, y a la gente sencilla de mi pueblo.


Otto René Castillo




Ningún Otro Cuerpo Como El Tuyo

Ningún otro cuerpo como el tuyo
vino a salir sobre la tierra,
porque él es tú. Domingo diario,
simposio y lecho y mesa puesta
para los sentidos no platónicos.

Sin verte ni oírte, voy formándole
el molde de un instante tuyo;
el estuche justo, tu morada.
Espacio puro, impenetrable,
donde guardarlo aprisionado.

Siguiendo los innumerables
peldaños infinitesimales
de tu olor, bajando y ascendiendo,
las superficies reconozco,
maravilladas, de tu cuerpo.

Hueles a escollo soleado,
a huertas en la sombra, a tienda
de perfumes; a desierto hueles,
tierra grávida, a llovizna;
a carne de nardo macerada,
a impulsos de ansias animales.

Y cada aroma halla respuesta
en un sabor que lo sostiene,
y el regusto de la sal, el agrio
del fruto en agraz; dulcísimo,
el del fruto maduro y pleno,
el amargor donde floreces,
mezclándose, ardiendo, disolviéndose,
hacen de ti un sabor; el único
sabor, el que te vuelve en suya.

Y con él completo la armadura
del perfecto espacio: tu recinto
inequívoco, el sitio de ti misma.


Rubén Bonifaz Nuño


Francisco de Asís, creador de las órdenes mendicantes (...) acabó de introducir al pueblo en la religión; al revestir al pobre con un hábito de monje, obligó al mundo a la caridad; elevó al mendigo ante los ojos del rico y estableció en una milicia cristiana proletaria el modelo de aquella fraternidad que será el cumplimiento de aquella parte política del cristianismo que todavía queda por desarrollar, y sin la cual jamás habrá libertad y justicia completa sobre la tierra.


François René De Chateaubriand


Pero A Tu Sombra, Amor

Rompe el tabique, trae a la ceguera
el diálogo, tu música. Me llenas
de otra luz esta carne donde penas,
recuerdos van. Tú sigue, compañera,

cogida de mi mano. Me redime
esa voz tan alzada de romero,
de campo con simienza y caminero
paso. Veo en tu verbo, creo. Dime

por qué este olor -¿es mayo?-, cómo ha sido.
Habla o calla, mujer, pero a mi lado,
pero a tu sombra, amor, pero a tu oído,

pero a tus brazos. Habla o calla, esposa,
pero ahí. ¡No me sienta abandonado
sobre la Tierra inmensa, silenciosa!


Ramón de Garcíasol


Lejos de que la ausencia de dios autorice toda licencia, al contrario, el que el hombre esté abandonado sobre la tierra es la razón de que sus actos sean compromisos definitivos.


Simone De Beauvoir




El Canto de Los Mares Solos

Somos la remembranza de la tierra vencida.
Necesitaba Dios nuestro vaivén profundo
que era ritmo en sus venas y en su carne florida
la invencible y eterna melodía del mundo.

Nuestro vigor es fuerza de estrellas y raíces.
Los árboles nos dieron sus moribundos bríos.
Soñamos en las claras y enormes cicatrices
que abrían las soberbias quillas de los navíos.

Como un collar perdido de piedras fabulosas
las estrellas nos hieren en nuestro sueño esquivo.
Somos la sangre turbia de las difuntas cosas;
el grito gutural del hombre primitivo.

En nuestra rebelión de temblores y nervios
el eco de la tierra que se murió podrida.
¡Oh, mástiles sonoros; oh, navíos soberbios
llevados por los vientos primeros de la vida!

¡Qué nuevos argonautas verán el vellocino!
En un dolor horrendo tiemblan nuestros ciclones
queriendo revivir el difunto destino
que fue sangriento y hosco como un tropel de leones.

Sabemos dónde estaban las estrellas, sus rastros
quedaron en nosotros. Con dulzura de abuelo
iremos sobre el agua colocando los astros
que desprendió Jesús con su mano del cielo.

Seremos un vigor enorme y tenebroso.
En nuestras olas vibran inmortales tormentas,
la voz del Cristo rueda semejando un sollozo
lanzado de la cruz hacia los Cuatro vientos.


Ángel Cruchaga


Mi Cinturón Aprieta Tu Cintura...

Mi cinturón aprieta tu cintura,
y tu sonrisa, mi corazón.
Sobrevolamos las islas indecibles
ya nuestro paso las nubes se disipan.
¿Cómo regresar al beso y la armonía
sin que la respiración se entrecorte?
¿Cómo planear la noche compartida
después de tanta ausencia?
Solo el aire es aliado nuestro
porque nuestro deseo es de aire puro.
Cuando descendamos a la tierra
las alas deberán seguir batiendo:
el aire de las alas
es nuestro sostén único
y las alas del aire nuestro lecho.
Desembocan los ríos en los mares azules
como en tu pecho desemboca el mar.
Abrázame en tus alas
para que otro aire no me roce
sino tu aliento, del que vivo y muero.
Bajo el cielo impalpable
hecho de luz y espera,
abrázame, amor mío, con tus alas.
Abrázame sobre la corrompida
ciudad sagrada de los hombres.


Antonio Gala


Confesiones

Yo te estaba esperando.
Más allá del invierno, en el cincuenta y ocho,
de la letra sin pulso y el verano
de mi primera carta,
por los pasillos lentos y el examen,
a través de los libros, de las tardes de fútbol,
de la flor que no quiso convertirse en almohada,
más allá del muchacho obligado a la luna,
por debajo de todo lo que amé,
yo te estaba esperando.
Yo te estoy esperando.
Por detrás de las noches y las calles,
de las hojas pisadas
y de las obras públicas
y de los comentarios de la gente,
por encima de todo lo que soy,
de algunos restaurantes a los que ya no vamos,
con más prisa que el tiempo que me huye,
más cerca de la luz y de la tierra,
yo te estoy esperando.
Y seguiré esperando.
Como los amarillos del otoño,
todavía palabra de amor ante el silencio,
cuando la piel se apague,
cuando el amor se abrace con la muerte
y se pongan mas serias nuestras fotografías,
sobre el acantilado del recuerdo,
después que mi memoria se convierta en arena,
por detrás de la última mentira,
yo seguiré esperando.


Luis García Montero




Los poetas y los ángeles somos hermanos de leche. Los ángeles viven en las nubes y nosotros con los pies sobre la tierra.


Luis Alfredo Arango


Yo Fui La Más Callada

Yo fui la más callada
de todas las que hicieron el viaje hasta tu puerto.

No me anunciaron lúbricas ceremonias sociales,
ni las sordas campanas de ancestrales reflejos;
mi ruta era la música salvaje de los pájaros
que soltaba a los aires mi bondad en revuelo...

No me cargaron buques pesados de opulencia,
ni alfombras orientales apoyaron mi cuerpo;
encima de los buques mi rostro aparecía
silbando en la redonda sencillez de los vientos.

No pesé la armonía de ambiciones triviales
que prometía tu mano colmada de destellos:
solo pesé en el suelo de mi espíritu ágil
el trágico abandono que ocultaba tu gesto.

Tu dualidad perenne la marcó mi sed ávida.
Te parecías al mar, resonante y discreto.
Sobre ti fui pasando mis horarios perdidos.
Sobre mí te seguiste como el sol en los pétalos.

Y caminé en la brisa de tu dolor caído
con la tristeza ingenua de saberme en lo cierto:
tu vida era un profundo batir de inquietas fuentes
en inmenso río blando corriendo hacia el desierto.

Un día, por las playas amarillas de histeria,
muchas caras ocultas de ambición te siguieron;
por tu oleaje de lágrimas arrancadas al cosmos
se colaron las voces sin cruzar tu misterio...

Yo fui la más callada.
La voz casi sin eco.
La conciencia tendida en sílaba de angustia,
desparramada y tierna, por todos los silencios.

Yo fui la más callada.
La que saltó la tierra sin más arma que un verso.
¡Y aquí me veis, estrellas,
desparramada y tierna, con su amor en mi pecho!


Julia de Burgos


Aprendamos a darnos con amor sincero a nuestro prójimo, solo así podremos nuestros pies sobre la Tierra.


Pedro Pantoja Santiago


La Carta, El Beso

Llega una carta y rompe abre
la mañana en mis verdes ojos.
Ha llegado después
del cántaro de leche
de la cesta con higos
y otra sombra que cruzó
con oveja merendera y juncos
recién cortados
el portal de mi casa todavía
en la frescura del valle.

Deseando que buscara el sol
la ventana, el beso dice:
Te imagino quieta
es tan hermoso el existir
ofreciendo tempranura al mundo
espesada en el lecho
porque no estoy ahí
Mira que sin estarlo
sé cómo andas de transparencia
y fruta,
cómo endulzas ya tu amanecida
en la boca
y sé que en tu costura va este poema
escrito en el instante
que relees mi carta, tan firme como
mueves el brazo que yo amo
el café que sorbes pero te equivocas
que estoy bebiéndome aquí
insistencia de tu mirada
contra la distancia quiébrala
y sigue.

Ah, la distancia y su isla
es el lugar más oculto
que el amante ofrece cautivo
con su cuerpo y beso en tierra.
La distancia es una charca
cercada de pasto amarillo y antiguo
que ahora mismo se la regalo al mundo
con la belleza primera de los siglos.
La distancia es no morir de sed
sino de bebiéndola vivirte
si madruga el amor en el verde cristal
los abiertos brazos
que se han puesto a trabajar deprisa
con el rayo de sol, la carta, aquí el beso
y ya te alcanz0.
Sabes que te alcanzo miwntras tenga
silencio de amarte, no en papel
en sábana bordada con una estrella
y su número pegado a los otoños
Mañana es siempre
planeando sobre mi casa todavía
en la frescura del valle.

De: Pasión inédita


Pureza Canelo




Para Un Esteta

Tú que hueles la flor de la bella palabra
acaso no comprendas las mías sin aroma.
Tú que buscas el agua transparente
no has de beber mis aguas rojas.

Tú que sigues el vuelo de la belleza, acaso
nunca jamás pensaste cómo la muerte ronda
ni cómo vida y muerte -agua y fuego- hermanadas
van socavando nuestra roca.

Perfección de la vida que nos talla y dispone
para la perfección de la muerte remota.
Y lo demás, palabras, palabras, y palabras,
¡ay, palabras maravillosas!

Tú que bebes el vino en la copa de plata
no sabes el camino de la fuente que brota
en la piedra. No sacias tu sed en agua pura
con tus dos manos como copa.

Lo has olvidado todo porque lo sabes todo.
Te crees dueño, no hermano menor de cuanto nombras.
Y olvidas las raíces ( «Mi Obra», dices ), olvidas
que vida y muerte son tu obra.

No has venido a la tierra a poner diques y orden
en el maravilloso desorden de las cosas.
Has venido a nombrarlas, a comulgar con ellas
sin alzar vallas a su gloria.

Nada te pertenece. todo es afluente, arroyo.
Sus aguas en tu cauce temporal desembocan.
Y hechosa un solo río os vertéis en el mar
«que es el morir», dicen las coplas.

No has venido a poner orden, dique. Has venido
a hacer moler la muela con tu agua transitoria.
Tu fin no está en ti mismo ( «Mi Obra», dices ), olvidas
que vida y muerte son tu obra.

Y que el cantar que hoy cantas será apagado un día
por la música de otras olas.


José Hierro


La esperanza no es ni realidad ni quimera. Es como los caminos de la Tierra: sobre la Tierra no había caminos; han sido hechos por el gran número de transeúntes.


Lu Xun


La belleza es verdad; la verdad, belleza. Esto es todo lo que sabes sobre la tierra, y todo lo que necesitas saber.


John Keats


Voy A Arraigar En Ti...

Voy a a arraigar en ti. Mis fuerzas más oscuras
remueven lentamente la tierra de tu alma.
Quisiera penetrarte y enraizar mi esencia
sobre la carne viva que nutre tu fervor.

Ahondaré en ti mismo y abrasará tu sangre
el fuego de la mía rebelde y soñadora.
Invadido por mí, derribarás la cumbre
que te aleja del cielo.

¿No sientes mis raíces? Tu tallo florecido,
ebrio de sí, eterniza mi cálida fragancia.
¡Irguiéndolo alzarás la copa de mi frente,
hasta volcar su zumo en los labios del sol!


Ernestina de Champourcín


Salmo Pluvial

Tormenta:

Érase una caverna de agua sombría el cielo;
El trueno, a la distancia, rodaba su peñón;
Y una remota brisa de conturbado vuelo,
Se acidulaba en tenue frescura de limón.

Como caliente polen exhaló el campo seco
Un relente de trébol lo que empezó a llover.
Bajo la lenta sombra, colgada en denso fleco,
Se vio el cardal con vívidos azules florecer.

Una fulmínea verga rompió el aire al soslayo;
Sobre la tierra atónita cruzó un pavor mortal,
y el firmamento entero se derrumbó en un rayo,
Como un inmenso techo de hierro y de cristal.

Lluvia:

Y un mimbreral vibrante fue el chubasco resuelto
Que plantaba sus líquidas varillas al trasluz,
O en pajonales de agua se espesaba revuelto,
Descerrajando al paso su pródigo arcabuz.
Saltó la alegre lluvia por taludes y cauces;
Descolgó del tejado sonoro caracol;
y luego, allá a lo lejos, se desnudó en los sauces.
Transparente y dorada bajo un rayo de sol.

Calma:

Delicias de los árboles que abrevó el aguacero.
Delicia de los gárrulos raudales en desliz.
Cristalina delicia del trino del jilguero.
Delicia serenísima de la tarde feliz.

Plenitud:

El cerro azul estaba fragante de romero,
y en los profundos campos silbaba la perdiz.


Leopoldo Lugones


La Tierra Que Era Mía

Únicamente por reunirse con Sofía Kühn,
amante de trece años, Novalis creyó en el otro mundo;
mas yo creo en soles, nieves, árboles,
en la mariposa blanca sobre una rosa roja,
en la hierba que ondula y en el día que muere,
porque solo aquí como un don fugaz puedo abrazarte,
al fin como un dios crearme en tus pupilas,
porque te pierdo, con la tierra que era mía.


Jorge Gaitán Durán


Séptimo

Tus nobles manos buenas.
Tus manos dulces sobre mi veneno.
Qué llamas tibias, compañera,
entre agujas de invierno.
Qué dos brasas serenas.
En ellas el milagro que solo mi alma y yo sabemos.
El cielo limpio en ellas.
Pósalas, compañera, como dos alas médicas
sobre el turbio hemisferio
de mi cabeza.
Sobre el dolor que tengo
de no ser Dios y sobre mis tormentas,
posa tus manos dulces de silencio,
quietas de amor, grávidas y eternas.
Siembra la fe en mi frente igual que un trigo bueno
con tus manos morenas.
Puerto de paz tus manos en mi pecho.
Como dos puertos son, como dos puertas
luminosas al cielo
que siempre están abiertas.

Soy el marino loco, ebrio de viento.
Vengo del mar oscuro, compañera.
a sal me sabe el sueño.
Traigo las manos viejas.
Soy tu marino amargo que vuelvo de los mares de los muertos
con la proa encendida y encendidas las velas
tras apagar los fuegos de San Telmo.
Vengo a tus manos plenas,
a tu profundo pecho
terrestre y generosa, compañera.
Vengo
al puerto de tus manos que es la tierra
firme en que tengo
hijo y cosecha,
amor, fuego
de hogar, semilla plena,
jubiloso arado, pecho tranquilo y fuerte, raíz, suelo,
agua clara y noble sal para mi mesa.
Y limpio, casto don para mi lecho.

¡Qué llamas tibias, qué brasas serenas,
qué dulces alas de sereno vuelo
tus manos en mi alma, compañera!

Queda mi arboladura en este suelo.
Mi ancla en esta tierra.


Manuel José Arce


Sequía

Porque la sed había herido toda cosa,
todo ser, toda tierra de hombres…
Y nunca más volvería la lluvia.

Y moría la aldea en el silencio de bronce.
Los flacos perros alargaban sus lenguas hasta las
galaxias.
¿Y solo en secreto saben hablar los bosques?

Y la sed enseñaba palabras procaces,
era un recuerdo de savias y frutas,
era un lirio de hielo abierto en todo el cielo.
y dijo el hombre: aquí junto a mi lecho
perros de sed y fuego saltan a mi garganta...
Pero más allá de las lontananzas
oigo venir la lluvia danzando jubilosa
con violetas y rosas,
la siento venir en distancias de años,
sus pies menudos, finos y saltarines.

Si lloviera en la aldea,
sobre los valles que bostezan secos,
si lloviera sobre las alfombras
del monte,
sobre la noche de rocas amarillas.

Una delgada aguja había,
perdida,
en la profusa sombra,
una agujita de agua.

Y la joven madre cobriza
inclinada y desnuda como hoja de plátano,
prendido de sus senos
tiene un hijo de barro,
otros días los cielos tímidos descendían
a picotear los granos en su palma de greda.

¿Dónde el agua desnuda,
el agua que brilla y canta?

El agua es en la noche como una luz opaca.

Y esa palabra húmeda sonando lejos en el monte.
Ese fresco tambor no se sabe en dónde.


Aurelio Arturo


Vestida Como El Campo

De verde te amo más, con el vestido
que se parece al campo cuando llueve,
y el campo se emociona y multiplica
su verdura por nueve.

Ataviada de selva, de árbol joven,
por mi casa mensual cantas, caminas,
y despreocupas las habitaciones
con tu aroma de encinas.

Pienso que te sembré, que soy labriego,
que tu seno es el fruto de mi arado,
y que te salen hojas de la vida,
y ramas del costado.

Te quiero más así, toda de verde
olorosa a madera, esperanzada,
como recién salida de la tierra
con la cara mojada.

Déjame recostar sobre tu falda,
soñar que me he perdido en tu follaje,
y que un hijo me busca como loco
debajo de tu traje.


Carlos Castro Saavedra


La Inquietud Fugaz

He mordido manzanas y he besado tus labios.
Me he abrazado a los pinos olorosos y negros.
Hundí, inquieta, mis manos en el agua que corre.
He huroneado en la selva milenaria de cedros
que cruza la pradera como una serpie grave,
y he corrido por todos los pedrosos caminos
que ciñen como fajas la ventruda montaña.

¡Oh amado, no te irrites por mi inquietud sin tregua!
¡Oh amado, no me riñas porque cante y me ría!
Ha de llegar un día en que he de estarme quieta,
¡ay, por siempre, por siempre!
con las manos cruzadas y apagados los ojos;
con los oídos sordos y con la boca muda,
y los pies andariegos en reposo perpetuo
sobre la tierra negra.
¡Y estará roto el vaso de cristal de mi risa
En la grieta obstinada de mis labios cerrados!

Entonces, aunque digas: -¡Anda!, ya no andaré.
Y aunque me digas: -¡Canta!, no volveré a cantar.
Me iré desmenuzando en quietud y en silencio
bajo la tierra negra,
mientras encima mío se oirá zumbar la vida
como una abeja ebria.

¡Oh, déjame que guste el dulzor del momento
fugitivo e inquieto!

¡Oh, deja que la rosa desnuda de mi boca
se te oprima a los labios!

Después será ceniza sobre la tierra negra.


Juana de Ibarbourou


Canción A Una Muchacha Muerta

Dime, dime el secreto de tu corazón virgen,
dime el secreto de tu cuerpo bajo tierra,
quiero saber por qué ahora eres un agua,
esas orillas frescas donde unos pies desnudos
se bañan con espuma.

Dime por qué sobre tu pelo suelto,
sobre tu dulce hierba acariciada,
cae, resbala, acaricia, se va
un sol ardiente o reposado que te toca
como un viento que lleva solo un pájaro o mano.

Dime por qué tu corazón como una selva diminuta
espera bajo tierra los imposibles pájaros,
esa canción total que por encima de los ojos
hacen los sueños cuando pasan sin ruido.

Oh tú, canción que a un cuerpo muerto o vivo,
que a un ser hermoso que bajo el suelo duerme,
cantas color de piedra, color de beso o labio,
cantas como si el nácar durmiera o respirara.

Esa cintura, ese débil volumen de un pecho triste,
ese rizo voluble que ignora el viento,
esos ojos por donde solo boga el silencio,
esos dientes que son de marfil resguardado,
ese aire que no mueve unas hojas no verdes.

¡Oh tú, cielo riente que pasas como nube;
oh pájaro feliz que sobre un hombro ríes;
fuente que, chorro fresco, te enredas con la luna;
césped blando que pisan unos pies adorados!


Vicente Aleixandre


Si Mi Voz Muriera En Tierra

Si mi voz muriera en tierra
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.
Llevadla al nivel del mar
y nombradla capitana
de un blanco bajel de guerra.
Oh mi voz condecorada
con la insignia marinera:
sobre el corazón un ancla
y sobre el ancla una estrella
y sobre la estrella el viento
y sobre el viento una vela!


Rafael Alberti


Eras, Instante, Tan Claro...

Eras, instante, tan claro.
Perdidamente te alejas,
dejando erguido al deseo
con sus vagas ansias tercas.

Siento huir bajo el otoño
pálidas aguas sin fuerza,
mientras se olvidan los árboles
de las hojas que desertan.

La llama tuerce su hastío,
sola su viva presencia,
y la lámpara ya duerme
sobre mis ojos en vela.

Cuán lejano todo. Muertas
las rosas que ayer abrieran,
aunque aliente su secreto
por las verdes alamedas.

Bajo tormentas la playa
será soledad de arena
donde el amor yazca en sueños.
La tierra y el mar lo esperan.


Luis Cernuda




Nacimiento

Ha llegado la noche para todos:
yo reclino la frente en esta piedra,
donde los siglos ciegamente pasan,
mientras fulgen, arriba, las estrellas.

Entre duros peñascos me arregazan
los brazos maternales de la tierra.
Soy un hombre desnudo. Hoy he nacido,
como una larga luz, en su corteza.

Ni me muero, ni sueño. Abro los ojos
y extendiendo mis manos verdaderas
toco el origen de mi ser humano,
el vientre elemental que me naciera.

Y, en la frente, la roca, su llamada,
la vida en destrucción que, ardiendo, espera
la voz de Dios, que sobre el mundo clama
y se rompe, temblando, en las estrellas.


José Luis Hidalgo


Virginal

Te vi en el vórtice del remolino
de luz, ceñido en torno a tus caderas,
la túnica arrancada por el viento,
sobre fondo de estrellas,
rebaños de centauros
chapoteando en juego en la ribera.
Protegías los senos descubiertos
con ambas manos, y la cabellera
larga, sedosa,
flotaba al aire suelta.
Qué contraste de labios y mirada,
sedientos y sensuales, con la entera
actitud de tu cuerpo,
de virgen indefensa.
Te vi como surgiendo de las olas,
aunque los pies se anclaban en la tierra,
y desaté el deseo en mis entrañas,
y le envié a enroscarse entre tus piernas,
sin advertir que en torno a los tobillos
arqueaba su lomo la pantera.
Y me quedé perdido en mi distancia,
y tú quedaste en permanente ofrenda.


Francisco Alvarez


Todo Es Diáfano Y Bello

Mecen los blandos sauces la verde cabellera;
todo es diáfano y bello cuando estoy a tu lado;
una sutil fragancia de nardo macerado
difunde sus efluvios sobre la tierra entera.

¡Amado! El tiempo es claro, llega la primavera;
regresa en los capullos del jardín olvidado;
y humildes, tiernas, blancas, en el verdor del prado
abren las margaritas su múltiple gorguera.

Con tu voz de agua viva, la frescura me traes.
Mi alma es tierra seca, tierra estéril y mustia
y tú sobre mi alma como la lluvia caes.

Me llenas de dulzura con tu voz de colmena
y tus hondas palabras rielan sobre mi angustia
como luz de luceros en el agua serena.


Dora Castellanos


Poema Número Uno

Ahora sí. Tú puedes ya mirarme.

Soy compañero de los ofendidos;
de las almas oscuras que transitan
la profunda llanura de la noche,
amando tristemente los abismos
y las jaurías cárdenas del vino.

Ahora sí. Tú puedes ya mirarme. ..

Padezco el peso puro de la tierra
sobre mi corazón buscador de ángeles,
sobre mi alma hechizada por el río
azul e inmóvil que atraviesa el cielo
con invisibles olas siderales
y con mil barcas de humo pensativo.

Una vez quise abrir tu paraíso
con una aguja débil de rocío.

Hoy amo el cielo humano de la arcilla
poblado de fantasmas que tiritan.

Amo la soledad, la sed, el frío,
la carne vestidora de incurables,
el pecado y su fina risa de ámbar.

Sí: ya puedes mirarme.

Enterré ya los mármoles que amaba.
Duermen en él los ángeles helados
en ocultos tropeles ateridos.

Ya sé odiar berilos y zafiros,
-parásitos brillantes de la roca-.

No deseo admirar tus vestiduras
salpicadas de signos y asteroides.

Amo la desnudez de los caminos.

Sí: ya puedes mirarme.

Por la llanura de la noche cruza
una pequeña luz que cabecea;
ella es mi pecho roto en el que tiembla
la fiebre inextinguible.

Ya puedes tú mirarla;
tú que vives arriba
y que talvez no eres inconmovible.


César Dávila Andrade


de Pronto En Una Playa Interminable

Toco en la oscuridad las cerraduras.
¿Cómo llegué hasta aquí?
Es una extraña casa
que rodean tinieblas, y me llaman.
¿Quién eres tú, la que me canta?
Recuerdo ahora el mar. ¡El mar! Si yo pudiera
volver al mar a aquella playa
donde llovía siempre. Allá arriba las verdes colinas
y más allá la tierra escarlata, y la Gran Cordillera
que vigila volcanes, el viento que sopla desde allí,
y el cielo de cristal.
Nadie en las dunas.
La lluvia ahuyenta
y me deja solo en esta playa de pronto interminable.

Como el mar es la casa, como la lluvia sus muros.
Siento mis pasos: ya están aquí, y abro la puerta.
¿Cómo cruzar el fuego que arde entre tus pasos y los míos?
¿Quién me trajo a estos muros que se encienden y se apagan?

Y entro en otros cuartos que se abren a otros cuartos,
y el silencio es un cíngulo dormido en los dinteles.
La imperceptible niebla empapa las recámaras,
pisa los zócalos, roza ventanas, hunde los lechos.

Mis pasos se adelantan al llegar a la sala, al llegar a la mesa,
al llegar al libro abierto de polvo,
al libro y a la mesa que nadie ha tocado en mil años,
y nadie vendrá.
Pero ahora la niebla
toca con su frente los umbrales.
Ya no hay nadie en la casa. (Si hubiera alguien,
¿a quién amar ahora?). Toco la mesa
y la mesa se ilumina.
Toco las cerraduras
y las cerraduras se abren.
Toco en la oscuridad los muros,
y los muros se apartan,
y escucho en el silencio de la sangre el río que me habla
sobre esta oscuridad.


Miguel Arteche


Deslumbramiento

Era lirio en el aire y fragancia en el viento;
ondas sobre las aguas y temblor en el río;
cuando vi su hermosura, con todo el pensamiento,
grabé su amado nombre para llamarlo mío.

Nunca supe la hora ni el exacto momento
en que amé su mirada. Solo sé que tardío
su amor llegó a mi vida con el deslumbramiento
de una fruta en invierno, de una flor en estío.

Por menos presentido, todo fue tan hermoso
como ver cuando caen nieves en primavera,
lluvias en el verano, lágrimas en el gozo.

Después de haberlo amado que mi alma responda
si sabe por qué existen sobre la tierra entera
el perfume en el aire y el temblor en la onda.


Dora Castellanos


Caian gotas por la noche oscura, queria creer que las goteras perforaron mi techo....
asombrada.........tremula en mi lecho
donde un día tu me tuviste apasionada.....,re
Que era....no podia ser, la lluvia sesó,pero fluía el manantial sobre mi rostro,
todo aquello se lo perdonó.........
Al darse cuenta que su anado de la tierra se narchó.


Casta Sulmerze


Destierro

Yo no soy de esta tierra.
Era ya extranjera en la distancia
del vientre de mi madre
y todo, de los pies a la alcoba me anunciaba
destierro.
Busqué de las palmeras
mi voz entre sus signos
y perforé de hachones
encendidos la amarga
región del azabache. Yo no sé
qué vuelo de planetas torcería
mi suerte.
Sobre el mudo desvío, sé que voy,
como víbora en celo, persiguiendo
el rastro de mi exilio.

No encontrará mi alma su reposo
hasta que en ti penetre
y me amanezca
y ría.

De No temerás, Torremozas, Madrid 1994


Juana Castro


TU ME QUIERES BLANCA

Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada

Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
Vestido de rojo
Corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;
Habla con los pájaros
Y lévate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta.


Alfonsina Storni


Alto Nombre

Nombre de suave lienzo y blanco lino,
paisaje donde nevó rosas heladas,
primavera cuajada en amor joven.
Cuántas huidas, cuántos escalofríos
entre tú y yo levantaron nuestro puente.
Puente de plata o tela de araña, dulce,
donde al amanecer la niebla se columpia.
Mi vida es un acercarse a la tuya.
Al morder la primera fruta de oro,
el zumo por los labios resbalaba.
Era la pasión como una novia antigua.
Nombre de limpio vidrio y aire tamizado,
en soledad arrodillada encendido,
de campana en campana por los campos vuelas.
Como un animal sagrado vagabas;
alto zumbido de otoños olvidados
bajo tus pies, arcángel de los pies blancos.
Esparciendo luz y oliendo a flor,
Planeas sobre mí, ángel en ruinas.
¿Qué brisa, qué amor, qué pena deshojada,
qué fuente dorada o qué cristal de estrella
sueña tus sueños cuando estoy dormido?
Al latirte el corazón de viento,
florezco bajo tus alas desnudas.

De "Angel de tierra"


Ricardo Carballo Calero


Muerte Nupcial

El lecho, aquella hierba de ayer y de mañana:
este lienzo de ahora sobre madera aún verde,
flota como la tierra, se sume en la besana
donde el deseo encuentra los ojos y los pierde.

Pasar por unos ojos como por un desierto;
como por dos ciudades que ni un amor contienen.
Mirada que va y vuelve sin haber descubierto
el corazón a nadie, que todos la enarenen.

Mis ojos encontraron en un rincón los tuyos.
Se descubrieron mudos entre las dos miradas.
Sentimos recorrernos un palomar de arrullos,
y un grupo de arrebatos de alas arrebatadas.

Cuanto más se miraban más se hallaban: más hondos
se veían, más lejos, más en uno fundidos.
El corazón se puso, y el mundo, más redondos.
Atravesaba el lecho la patria de los nidos.

Entonces, el anhelo creciente, la distancia
que va de hueso a hueso recorrida y unida,
al aspirar del todo la imperiosa fragancia;
proyectamos los cuerpos más allá de la vida.

Expiramos del todo. ¡Qué absoluto portento!
¡Qué total fue la dicha de mirarse abrazados,
desplegados los ojos hacia arriba un momento,
y al momento hacia abajo con los ojos plegados!

Pero no moriremos. Fue tan cálidamente
consumada la vida como el sol, su mirada.
No es posible perdernos. Somos plena simiente.
Y la muerte ha quedado, con los dos, fecundada.


Miguel Hernández


Partida

Verte
lejano
para siempre,
para siempre en el suspiro de los pastos
que la brisa arrodilla.

Verte partir
por el zumbido del abejorro
ante un sol dilapidado,
tu sombra llena de luciérnagas
flotando en la temblorosa incandescencia.

Mi cuerpo tendido sobre el aliento de la tierra,
ensombrecido por esa luz que se distancia
-mariposa de incontables lunas-,
mirándote decrecer
por el corredor de la ausencia.

Hay flores claudicantes en el aire,
risa antigua esparcida:
residuos de una cremación compasiva;
hojas congregándose en un concilio de sombra,
el polen instituyendo la germinación20
de primaveras futuras:
las primaveras que no te verán,
porque
oh para siempre
te estás yendo.

Junio de 1993


Renée Ferrer


Te Quiero

Un lago en una isla
eso es tu amor por mí,
y mi amor te rodea
como un inmenso mar
de silencios azules;
pero tienen también
tus grandezas ocultas.
Soy un niño de sal
sobre tu falda;
me sostienen tus prados
submarinos,
eres frondosa cumbre,
eminencia visible
de tu tierra profunda.
Me enriquecen los ríos,
y tu amor, ese lago
corazón de la isla,
es la fuente de todas
las líquidas comarcas.
Te haces querer. Te quiero.
Mira mis blancas olas.


Manuel Altolaguirre


Soledad Habitada

La soledad marina que convoca a los peces,
la soledad del cielo herida de alas,
se prolongan en ti sobre la tierra,
soledad despoblada, soledad habitada.

Las hojas de árbol solas cada una en su sitio,
saben que les reservas una muerte privada.
No te pueden tragar, a mordiscos de música,
con su boca redonda el pez y la guitarra.

Cargada de desierto y de poniente
andas sobre el planeta, de viento disfrazada,
llenando cuevas, parques, dormitorios
y haciendo suspirar a las estatuas.

A tu trampa nos guías
con tu lengua de pájaro o lengua de campana.
En tu red prisioneros para siempre,
roemos el azul de la infinita malla.

Te hallas en todas partes, soledad,
única patria humana.
Todos sus habitantes llevamos en le pecho
extendido tu gris, inmensurable mapa.


Jorge Carrera Andrade