Los pensamientos de pitagoras ( 3 )
Los pensamientos de pitagoras. Encuentra docenas de los pensamientos de pitagoras con fotos para copiar y compartir.
Si se os pregunta: '¿qué es la muerte?', responded: 'la verdadera muerte es la ignorancia'. ¡Cuántos muertos entre los vivos!
Pitágoras
No interrumpas a una mujer que baila para darle un consejo. No hables de cosas abstractas a las gentes superficiales
Pitágoras
Prefiero contraer el hábito de hablar tan prudentemente como se escribe, que escribir tan veloz como se habla.
Pitágoras
La libertad dijo un día a la ley: Tú me estorbas. La ley respondió a la libertad: Yo te guardo.
Pitágoras
me engaño una ilusion
Me sentí cautivada
Y también ilusionada
Totalmente asombrada
Y demasiado impactada
Pero fuiste como el teorema de Pitágoras
Y nada te entiendo a ninguna hora
Y por mas q no quiero tu vos me enamora
Te CREI como el agua lindo y transparente
Un ave q con sus alas vuelan libremente
Hiciste q mi corazón latiera fuertemente
Y ahora por ti el muere lentamente.
Me sentí lastimada
Y muy irrespetada al descubrir tantas mentiras
Por culpa de la vida
Era una película de ficción q creo mi corazón
Fue una simple ilusión de la cual me abrió los ojos la razón
Me sentí cautivada
Y también ilusionada
Totalmente asombrada
Y demasiado impactada
Pero fuiste como el teorema de Pitágoras
Y nada te entiendo a ninguna hora
Y por mas q no quiero tu vos me enamora
Te CREI como el agua lindo y transparente
Un ave q con sus alas vuelan libremente
Hiciste q mi corazón latiera fuertemente
Y ahora por ti el muere lentamente.
Me sentí lastimada
Y muy irrespetada al descubrir tantas mentiras
Por culpa de la vida
Era una película de ficción q creo mi corazón
Fue una simple ilusión de la cual me abrió los ojos la razón
maria mendoza
En el sistema de Pitágoras, pensando en números, o hacer las matemáticas, era una tarea inherentemente masculina. Las matemáticas se asoció con los dioses y con la trascendencia del mundo material, y las mujeres, por su naturaleza, se supone que sus raíces en este último, el reino más vil.
Margaret Wertheim
No me interesa nada -o me interesa muy poco- cuánto ha sucedido en el mundo con posterioridad al siglo VI Antes de Cristo, que es el del pensamiento presocrático, el de Pitágoras, el de Buda, el de Zoroastro, el de Confucio, el de Lao-Tsé... Seguimos viviendo hoy, aunque a duras penas, y a regañadientes, de todo aquello. ¿Volverá algún dia?
Fernando Sánchez Dragó
Hasta de la esperanza ahora se siente hastiado
mi corazón, no quiere pedir nada al destino;
oh, tú, préstame sólo, valle de mi niñez,
el asilo de un día para esperar la muerte.
Ésta es la senda estrecha de mi valle sombrío:
llenan ambas laderas unos bosques espesos
que cruzando sus sombras curvas sobre mi frente
por entero me cubren de silencio y de paz.
Dos arroyos ocultos bajo puentes verdosos
serpenteando dibujan los contornos del valle;
un instante confunden su murmullo y sus aguas,
y no lejos de aquí ya se pierden sin nombre.
Se han perdido también de mi vida las aguas,
que se fueron sin ruido, sin retorno y sin nombre;
mas la fuente es muy límpida, y mi alma enturbiada
no ha podido espejear luz de días hermosos.
El frescor de sus cauces y su manto de sombra
me encadenan por siempre cerca de estos arroyos:
como un niño mecido por un canto monótono
se adormece mi espíritu al murmullo del agua.
Allí estoy entre muros de verdor, con un corto
horizonte ante mí que ya basta a mis ojos,
sin moverme y tan solo con la naturaleza,
sin oír más que el agua, sólo viendo los cielos.
Demasiado en mi vida he sentido y amado;
aunque vivo, ahora busco del Leteo la calma.
¡Oh lugares tan bellos, dad también el olvido!
Desde ahora el olvido ya es mi única dicha.
Corazón aquietado como el alma en silencio;
oigo apenas el ruido muy lejano del mundo
como un eco remoto que se ahogó en la distancia
y que traen los vientos al oído inseguro.
La existencia la veo como en medio de brumas
deshacerse en la sombra del pasado perdido.
Sólo queda el amor, como queda una imagen
que perdura en el alba cuando un sueño se borra.
Alma mía, reposa en este último asilo
como lo hace un viajero que camina con fe,
que se sienta a las puertas de la nueva ciudad
y respira un instante el perfume del véspero.
Sacudamos como él de los pies todo el polvo;
nunca más volveremos a andar este camino;
respiremos como él al final de la senda
esta calma que anuncia una paz que no acaba.
Tan oscuros y breves como días de otoño
son tus días que menguan como sombras del monte.
La amistad te traiciona, la piedad te abandona,
solitaria desciendes donde están los sepulcros.
Mas aquí está invitándote la natura que te ama;
piérdete en sus entrañas que ella siempre te ofrece:
aunque todo es mudanza, la natura es la misma,
como el sol es el mismo que da luz a tus días.
Ella sigue envolviéndote con sus luces y sombras,
sé insensible a los falsos bienes que ya has perdido,
ven y adora aquí el eco que adoraba Pitágoras,
presta oído con él al celeste concierto.
Con la luz sé tú el cielo, sé la sombra en la tierra;
en los llanos del aire sé aquilón volador;
con los pálidos rayos misteriosos de luna
sé cual alma del bosque en la sombra del valle.
Dios nos dio inteligencia para así concebirlo:
la natura descubre en sí misma a su autor.
Una voz en silencio al espíritu ha hablado:
¿Quién no ha oído esta voz resonar en su pecho?
mi corazón, no quiere pedir nada al destino;
oh, tú, préstame sólo, valle de mi niñez,
el asilo de un día para esperar la muerte.
Ésta es la senda estrecha de mi valle sombrío:
llenan ambas laderas unos bosques espesos
que cruzando sus sombras curvas sobre mi frente
por entero me cubren de silencio y de paz.
Dos arroyos ocultos bajo puentes verdosos
serpenteando dibujan los contornos del valle;
un instante confunden su murmullo y sus aguas,
y no lejos de aquí ya se pierden sin nombre.
Se han perdido también de mi vida las aguas,
que se fueron sin ruido, sin retorno y sin nombre;
mas la fuente es muy límpida, y mi alma enturbiada
no ha podido espejear luz de días hermosos.
El frescor de sus cauces y su manto de sombra
me encadenan por siempre cerca de estos arroyos:
como un niño mecido por un canto monótono
se adormece mi espíritu al murmullo del agua.
Allí estoy entre muros de verdor, con un corto
horizonte ante mí que ya basta a mis ojos,
sin moverme y tan solo con la naturaleza,
sin oír más que el agua, sólo viendo los cielos.
Demasiado en mi vida he sentido y amado;
aunque vivo, ahora busco del Leteo la calma.
¡Oh lugares tan bellos, dad también el olvido!
Desde ahora el olvido ya es mi única dicha.
Corazón aquietado como el alma en silencio;
oigo apenas el ruido muy lejano del mundo
como un eco remoto que se ahogó en la distancia
y que traen los vientos al oído inseguro.
La existencia la veo como en medio de brumas
deshacerse en la sombra del pasado perdido.
Sólo queda el amor, como queda una imagen
que perdura en el alba cuando un sueño se borra.
Alma mía, reposa en este último asilo
como lo hace un viajero que camina con fe,
que se sienta a las puertas de la nueva ciudad
y respira un instante el perfume del véspero.
Sacudamos como él de los pies todo el polvo;
nunca más volveremos a andar este camino;
respiremos como él al final de la senda
esta calma que anuncia una paz que no acaba.
Tan oscuros y breves como días de otoño
son tus días que menguan como sombras del monte.
La amistad te traiciona, la piedad te abandona,
solitaria desciendes donde están los sepulcros.
Mas aquí está invitándote la natura que te ama;
piérdete en sus entrañas que ella siempre te ofrece:
aunque todo es mudanza, la natura es la misma,
como el sol es el mismo que da luz a tus días.
Ella sigue envolviéndote con sus luces y sombras,
sé insensible a los falsos bienes que ya has perdido,
ven y adora aquí el eco que adoraba Pitágoras,
presta oído con él al celeste concierto.
Con la luz sé tú el cielo, sé la sombra en la tierra;
en los llanos del aire sé aquilón volador;
con los pálidos rayos misteriosos de luna
sé cual alma del bosque en la sombra del valle.
Dios nos dio inteligencia para así concebirlo:
la natura descubre en sí misma a su autor.
Una voz en silencio al espíritu ha hablado:
¿Quién no ha oído esta voz resonar en su pecho?
Alphonse de Lamartine