Magnanimidad
Magnanimidad. Encuentra docenas de magnanimidad con fotos para copiar y compartir.
Trabajé siempre para mi patria poniendo voluntad, no incertidumbre; método no desorden; disciplina, no caos; constancia no improvisación; firmeza, no blandura; magnanimidad, no condescendencia.
Manuel Belgrano
Hagamos una guerra de virtudes si es posible, procurando cada cual superar al enemigo en honradez, buena fe, magnanimidad
Juan Montalvo
El amor; es tan perfecto! Lleno de tanta magnanimidad, que puede hacer florecer una rosa! En la lava de un volcán...
Jackselins Arteaga
Llegastes a mi en un sueno de amor,en un paraiso de amor, donde conoci los colores y la forma de tus encantos... Y desde alli quede atrapada en el fuego de tus lindos ojos y el la magnanimidad de tu alma...!
Jackselins
El gobierno es no tener lÃmite para lo grande pero concentrarse en lo pequeño. Magnanimidad. Tener proyectos grandes y llevarlos a cabo actuando sobre las cosas mÃnimas
Papa Francisco
La magnanimidad en la polÃtica no es rara la verdadera sabidurÃa, y un gran imperio y las mentes pequeñas se llevan bien.
Edmund Burke
No hemos tratado este conflicto, hemos buscado demasiado tiempo para evitarlo, nuestra paciencia se ha interpretado en la debilidad, nuestra magnanimidad en el miedo, hasta que se requiera la reivindicación de nuestra humanidad, asà como la defensa de nuestros derechos, en nuestras manos .
Robert Toombs
Yo realmente creo que los jóvenes que hacen deporte a nivel competitivo, controlado con sensatez, con sensatez organizada, que tiene que ser una buena cosa. Se les enseñará a ganar, que les enseñará a perder con dignidad y magnanimidad - todas las cosas que quieres. Es una buena metáfora de la vida.
Sebastian Coe
El amado del Todopoderoso son: los ricos que tienen la humildad de los pobres, y los pobres que tiene la magnanimidad de los ricos.
Saadi
Si puedes enriquecerte conservando el honor, la buena fe, la magnanimidad, no lo excuses; pero teme perder los verdaderos bienes por adquirir los falsos
Epicteto
Cuando la mente es más grande, el corazón, los sentidos, la magnanimidad, la caridad, la tolerancia, la bondad, y el resto de ellos apenas tienen espacio para respirar.
Virginia Woolf
Una vez visto mi modo de explicar el miedo que te tengo, podrÃas responder:
«Tú afirmas que yo simplifico las cosas cuando te doy toda la culpa de la relación que tengo contigo, pero creo que tú, pese a tus aparentes esfuerzos, simplificas cuando menos tanto como yo y además lo haces de manera mucho más ventajosa para ti.
En primer lugar, tú también rechazas cualquier culpa o responsabilidad de tu parte, en eso procedemos, pues, de la misma manera. Pero mientras que yo con toda sinceridad, tal y como lo pienso, te inculpo únicamente a ti, tú quieres ser al mismo tiempo ?superlisto? y ?superdelicado? absolviéndome también a mà de toda culpa. Esto último, obviamente, sólo lo consigues en apariencia (y eso es lo que quieres), y a pesar de toda tu ?fraseologÃa? sobre esencia y naturaleza y contraste y desvalimiento, lo que resulta entre lÃneas es que yo he sido en realidad el agresor, mientras que tú, todo lo que has hecho, lo hiciste en defensa propia. Con esa falta de sinceridad, ya habrÃas conseguido bastante, pues has demostrado tres cosas, primero que eres inocente, segundo que yo soy culpable, y tercero que tú, por pura magnanimidad, estás dispuesto no sólo a perdonarme sino incluso -lo que es más pero
también menos a probar y hasta a creer -en contra por supuesto de la verdad- que también
yo soy inocente. Con eso ya te podrÃa bastar, pero todavÃa no te basta. Se te ha metido en la cabeza que vives enteramente a mi costa. Admito que luchamos el uno contra el otro,
pero hay dos clases de lucha. La lucha entre caballeros, en la que miden las fuerzas
adversarios independientes: cada uno está solo, pierde solo, vence solo. Y la lucha del
parásito, que no sólo pica sino que chupa instantáneamente la sangre que necesita para
vivir. Eso es en el fondo el soldado profesional y eso eres tú también. Eres incapaz de
vivir; pero con el fin de instalarte en la vida cómodamente, libre de preocupaciones y sin
reprocharte nada, demuestras que yo te he quitado toda la capacidad de vivir y que me la
he metido en el bolsillo. Qué te importa entonces no ser capaz de vivir, yo soy el culpable de ello, tú en cambio te tumbas tranquilamente y dejas que yo te arrastre, fÃsica y espiritualmente, por la vida. (...)».
A ello respondo que la totalidad de esa objeción, que en parte puede volverse contra ti
mismo, no viene de ti sino de mÃ, precisamente. Esa desconfianza que tú tienes hacia todo
no es, sin embargo, tan grande como la que yo tengo frente a mà mismo y en la que tú me
has educado.
«Tú afirmas que yo simplifico las cosas cuando te doy toda la culpa de la relación que tengo contigo, pero creo que tú, pese a tus aparentes esfuerzos, simplificas cuando menos tanto como yo y además lo haces de manera mucho más ventajosa para ti.
En primer lugar, tú también rechazas cualquier culpa o responsabilidad de tu parte, en eso procedemos, pues, de la misma manera. Pero mientras que yo con toda sinceridad, tal y como lo pienso, te inculpo únicamente a ti, tú quieres ser al mismo tiempo ?superlisto? y ?superdelicado? absolviéndome también a mà de toda culpa. Esto último, obviamente, sólo lo consigues en apariencia (y eso es lo que quieres), y a pesar de toda tu ?fraseologÃa? sobre esencia y naturaleza y contraste y desvalimiento, lo que resulta entre lÃneas es que yo he sido en realidad el agresor, mientras que tú, todo lo que has hecho, lo hiciste en defensa propia. Con esa falta de sinceridad, ya habrÃas conseguido bastante, pues has demostrado tres cosas, primero que eres inocente, segundo que yo soy culpable, y tercero que tú, por pura magnanimidad, estás dispuesto no sólo a perdonarme sino incluso -lo que es más pero
también menos a probar y hasta a creer -en contra por supuesto de la verdad- que también
yo soy inocente. Con eso ya te podrÃa bastar, pero todavÃa no te basta. Se te ha metido en la cabeza que vives enteramente a mi costa. Admito que luchamos el uno contra el otro,
pero hay dos clases de lucha. La lucha entre caballeros, en la que miden las fuerzas
adversarios independientes: cada uno está solo, pierde solo, vence solo. Y la lucha del
parásito, que no sólo pica sino que chupa instantáneamente la sangre que necesita para
vivir. Eso es en el fondo el soldado profesional y eso eres tú también. Eres incapaz de
vivir; pero con el fin de instalarte en la vida cómodamente, libre de preocupaciones y sin
reprocharte nada, demuestras que yo te he quitado toda la capacidad de vivir y que me la
he metido en el bolsillo. Qué te importa entonces no ser capaz de vivir, yo soy el culpable de ello, tú en cambio te tumbas tranquilamente y dejas que yo te arrastre, fÃsica y espiritualmente, por la vida. (...)».
A ello respondo que la totalidad de esa objeción, que en parte puede volverse contra ti
mismo, no viene de ti sino de mÃ, precisamente. Esa desconfianza que tú tienes hacia todo
no es, sin embargo, tan grande como la que yo tengo frente a mà mismo y en la que tú me
has educado.
Franz Kafka