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Munecas

Munecas. Encuentra docenas de munecas con fotos para copiar y compartir.


Como muñecas mecánicas se puede ver el mundo con ojos de porcelana y dormir año tras año, en una caja de terciopelo entre paletas y tul con el cuerpo relleno de paja se puede, a cada escandalosa caricia, sin ninguna razón gritar: Oh, que feliz soy!.


Forugh Farrojzad


¡Las caras de las muñecas!. Aunque nunca lo pensé me he vuelto viejo.


Enomoto Seifu-Jo




Cuando digo, 'salta de un puente de mierda o raja tus muñecas', no es lo que estoy tratando de decir. Es como tener la lengua en la mejilla.


Eminem


Eras amable conmigo.... pero nuestra casa solo era un salón de recreo. He sido una muñeca grande en tu casa, como fui muñeca en casa de papá. Y nuestros hijos, a su vez, han sido mis muñecas. A mí me hacía gracia verte jugar conmigo, como a los niños les divertía verme jugar con ellos. Esto es lo que ha sido nuestra unión, Torvaldo.


Henrik Ibsen


Ahora apareces, resucitada tú entre todas las muñecas, con vestido de alma, a poblar mi jardín de niños muertos que juegan con la noche al escondite.


Beatriz Villacañas


El que una sociedad civilizada, crea en los dogmas inventados por la humanidad en su infancia es tan sensato como el que una mujer de edad madura llore y ría con las muñecas que creyó vivas cuando estaba mamando


Ignacio Manuel Altamirano




Al encender la luz las sombras de las muñecas una para cada una.


Shiki Masaoka


¿te Acuerdas?

¿Te acuerdas? Fue en el cuarto de los niños. La tarde
de estío alzaba, limpia, por entre la arboleda
suavemente mecida, últimas glorias puras,
tristes en el cristal de la ventana abierta.

El maniquí de mimbre y las telas cortadas,
eran los confidentes de mil cosas secretas,
una majia ideal de deshojadas rosas
que el amor renovaba con audacia perversa...

¡Oh, qué encanto de ojos, de besos, de rubores;
qué desarreglo rápido, qué confianza ciega,
mientras, en la suave soledad, desde el suelo,
miraban, asustadas, nuestro amor las muñecas!


Juan Ramón Jiménez


Nunca tuve la oportunidad de jugar con muñecas como otros niños. Empecé a trabajar cuando tenía seis años de edad.


Billie Holiday




Cuando tenía 12 años, leí misterios y biografías de Madame Curie y Florence Nightingale 'Nancy Drew y libros sobre las niñas que aman los caballos o ir a la escuela de enfermería. Yo pertenecía a las Girl Scouts y me destacados en la escuela y rara vez desobedecido a mis padres. Todavía tenía una colección de muñecas Barbie en mi habitación, y casi nunca hablaba con los chicos.


Joyce Maynard


Mi vida normal hoy en día es la lectura de libros, haciendo casas de muñecas, coser muñecas con mi hija y barbacoas.


Milla Jovovich


La construcción de una casa de muñecas es muy parecido a escribir una novela, porque tú eres el Dios del Universo.


Jill McCorkle


Usaban las muñecas para proyectar sus sueños de su propio futuro como mujeres adultas.


Ruth Handler




Siempre estaba obsesionado con ser famoso. Tuve Marilyn Monroe muñecas de papel como un niño, y yo siempre estaba obsesionado con ella. Acabo estado muy impulsado en esa dirección, y ninguno de mis amigos estaban. Por lo tanto, no sé lo que puso a ese bicho en mí a una edad temprana.


Holly Madison


En vez de cortarme las muñecas, yo solo escribo un montón de canciones realmente mala muerte.


Peter Steele


Recortes de las tasas de interés tienen un efecto en la estimulación de una economía al hacer directa o indirectamente a alguien, en algún lugar, gastar más de lo que lo haría. Ese gasto adicional aumenta la demanda y asegura que todos llevamos adelante con el trabajo que hacer, sin que tengamos que reducir nuestros precios o las muñecas.


Evan Davis


No amo las muñecas. Me encantan las mujeres. Me encantan sus cuerpos.


John Galliano


El alemán resulta anguloso e inhábil cuando quiere afectar buenas maneras, pero es sublime y superior a todos cuando se le somete a la prueba del fuego. Y de este fuego alemán tendrán los elegantes buenos motivos para precaverse, no vaya a ser que un día los devore junto con todas sus muñecas e ídolos de cera.


Friedrich Nietzsche


A mí, Hasan, hijo de Mohamed el alamín, a mí, Juan León de Médicis, circuncidado por la mano de un barbero y bautizado por la mano de un papa, me llaman hoy el Africano, pero ni de África, ni de Europa, ni de Arabia soy. Me llaman también el Granadino, el Fesí, el Zayyati, pero no procedo de ningún país, de ninguna ciudad, de ninguna tribu. Soy hijo del camino, caravana es mi patria y mi vida la más inesperada travesía. Mis muñecas han sabido a veces de las caricias de la seda y a veces de las injurias de la lana, del oro de los príncipes y de las cadenas de los esclavos. Mis dedos han levantado mil velos, mis labios han sonrojado a mil vírgenes, mis ojos han visto agonizar ciudades y caer imperios. Por boca mía oirás el árabe, el turco, el castellano, el beréber, el hebreo, el latín y el italiano vulgar, pues todas las lenguas, todas las plegarias me pertenecen. Mas yo no pertenezco a ninguna. No soy sino de Dios y de la tierra, y a ellos retornaré un día no lejano. Y tú permanecerás después de mí, hijo mío. Y guardarás mi recuerdo. Y leerás mis libros. Y entonces volverás a ver esta escena: tu padre, ataviado a la napolitana, en esta galera que lo devuelve a la costa africana, garrapateando como mercader que hace balance al final de un largo periplo. Pero no es esto, en cierto modo, lo que estoy haciendo: qué he ganado, qué he perdido, qué he de decirle al supremo Acreedor? Me ha prestado cuarenta años que he ido dispersando a merced de los viajes: mi sabiduría ha vivido en Roma, mi pasión en el Cairo, mi angustia en Fez, y en Granada vive aún mi inocencia.


Amin Maalouf


Cuando regresó, el hijo del posadero le entregó las ropas del guerrero, limpias y dobladas. Mikhon Tiq las subió al sobrado y las colocó en orden junto a sus armas. Eran ropas de estilo Ainari, aunque mezclado con algunos detalles bárbaros del Norte. Las botas, que el propio rapaz había encerado, estaban arrugadas en los tobillos, casi cuarteadas; botas de espadachín acostumbrado a doblar las piernas y girar los pies en la danza del combate. Las mangas de la casaca eran amplias. Sin duda su dueño las utilizaba para guardar en ellas las manos y ocultar así las emociones, según la costumbre de Áinar. Pero tenían corchetes de latón para que, llegado el momento de la pelea, pudieran ceñirse a las muñecas y no estorbar los movimientos. El talabarte, ya descolorido, tenía una pequeña vaina a la derecha para el colmillo de diente de sable que sólo los Tahedoranes podían llevar. A la izquierda había dos trabillas de piel con sendas hebillas para colgar la funda de la espada. Éste era otro detalle que lo delataba. Los guerreros normales llevan una sola hebilla, de forma que la espada cuelgue junto al muslo. Los maestros de la espada, sean Ibtahanes o Tahedoranes, necesitan dos para que la espada se mantenga horizontal; de esta manera pueden sujetar la vaina con la mano izquierda y extraer el arma a una velocidad fulgurante, en el movimiento letal conocido como Yagartéi que es en sí mismo un arte marcial. Pero lo que más llamaba la atención de Mikhon Tiq era la propia espada. Hacía años que no veía una auténtica arma de Tahedorán. La funda era de cuero repujado, reforzada con guarnición y punta de metal, y con dos pequeños bolsillos a ambos lados. Uno de ellos contenía una navaja con un pequeño gavilán en forma de gancho; de este modo servía de arma y a la vez de herramienta para desmontar la empuñadura de su hermana mayor. En la otra abertura había papel de esmeril para sacar filo a la hoja; aunque un Tahedorán sólo haría esto en una emergencia, pues los aceros dignos de tal nombre deben ser bruñidos y afilados por maestros pulidores. En torno a la empuñadura de la espada corría una fina tira de piel, enrollada y apretada con fuerza para evitar que la mano resbalara al aferrarla. Mikhon Tiq miró de reojo a Linar. Tenía el ojo cerrado; o dormía o estaba encerrado en su mundo interior. En cuanto al guerrero, su respiración bajo la manta era profunda y pausada. Mikhon Tiq sintió la tentación de desenvainar la espada para examinar la hoja. Pero aquello habría sido una afrenta, como desnudar a una doncella dormida, así que apartó las manos del arma y procuró pensar en otras cosas.


Javier Negrete