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Murio el poeta lejos de su hogar ( 2 )

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Lo que no tenemos lo encontramos en un amigo. Creo en este obsequio y lo cultivo desde la infancia. No soy en ello diferente a la mayor parte de los seres humanos. La amistades la gran liga inicial entre el hogar y el mundo. El hogar, feliz o infeliz, es el aula de nuestra sabiduría original pero la amistad es su prueba.


Carlos Fuentes


Los mejores momentos de mi vida han sido aquellos que he disfrutado en mi hogar, en el seno de mi familia.


Thomas Jefferson




Y No Temblé Al Mirarla

¡Y no temblé al mirarla! El tiempo había
su tez apenas marchitado; hacía
tanto... que ni de lejos la veía...

Vago tinte de aurora su semblante
inundó de repente, en el instante
en que me vio tan cerca... y tan distante!...

Las luchas interiores, no los años,
revelaban también sus desengaños,
que absortos tuvo a todos los extraños.

Llevaba en el regazo un pobre niño,
trémulo y silencioso y sin aliño,
pero bello, y más blanco que un armiño.

¡Todo lo adiviné!... y aquella hermosa
que fue hasta ayer inmaculada rosa,
única a quien llamado hubiera esposa...

pero que nunca a mi reclamo vino,
que me odió y en mi lóbrego camino
del desprecio glacial sembró el espino;

aquella esquiva flor que en una grieta
de mis ruinas nació, cual la violeta,
y a un tiempo me hizo pérfido y poeta,

en el momento en que los rayos rojos
del triste sol de ocaso, los despojos
de la tarde alumbraban, de sus ojos

vertió al bajar del tren, como rocío,
un diluvio de lágrimas... ¡Dios mío!
Pero yo estaba como el mármol... ¡frío!


Julio Florez


No hay necesidad de que se extenúen buscando a Dios. El está ahí. El no proviene de un lugar ni va a otro. El se encuentra aquí, allá, en todas partes. Desde el átomo al cosmos, desde el microcosmo al macrocosmo. El es todo.
La política sin principios, la educación sin carácter, la ciencia sin humanidad y el comercio sin ética no solamente son inútiles, sino abiertamente peligrosos. Es mucho más necesario buscar el carácter que el intelecto.
La Madre es el pilar del hogar, de la sociedad, de la nación y, por lo tanto, de la humanidad misma. Las madres deben conocer el secreto de la paz mental, del silencio interior, del valor espiritual, del contento que es la mayor riqueza y de la disciplina espiritual que otorga la alegría duradera.
Cultiven el amor... planten la semilla del amor en todos los corazones. Derramen amor en todos los corazones. Derramen amor sobre las arenas del desierto y hagan que los verdes vástagos, las bellas flores, los apetitosos frutos y toda esta dulce cosecha de néctar sea ganancia de la humanidad. Este es mi deseo, Mi misión y Mi voto.
Recuerden que con cada paso se acercan más a Dios. Y que cuando dan un paso hacia El, Dios da diez pasos hacia ustedes.
Si hubiera venido como un hombre cualquiera, ¿quién me habría escuchado? De modo que tuve que venir en esta forma humana, pero con mucho más poder y sabiduría que los meramente humanos.
Mi enseñanza es Amor. Mi mensaje es Amor. Mi actividad es Amor. Mi forma de vivir es Amor. No hay nada más precioso que el Amor dentro de la capacidad del entendimiento humano.
¿Cómo se expresa este Principio del Yo en el hombre? Como Amor. El Amor es la naturaleza básica del hombre, la que lo sustenta y la que fortalece su resolución para seguir adelante. Sin amor, el hombre es ciego y para él, el mundo será una jungla oscura y terrorífica. El Amor es la luz que guía los pasos del hombre en el desierto.
Promuevan el amor, vivan en amor, esparzan el amor; este es el ejercicio espiritual que rendirá los mayores beneficios.
Dedíquenle el corazón a Dios y Dios será uno con ustedes. Dios no está lejos de ustedes, ni se encuentra en algún lugar distante. Está dentro de ustedes, en el altar interior. El hombre sufre porque es incapaz de descubrirlo allí y alcanzar la paz y la alegría con este descubrimiento.
Amen a todos los seres, eso basta. Amor sin esperar reciprocidad; amor por el amor; amor porque la naturaleza misma de ustedes es amor; amor porque es la forma de devoción que conocen y prefieren. Cuando otros están felices, siéntanse felices también. Cuando otros se sienten infelices, traten de aliviar su problema lo mejor que puedan. Practiquen el amor a través del servicio. Por este medio, llegarán a tomar conciencia de la Unidad y eliminarán el ego perjudicial.
La felicidad que dan, el amor que comparten, solo ellos serán sus posesiones duraderas.


Sathya Sai Baba


Goethe murió en 1832. Como ustedes saben, Goethe fue muy activo en la ciencia. De hecho, él hizo un muy buen trabajo científico en la morfología de la planta y la mineralogía. Pero era bastante amargo en la forma en que muchos científicos se negaron a concederle una audiencia porque él era un poeta y, por tanto, se sentían, que no podía estar hablando en serio.


Stephen Jay Gould


Hay algo acerca de un poeta que nos lleva a creer que él murió, en muchos casos, hasta 20 años antes de su nacimiento.


James Thurber




El amor es el único arco de la nube oscura de la vida. Es la estrella matutina y vespertina. Brilla en la cuna del bebé, y derrama su resplandor sobre la tumba tranquila. Es la Madre del Arte, inspirador del poeta, patriota y filósofo. Es el aire y la luz de todos los corazones, constructor de todos los hogares, más bueno de todos los incendios en cada hogar, fue el primer sueño de la inmortalidad. Se llena el mundo con la melodía. El amor es el mago, el mago, que cambia las cosas sin valor a la alegría, y hace de los reyes comunes personas.


Robert G. Ingersoll


Milly o la tierra natal

¿Por qué, pues, pronunciar ese nombre de patria?
En su exilio brillante se estremece mi pecho
y resuena de lejos en el alma afligida
como lo hacen los pasos o la voz de un amigo.

¡Oh montañas veladas por la niebla de otoño,
valles que entapizaban las escarchas del alba,
sauces cuya corona deshojaba la poda,
viejas torres doradas por el sol de la tarde,

muros negros del tiempo, lomas, cuestas abruptas,
manantial donde van a beber los pastores,
gota a gota esperando aguas raras y límpidas,
con sus urnas dispuestas mientras hablan del día!

Choza que hace brillar el fulgor de la lumbre
y que amaba el viajero por humear a lo lejos,
sólo objetos, ¿o acaso tenéis alma también
que se pega a nuestra alma y a la fuerza de amar?

Yo vi cielos azules cuya noche es sin brumas,
toda de oro hasta el alba bajo un brillo de estrellas
que en su curva infinita redondeaban la cúpula
de cristal que jamás ha empañado algún viento.

Y vi montes cargados de limones y olivas
reflejar en las aguas sus inquietos perfiles;
y en sus valles profundos al impulso del céfiro
balancearse la espiga y la cepa madura;

en los mares que apenas son un leve murmullo
vi del agua luciente la ondulante cintura
apretando y soltando en sus pliegues azules
de sus riscos mellados los contornos inciertos

extenderse en el golfo como mantos de luz,
y blanqueando el escollo con sus flores de espuma
llevar hasta lo lejos de un poniente rojizo
islas» que eran el lecho como de oro del sol;

allí abriéndose a mí me mostraban sin límite
todo un mar infinito donde habita el misterio;
vi las cumbres altivas, cual del aire pirámides,
donde estío fundía el abrigo invernal,

descendiendo en peldaños hasta el fondo de valles
con laderas pobladas por aldeas y frondas,
con picachos y rocas que se yerguen, bajando
en pendientes de hierba para huir deslizándose,

mientras curvas humeantes, con un ruido de trueno
sus torrentes de espuma y sus ríos en polvo,
en sus flancos que son ya de luz ya de sombra,
con oleadas oscuras y con islas radiantes,

se ven valles profundos caros al soñador,
ascendiendo, bajando y ascendiendo otra vez,
y allí desde la raíz de sus amplias murallas,
entre abetos y robles por la tierra esparcidos,

en los lagos o espejos que a su sombra dormitan
dar sus verdes reflejos o su imagen oscura,
y en el tibio azul claro de estas límpidas aguas
ser la nieve un temblor y algo fluido los cerros.

Visité esas orillas y ese albergue divino
que la sombra del vate eligió como tumba,
esos campos que pudo la Sibila-" mostrarle,
y el Elíseo y Cumas; y a pesar de todo eso
no está allí el corazón...

Pero existe también una estéril montaña
que no tiene ni bosques ni hontanares, con una
cumbre humilde minada por la acción de los años,
que por su propio peso día a día se inclina

y que pierde su tierra derramada en barrancos
conservando un boj seco de raíz descarnada,
con roquedos a punto de caer si los pisa
con su pata ligera algún chivo nervioso.

Con el tiempo esos restos al caer han formado
como un cerro que mengua y que va escalonándose
hasta muros que sirven de pared protectora
a unos campos avaros que ha regado el sudor;

unas cepas con brazos que no encuentran sus arces
por la tierra serpean o en la arena se arrastran,
y hay zarzales en donde el zagal de la aldea
coge un fruto olvidado que disputa a los pájaros;

allí ovejas escuálidas de las chozas vecinas
ramonean dejando entre espinos su lana.
Lugar donde la música de las aguas de estío
o el temblor del follaje que sacuden las brisas

o los himnos que entrega el ruiseñor a los aires,
no conmueven el pecho ni el oído seducen,
sino que bajo un cielo que es de bronce perpetuo
la cigarra ensordece con su grito escondido.

Hay en estos desiertos una rústica casa
que recibe tan sólo de este monte la sombra,
con paredes golpeadas por la lluvia y los vientos,
con los musgos antiguos ocultando su edad.

En su umbral pueden verse tres peldaños de piedra
y allí puso el azar de una yedra las raíces
que mezclando cien veces sus enredos de nudos
con sus brazos esconde las injurias del tiempo,

y curvando en un arco sus volutas agrestes
es el único adorno de aquel rústico porche.
Un jardín que desciende por el flanco de un cerro
muestra cara al poniente un sediento arenal.

No sujeta, la piedra que el invierno ha tiznado
es el triste jalón del recinto minúsculo.
Esa tierra que hieren las azadas exhibe
sus entrañas desnudas de la hierba y la sombra;

ni esmaltadas alfombras ni el verdor hecho bóveda,
ni un arroyo en los bosques, ni frescor ni murmullo;
solamente seis tilos que el arado olvidó,
con un poco de hierba extendida a sus pies

dan en tiempo de otoño sombra tibia y escasa,
que es más grata a la frente bajo un cielo tan duro;
árboles que en sus frondas, en mi infancia feliz,
albergaron los sueños más hermosos que tuve.

En aquellos lugares que suspiran por agua
hay un pozo en la roca que el frescor nos esconde,
y allí el viejo, después, de muy largos esfuerzos,
mientras gime descansa su urna sobre el brocal;

la era donde el mayal sobre tierra pisada
bate rítmicamente las dispersas gavillas,
y la blanca paloma y el humilde gorrión
se disputan la espiga que el rastrillo olvidó;

y esparcidas por tierra, herramientas del campo,
yugos rotos y carros que duermen bajo porches,
ejes ya sin los rayos que quebró la rodada,
y la reja inservible que embotaron los surcos.

Nada alivia la vista de su estéril prisión,
ni las cúpulas áureas de soberbias ciudades,
ni la senda de polvo, ni a lo lejos un no,
ni los blancos tejados a la luz de la aurora.

Solamente esparcidos de distancia en distancia
los refugios agrestes que los pobres habitan,
junto a sendas estrechas que dispuso el desorden,
con tejados de bálago y paredes ahumadas,

se ven donde el anciano que se sienta a la puerta,
en su cuna de juncos duerme al niño que llora.
¡Una tierra sin sombra, sin colores los cielos,
unos valles sin agua! ¡Y allí está el corazón!

Éstos son los lugares, los sagrados parajes
de los cuales el alma rememora la imagen,
y que forjan de noche mis ensueños más bellos
hechizando los ojos con antiguas visiones.

Allí cada momento, cada aspecto del monte,
cada ruido que se alza por la noche en los campos,
cada mes que retorna como un paso del tiempo,
y hace verdes o mustia esos bosques y prados,

y la luna que mengua o que crece en la sombra,
y la estrella que asciende por la oscura colina,
los rebaños del monte que la escarcha ha expulsado
y que vuelven al valle con su andar vacilante,

viento, espino florido, hierba verde o marchita,
y la reja en el surco y en los prados el agua,
todo me habla una lengua que resuena aquí dentro,
con palabras que entienden los sentidos y el alma:

resonancias, perfumes, tempestades y rayos,
y peñascos, torrentes, y esas dulces imágenes
y esos viejos recuerdos que en nosotros dormitan,
que un lugar nos conservan y devuelven más dulce.

Allí está el corazón que se vuelve a encontrar;
todo allí me recuerda, me conoce y me ama.
Allí abundan amigos en todo este horizonte,
en cada árbol releo una historia pasada

y también cada piedra tiene un nombre que es suyo;
«¿qué más da que este nombre, como Palmira o Tebas,»
no recuerde los fastos de un imperio grandioso
ni la sangre vertida a la voz de un tirano

o esos grandes que el hombre llama azotes de Dios?
El lugar cuya trama nos cautiva la mente,
que aún rebosa de fastos que no olvida nuestra alma,
me parece tan grande como el campo glorioso

que fue cuna o sepulcro de un imperio inseguro.
¡Nada es vil! ¡Nada es grande! Todo el alma lo mide.
Al nombrar una choza puede un pecho agitarse,
y sobre monumentos de los héroes y dioses
el pastor pasa y silba y desvía los ojos.

He aquí el banco rústico que servía a mi padre,
y la sala que oyó su voz fuerte y severa,
cuando aquí los pastores, en sus rejas sentados,
le contaban los surcos hechos en cada hora;

o tal vez palpitante de sus días de gloria
nos contaba la historia de los regios cadalsos;
y aún viviendo el combate en que había luchado,
al contarnos su vida la virtud enseñaba.

Y el vacío lugar en que siempre mi madre,
al suspiro más leve de su casa salía
para hacernos llevar o la lana o el pan,
y vestir la indigencia o dar vida al hambriento;

y aquí están las cabañas donde su mano amante
las heridas curaba con aceite y con miel,
y muy cerca del lecho del anciano expirante
no dejaba de abrir ese libro que da

todavía esperanza al que deja la vida,
recogiendo suspiros que eran casi estertores
y llevando hacia Dios su postrera ansiedad,
y cogiendo la mano del menor de nosotros,

a la viuda y al niño, de rodillas ante ella,
les decía enjugando de sus ojos las lágrimas:
«Os doy un poco de oro, devolvedlo en plegarias.»
Y el umbral a la sombra donde nos acunaba,

y la rama de higuera que curvaba su mano,
y el estrecho sendero que cuando las campanas
en el templo lejano atronaban el alba,
tras sus pasos subíamos al altar del Señor

con el fin de ofrecerle dos inciensos muy puros
que eran nuestra inocencia junto con nuestra dicha.
Y su voz aquí mismo, muy piadosa y solemne,
nos hablaba de un Dios que en la madre sentíamos,

señalando la espiga encerrada en su germen,
el racimo que daba su brebaje aromático,
la ternera" trocando plantas verdes en leche,
y la peña agrietada por manar de las fuentes,

y la lana de oveja que a las zarzas se roba
para así tapizar dulces nidos de pájaros,
y aquel sol siempre exacto en sus doce mansiones
repartiendo en su entorno estaciones y horas,

y esos astros nocturnos salvo a Dios incontables,
mundos que el pensamiento casi no osa escalar,
enseñaba la fe hija de agradecidos,
y hacía admirar a nuestra simple infancia

que el insecto invisible a los ojos y el astro
en los cielos tenían padre igual que nosotros.
Esos brezos y campos, esos prados y viñas
tienen muchos recuerdos y sus sombras amadas.

Aquí mismo jugaban mis hermanas, y el viento
las seguía jugando con sus rubios cabellos;
allí con los pastores en la cumbre del cerro
encendía fogatas con ramaje y espinos,

y mis ojos, pendientes de las llamas del fuego
las veían ondear horas y horas enteras.
Allí contra el furor del temible aquilón
este sauce vacío nos prestaba su tronco,

y yo oía silbar en su fronda ya muerta
brisas que aún rememora como música el alma.
Y aquí el álamo está, inclinado al abismo,
que en el tiempo de nidos nos mecía en su copa,

y el arroyo en los prados cuyas aguas dormidas
lentamente inundaban nuestras barcas de caña,
y la encina, la peña, el molino monótono,
y aquel muro que al sol, en los días de otoño,

me veía sentado, cerca de los ancianos,
contemplando el crepúsculo con atenta mirada.
Todo aún sigue en pie y en su sitio renace;
aún seguimos las huellas de mi andar por la arena;

sólo un corazón falta que lo pueda gozar.
¡Ay de mí! Que la luz disminuye y se pierde.
Como espigas en la era, dispersó la existencia
lejos de la paterna heredad a los hijos,

y a la madre también, y ese hogar tan amado
se parece a los nidos de los cuales ha huido
la veloz golondrina en los largos inviernos.
Ya la hierba que crece en las losas antiguas

borra en torno a los muros los senderos domésticos,
y la hiedra, flotando como un manto de luto,
cubre a medias la puerta y hasta invade el umbral.
Tal vez pronto... ¡Oh Dios mío, oh presagio funesto!,

tal vez pronto un extraño al que nadie conoce,
con el oro en la mano del lugar se hará dueño,
oh lugares que habitan, según nuestra memoria,
tantas sombras queridas, familiares, y entonces

todos nuestros recuerdos de las cunas y tumbas,
huirán a su voz igual que las palomas
echarán a volar de su nido en el árbol
de los bosques que el hacha abatió para siempre,

y que ya no sabrán donde van a posarse.
¡No permitas, Señor, tanto llanto y ofensa!
No toleres, Dios mío, que nuestra humilde herencia
pase de mano en mano a vil precio comprada,

como el techo de gentes que vivieron del vicio,
arruinados, o el campo que fue de unos proscritos.
Que un extraño avariento venga con paso altivo
y que pise el humilde surco que años atrás

fue también nuestra cuna sobre un campo de hierba,
a expoliar a los huérfanos, a contar sus monedas
donde sólo tenía la pobreza un tesoro,
blasfemando tu nombre aquí bajo estos pórticos

donde antaño mi madre enseñaba a la voz
de sus hijos los cánticos que exaltaban tu gloria.
Ah, prefiero cien veces que entregada a los vientos
penda roto el tejado sobre el muro decrépito;

que las flores mortuorias, los espinos, las malvas,
broten entre las ruinas de los atrios deshechos.
Que el lagarto dormido allí al sol se caliente,
que en las horas del sueño Filomela allí cante,

que el humilde gorrión y las fieles palomas
allí junten en paz bajo el ala a sus crías,
y que el ave del cielo tenga allí su nidada
donde antaño durmió la inocencia en su lecho.

Ah, si el número escrito por los altos destinos
alcanzara la edad de los blancos cabellos,
ojalá, feliz viejo, allí mengüen mis días
entre tales recuerdos de mis simples amores.

Y ojalá cuando sean los benditos tejados
y estos tristes escombros para mí solamente
todo un pueblo de sombras, ojalá pueda entonces
reencontrar en los nombres, en los mismos lugares,

tantos seres amados que los ojos no ven.
Y vosotros que acaso viviréis cuando yo
sea helada ceniza, si queréis dedicarme
algo grato al recuerdo, elevadme algún día...

Pero no, no elevéis nada que me recuerde;
sólo cerca del sitio donde duerme la humilde
esperanza de aquellos que llamamos cristianos,
en los campos cavadme ese lecho que quiero,

como el último surco donde va a germinar
otra vida. Extended sobre mí un lecho herboso
que el cordero del pueblo ramonee en primavera,
donde todos los pájaros que años ha mis hermanas

consiguieron que fueran del lugar habitantes,
aquí acudan a amar y también a cantar
en mis noches tranquilas. Y para señalar
mi lugar de reposo, que despeñen rodando

de las altas montañas un fragmento de roca;
sobre todo que no haya un cincel que lo talle
ni que borre ese musgo de los días antiguos
que oscurece su cara, y que al paso de inviernos,

incrustado en la piedra, dé en sus letras vivientes
una fecha a sus años; y que no haya ni cifras
ni mi nombre grabado en tal página agreste.
Ante la eternidad toda edad se confunde,

y Aquel que con su voz a los muertos despierta,
aunque falte mi nombre sé que no va a olvidarme.
Allí bajo mis cielos, al pie de las colinas
que cubrieron antaño con sus sombras mi cuna,

junto al suelo natal, junto al aire y al sol,
con un sueño muy leve esperaré el despertar.
Mi ceniza mezclada con la tierra que me ama
volverá a tener vida incluso antes que el alma,

será verde en los prados y color en las flores,
en las noches de estío beberá los perfumes
y los llantos del aire; y al llegar de aquel día
que no tiene crepúsculo la primera centella

que podrá despertarme a la aurora sin fin,
cuando se abran los ojos volveré a ver lugares
que en mi vida adoré y que vi tantas veces,
nuestra aldea y sus piedras con el fiel campanario,

la montaña y el cauce seco de este torrente,
y los campos resecos; y juntando ante mí
con la nueva mirada tantos seres queridos,
cuya sombra dormía aquí cerca entre escombros,

mis hermanas, un padre y una madre que es alma,
no dejando cenizas que conserve la tierra,
igual que el viajero desembarca y dirige
al navío miradas en las que hay gratitud,

nuestras voces dirán al unísono entonces
a todo este lugar que rebosa delicias
nuestro único adiós ya sin mezcla de lágrimas.


Alphonse de Lamartine


El hombre feliz es aquel que siendo rey o campesino, encuentra paz en su hogar.


Johann Wolfgang Von Goethe




Todos tenemos nuestra casa, que es el hogar privado; y la ciudad, que es el hogar público.


Enrique Tierno Galván


Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía ; estaba en la invención de razones para que la poesía fuese admirable.


Jorge Luis Borges


El que camina a grandes zancadas no irá muy lejos.


Lao Tse


El genio en el arte consiste en saber hasta donde podemos caminar demasiado lejos.


Jean Cocteau




Un hombre de noble corazón irá muy lejos, guiado por la palabra gentil de una mujer.


Johann Wolfgang Von Goethe


Ahora que estás lejos de mi, no sabes cuanto te extraño !!




No es que el poeta busque la soledad, es que la encuentra.


Rosario Castellanos


La ignorancia está menos lejos de la verdad que el prejuicio.


Denis Diderot


Aquel que encuentra la paz en su hogar, ya sea rey o aldeano, es de todos los seres humanos el más feliz.


Johann Wolfgang Von Goethe


El lugar que amamos, ése es nuestro hogar; un hogar que nuestros pies pueden abandonar, pero no nuestros corazones.


Oliver Wendell Holmes


He llegado a un paso de todo. Y aquí me quedo, lejos de todo, un paso.


Antonio Porchia


Las palabras hacen versos, únicamente el corazón es poeta.


Alejandro Sanz


El poeta escribe para un futuro que no va a conocer.


Roger Wolfe


¡qué presto se consolaron, los vivos de quien murió¡, y más cuando el tal difunto, mucha hacienda les dejó.


Pedro Calderón De La Barca


El tacto en la audacia es saber hasta dónde se puede ir demasiado lejos.


Jean Cocteau


Ser un poeta es una condición más que una profesión.


Robert Graves


¿Acaso todo, todo lo que pueda alegrar una pizca la vida está lejos de mí?.


Hermann Hesse




El poeta piensa en un amplio compas la realidad, lo psiquico y lo social, y gracias a ellos consigue fecundos y maravillosos efectos.


Manuel Maples Arce


El poeta es un pequeño Dios.


Vicente Huidobro


Es preciso no estar en sus cabales para que un hombre aspire ser poeta; Pero, en fin es sencilla la receta. Forme usted líneas de medida iguales, y luego en fila las coloca juntas poniendo consonantes en las puntas. ¿y en el medio? ¿En el medio? ¡Ese es el cuento!, hay que poner talento.


Ricardo Palma


El poeta prolonga la existencia de la lengua, es una suprema operación lingüística fuera del lenguaje.


Joseph Brodsky


Una casa no es un hogar a menos que contenga los alimentos y el fuego de la mente, así como el del cuerpo.


Benjamin Franklin


La primera tarea del poeta es desanclar en nosotros una materia que quiere soñar.


Gastón Bachelard


Solo paz y libertad son indispensables para el poeta, porque también le pueden quitar esa paz y esa libertad; y no la libertad común, sino la libertad creadora, la libertad secreta.


Aleksandr Blok


El hogar debe ser el refugio sagrado de la vida.


John Dryden


El poeta escribe para expresarse, es decir, para afirmarse a sus ojos analizando sus propios sentimientos, sin ocuparse con exceso de las reacciones de los auditores eventuales.


Carlos Sahagún


Se ha dicho que el poeta es el gran terapeuta. En ese sentido, el quehacer poético implicaría exorcisar, conjurar y, además, reparar. Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos.


Alejandra Pizarnik


El poeta es una conducta moral.


Miguel Ángel Asturias


Nunca dejes que desaparezcan las fantasías, las vacaciones nunca son en el hogar.


William Cowper


El poeta no es un filósofo, sino un clarividente.


Juan Ramón Jiménez


Haga de su hogar un ambiente de apoyo.


John Maxwell