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Jaime Garzón: ¡Cuál soberanía... por dios...
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Jaime Garzón
¡Cuál soberanía... por dios¡ América para los americanos. Good night.
Jaime Garzón
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¿No saben qué, Katniss? ¿Que los tributos (que son los verdaderos niños de esta historia, no tu trÃo de raros) se ven obligados a luchar hasta morir? ¿Que ibas a la arena para entretener a la gente? ¿Era eso un gran secreto en el Capitolio?
Nadie ha podido reputar por delincuente a la nación entera, ni a los individuos que han abierto sus opiniones polÃticas. Si el derecho de conquista pertenece, por origen, al paÃs conquistador, justo serÃa que la España comenzase por darle la razón al reverendo obispo abandonando la resistencia que hace a los franceses y sometiéndose, por los mismos principios con que se pretende que los americanos se sometan a las aldeas de Pontevedra. La razón y la regla tienen que ser iguales para todos. Aquà no hay conquistados ni conquistadores, aquà no hay sino españoles. Los españoles de España han perdido su tierra. Los españoles de América tratan de salvar la suya. Los de España que se entiendan allá como puedan y que no se preocupen, los americanos sabemos lo que queremos y adónde vamos. Por lo tanto propongo que se vote: que se subrogue otra autoridad a la del virrey que dependerá de la metrópoli si ésta se salva de los franceses, que será independiente si España queda subyugada.
El amplio y modesto apartamento que ocupaba casi carecÃa de muebles; los libros, desordenados, se apilaban en los rincones. Ese ámbito, desmesuradamentle bibliófilo y sorpresivo, me llevó a entender de inmediato que estaba ante un extraordinario lector.
- ¡Ah, mi querido amigo, a todo devoto de los libros nos ocurre lo mismo; cuando estos señores con vida propia invaden nuestra casa es imposible detenerlos! - justificó, irónico, con una sonrisa -. Uno no sabe que hacer con ellos y empiezan a desalojarte. Ya me ocurrió en otro apartamento. Llegó a estar tan repleto de libros que un dÃa cerré la puerta, escapé por la ventana y nunca más regresé.
El amor ciego no duraba. Un dÃa alzabas la cabeza de la almohada y te dabas cuenta que vivÃas en una pesadilla