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José Ortega Y Gasset: Hay que tomar la vida con filo...
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José Ortega Y Gasset
Hay que tomar la vida con filosofía.
José Ortega Y Gasset
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La mediocridad es la más feliz de las máscaras que puede usar un espÃritu superior, porque el gran número, es decir, los mediocres, no sospechan que en ello haya engaño; y, sin embargo, por esto es por lo que se sirve de esta arma el espÃritu superior: para no irritar, y, en casos no raros, por compasión y bondad.
Coronel defendÃa también su preferencia por las feas diciendo que cuánta belleza debÃa haber en una mujer fea, cuando, a pesar de ser fea nos atraÃa
¿Qué sucederÃa al crear una vida lo bastante expansiva como para poder sincronizar varios contrarios incongruentes en un esquema vital que no excluyera nada? Mi verdad era exactamente la que habÃa contado al curandero de Bali... Es decir, querÃa experimentar ambas cosas. QuerÃa los placeres mundanos y la trascendencia divina..., la gloria dual de una vida humana.
Si aquella noche el rostro de Inés se me mostró en las facciones de Bob, si en algún momento el fraternal parecido pudo aprovechar la trampa de un gesto para darme a Inés por Bob, fue aquella, entonces, la última vez que vi a la muchacha. Es cierto que volvà a estar con ella dos noches después en la entrevista habitual, y un mediodÃa en un encuentro impuesto por mi desesperación, inútil, sabiendo de antemano que todo recurso de palabra y presencia serÃa inútil, que todos mis machacantes ruegos morirÃan de manera asombrosa, como si no hubieran sido nunca, disueltos en el enorme aire azul de la plaza, bajo el follaje de verde apacible en mitad de la buena estación.
Las pequeñas y rápidas partes del rostro de Inés que me habÃa mostrado aquella noche Bob, aunque dirigidas contra mÃ, unidas a la agresión, participaban del entusiasmo y el candor de la muchacha. Pero cómo hablar a Inés, cómo tocarla, convencerla a través de la repentina mujer apática de las dos últimas entrevistas. Cómo reconocerla o siquiera evocarla mirando a la mujer de largo cuerpo rÃgido en el sillón de su casa y en el banco de la plaza, de una igual rigidez resuelta y mantenida en las dos distintas horas y los dos parajes; la mujer de cuello tenso, los ojos hacia delante, la boca muerta, las manos plantadas en el regazo. Yo la miraba y era ?no?, sabÃa que era ?no? todo el aire que la estaba rodeando.