Me encanta cuando le enseño a mi hijo una buena lección. Pero me encanta aún más cuando me enseña.
Recuerde que usted no es una damisela en apuros, a la espera de un príncipe a rescatarte. Olvídese de ese príncipe. Con su cerebro y su ingenio, puede rescatarse.
Me acerco a ella, aparto a un lado el arco roto y cojo sus manos entre las mías. Pero cuando me inclino para besarla en la frente, me doy cuenta de que lo había entendido mal. No es que se identifiq...