Frases de cabeza ( 3 )
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La musa es una sola musa o es una serpiente de muchas cabezas, los buscadores de promesas la tientan con cerveza
Andrés Calamaro
Mi cabeza está llena de nombres cuyos rostros he olvidado o son sólo una mancha flotando en un paisaje
Javier MarÃÂas
El niño está hecho de cien. El niño tiene cien lenguajes cien manos cien pensamientos cien modos de pensar de jugar, de hablar. Cien, siempre cien modos de escuchar de maravillarse de amar cien alegrÃas para cantar y entender cien modos de descubrir de inventar cien modos de soñar. El niño tiene cien lenguajes y cientos más pero le roban noventa y nueve. La escuela y la cultura separan la cabeza del cuerpo. Le dicen al niño: que piense sin manos que trabaje sin cabeza que escuche y no hable que entienda sin alegrÃa que ame y se asombre solo en Pascua y Navidad. Le dicen al niño: que descubra un mundo que ya existe y de cien le quitan noventa y nueve. Le dicen al niño: que el trabajo y el juego la realidad y la fantasÃa la ciencia y la imaginación el cielo y la tierra la razón y los sueños son cosas que no están unidas. Le dicen, en resumen, que el cien no existe. Pero el niño exclama: ¡Qué va, el cien existe!
Ken Robinson
Dios no quiere espÃritus estrechos, ni cabezas vacÃas en sus hijos, sino que exige que se le conozca;...
Georg Wilhelm Friedrich Hegel
Si tengo que elegir los mejores cinco goles son: el que le hice a River por la Copa Libertadores, cuando regresé de mi lesión. El que le metà a Independiente de mitad de cancha, el de cabeza a Vélez desde 40 metros. Y los que hice con la Selección, a Perú y Grecia.
MartÃÂn Palermo
Le va a pegar una pasada que le va a poner la cabeza como la niña del exorcista, ya lo verás
Gonzalo Serrano
Arrête, Matilde -le pidió-. Arrête, s'il te plaît. Me rindo -susurró en francés, con los brazos alzados y la cabeza caÃda. Su mano se abrió y las fotografÃas se regaron en torno a él.
Matilde supo que algo acababa de romperse en el interior de Eliah y sintió pánico.
-Estoy cansado de vivir de esta manera, lleno de angustia y de desesperación por el temor constante a perderte, por no se suficiente para ti, por anhelar que me ames más que a nadie, por considerarme menos, por no merecerte...
-Eliah, por favor...
-Déjame hablar. Le temo a tu juicio lo mismo que a mis errores, que son muchos, lo sé, pero están en el pasado y nada puedo hacer para cambiarlos. Le temo a tu condena. En verdad, tú estas muy por encima de mÃ...
-¡No! -clamó ella, e intentó acercarse, pero Al-Saud volvió a elevar los brazos y caminó hacia atrás.
-Te amo de un modo que no es bueno para mÃ, tampoco lo es para ti. A veces pienso que es una obsesión que terminará con los dos.
Matilde supo que algo acababa de romperse en el interior de Eliah y sintió pánico.
-Estoy cansado de vivir de esta manera, lleno de angustia y de desesperación por el temor constante a perderte, por no se suficiente para ti, por anhelar que me ames más que a nadie, por considerarme menos, por no merecerte...
-Eliah, por favor...
-Déjame hablar. Le temo a tu juicio lo mismo que a mis errores, que son muchos, lo sé, pero están en el pasado y nada puedo hacer para cambiarlos. Le temo a tu condena. En verdad, tú estas muy por encima de mÃ...
-¡No! -clamó ella, e intentó acercarse, pero Al-Saud volvió a elevar los brazos y caminó hacia atrás.
-Te amo de un modo que no es bueno para mÃ, tampoco lo es para ti. A veces pienso que es una obsesión que terminará con los dos.
Florencia Bonelli
Qué significa la fama para mÃ?, puede ser que alguna vez se me haya subido a la cabeza, pero ya no. Para el compositor, la fama puede llegar a ser algo terrible, porque pasas del plano de observador al del observado. En verdad, a mi me gustarÃa caminar por ahà y que nadie se diese cuenta... esa es la libertad que añoro y que me permitirÃa una riqueza enorme de imágenes para alimentar mis canciones.
Ricardo Arjona
La edad es una ladrona implacable. Justo cuando empiezas a tomar el pulso a la vida te arranca la fuerza de las piernas y te encorva la espalda. Produce dolores y enturbia la cabeza y silenciosamente infesta a tu mujer de cáncer.
Sara Gruen
¿Tengo que hacer la pregunta adecuada?-pregunté.
Él negó con la cabeza.
-No existe ninguna pregunta. Lo único que cuenta es lo que ves con tus propios ojos.
Él negó con la cabeza.
-No existe ninguna pregunta. Lo único que cuenta es lo que ves con tus propios ojos.
Kim Harrison
No era el aire miserable de aquel tipo lo que nos daba miedo, ni el tumor que tenÃa en el pescuezo y que el borde del cuello postizo rozaba; sentÃamos que elaboraba en su cabeza pensamientos de cangrejo o langosta. Y nos aterrorizaba que pudieran concebirse pensamientos de langosta...
Jean Paul Sartre
Después de tanto tiempo juntos, ambos tenemos la cabeza atiborrada de esas advertencias menores, esas pistas útiles sobre la otra persona: lo que le gusta y lo que le disgusta, sus preferencias y sus tabúes. No te pongas detrás de mà cuando estoy leyendo. No uses mis cuchillos de cocina. No desordenes. Cada cual cree que el otro deberÃa respetar esa serie frecuentemente repetida de instrucciones de uso, pero el caso es que se anulan las unas a las otras: si Tig debe respetar mi necesidad de remolonear sin pensar en nada, libre de malas noticias, antes de la primera taza de café ¿no deberÃa yo respetar su necesidad de escupir catástrofes para librarse cuanto antes de ellas?
-Oh, lo siento- dice, y me dirige una mirada de reproche.
¿Por qué tengo que decepcionarlo de ese modo? ¿No sé acaso que si no puede contarme las malas noticias de inmediato, alguna glándula biliar o alguna úlcera de las malas noticias estallará en su interior y le producirá una peritonitis del alma? Entonces quien lo sentirá seré yo.
Tiene razón, deberÃa sentirlo. No me queda nadie más cuyo pensamiento pueda leer.
-Oh, lo siento- dice, y me dirige una mirada de reproche.
¿Por qué tengo que decepcionarlo de ese modo? ¿No sé acaso que si no puede contarme las malas noticias de inmediato, alguna glándula biliar o alguna úlcera de las malas noticias estallará en su interior y le producirá una peritonitis del alma? Entonces quien lo sentirá seré yo.
Tiene razón, deberÃa sentirlo. No me queda nadie más cuyo pensamiento pueda leer.
Margaret Atwood
Que los besos no son contratos y los regalos no son promesas, y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta y los ojos abiertos, y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy, porque el terreno de mañana es demasiado inseguro para planes... y los frutos tienen una forma de caerse en la mitad. Y después de un tiempo uno aprende que si es demasiado, hasta el calor del sol quema. Asà que uno planta su propio jardÃn y decora su propia alma, en lugar de esperar a que alguin le traiga flores.
Jorge Luis Borges
«Eramos dos navÃos mal iluminados en la noche?» ?cité.
?? «que pasaban al lado sin verse el uno al otro» ?terminó Denna.
?La caÃda de Felward ?dije con algo que rayaba el respeto?. No hay mucha gente que conozca esa obra.
?Yo no soy mucha gente ?replicó ella.
?No lo olvidaré. ?Incliné la cabeza con exagerada deferencia, y Denna dio un bufido burlón. [... ]
?? «que pasaban al lado sin verse el uno al otro» ?terminó Denna.
?La caÃda de Felward ?dije con algo que rayaba el respeto?. No hay mucha gente que conozca esa obra.
?Yo no soy mucha gente ?replicó ella.
?No lo olvidaré. ?Incliné la cabeza con exagerada deferencia, y Denna dio un bufido burlón. [... ]
Patrick Rothfuss
Illien. Me gusta esa idea ?dijo mi madre?. VendrÃan reyes de muy lejos a oÃr tocar a mi pequeño Kvothe.
?Su música pararÃa las riñas de taberna y las guerras de fronteras ?dijo Ben sonriendo.
?Mujeres salvajes ?añadió mi padre, entusiasmado? posarÃan los pechos en su cabeza.
Hubo un silencio atónito. Entonces mi madre dijo, despacio y con tono amenazante:
?Querrás decir «Bestias salvajes posarÃan la cabeza en su regazo».
?Ah, ¿s�
?Su música pararÃa las riñas de taberna y las guerras de fronteras ?dijo Ben sonriendo.
?Mujeres salvajes ?añadió mi padre, entusiasmado? posarÃan los pechos en su cabeza.
Hubo un silencio atónito. Entonces mi madre dijo, despacio y con tono amenazante:
?Querrás decir «Bestias salvajes posarÃan la cabeza en su regazo».
?Ah, ¿s�
Patrick Rothfuss
Continué viéndola y aún la recuerdo asÃ: soberbia y mendicante, inclinada hacia el brazo que sostenÃa la valija, no paciente, sino desprovista de la comprensión de la paciencia, con los ojos bajos, generando con su sonrisa el apetito suficiente para seguir viviendo, para contar a cualquiera, con un parpadeo, con un movimiento de la cabeza, que esta desgracia no importaba, que las desgracias sólo servÃan para marcar fechas, para separar y hacer inteligibles los principios y los finales de las numerosas vidas que atravesamos y existimos
Juan Carlos Onetti
Paso las horas sin hablar, menos a veces que me vuelvo loco. Y mi cabeza, ¿dónde está? la estoy perdiendo de poquito en poco.
Roberto Iniesta
Las cualidades de la juventud y las cualidades de la vejez son las mismas cualidades, pero el efecto que producen es muy distinto. Mire, la realidad es que las cualidades de la juventud no se le toman a mal a la juventud, pero las cualidades de la vejez se le toman a mal a la vejez. Un joven puede mentir sin que se rompa por ello la crisma, pero un aciano que miente se rompe la crisma. A un joven no lo condenan para la eternidad, pero a un viejo se le condena para la eternidad. Un joven que bizquea puede hacer un efecto divertido; una persona vieja bizca produce un efecto repelente. En el caso de un joven, se dice que aún hay esperanza de que un dÃa no bizquee. En el caso de las personas viejas que bizquean no existe ninguna esperanza de que un dÃa no bizqueen. No. No hay posibilidad. Un joven con un pie torcido suscita nuestra compasión, no nuestro asco; un viejo con un pie torcido, sin embargo, solo suscita nuestro asco. Un joven que tiene las orejas de soplillo nos hace reÃr, un viejo con orejas de soplillo nos sume en el desconcierto y pensamos: qué feo es este hombre que, durante toda su vida, ha tenido esas feas orejas de soplillo. Un joven en una silla de ruedas produce en nosotros emoción. Un viejo en una silla de ruedas nos precipita en la desesperanza. Un joven sin dientes puede parecernos más o menos interesante. Un viejo sin dientes, sin embargo, nos da náuseas, nos hace vomitar. La juventud le lleva siempre ventaja a la vejez, y puede hacer y dejar de hacer lo que quiera. Su estupidez no nos repele, su desvergüenza nos resulta soportable. La vejez, sin embargo, no puede permitirse la estupidez sin que le den en la cabeza y la desvergüenza de la vejez es al fin y al cabo, como sabemos, lo más abominable que existe. De un joven se dice: ¡sÃ, ya se le pasará! De un viejo, sin embargo, se dice: ¡ese no cambia! Realmente, sin embargo, las cualidades de la juventud y las cualidades de la vejez son las mismas cualidades.
Thomas Bernhard
Por los tenebrosos rincones de mi cerebro acurrucados y desnudos duermen los extravagantes hijos de mi fantasÃa esperando en silencio que el Arte los vista de la palabra para poder presentarse decentes en la escena del mundo.
Fecunda, como el lecho de amor de la Miseria y parecida a esos padres que engendran más hijos de los que pueden alimentar, mi Musa concibe y pare en el misterioso santuario de la cabeza, poblándola de creaciones sin número a las cuales ni mi actividad ni todos los años que me restan de vida serÃan suficientes a dar forma.
Y aquà dentro, desnudos y deformes, revueltos y barajados en indescriptible confusión, los siento a veces agitarse y vivir con una vida oscura y extraña, semejante a la de esas mirÃadas de gérmenes que hierven y se estremecen en una eterna incubación dentro de las entrañas de la tierra, sin encontrar fuerzas bastantes para salir a la superficie y convertirse al beso del sol en flores y frutos.
Fecunda, como el lecho de amor de la Miseria y parecida a esos padres que engendran más hijos de los que pueden alimentar, mi Musa concibe y pare en el misterioso santuario de la cabeza, poblándola de creaciones sin número a las cuales ni mi actividad ni todos los años que me restan de vida serÃan suficientes a dar forma.
Y aquà dentro, desnudos y deformes, revueltos y barajados en indescriptible confusión, los siento a veces agitarse y vivir con una vida oscura y extraña, semejante a la de esas mirÃadas de gérmenes que hierven y se estremecen en una eterna incubación dentro de las entrañas de la tierra, sin encontrar fuerzas bastantes para salir a la superficie y convertirse al beso del sol en flores y frutos.
Gustavo Adolfo Bécquer
Ayer volvÃ, después de tantos años, al rÃo.
El agua, las piedras, los árboles, el viento, son los mismos.
Yo ya no soy el mismo.
Ya no me pregunto cómo será mis destino.
Le debo a Ezequiel el haberme enseñado que la vida no es más que eso: asomar la cabeza, para ver qué pasa afuera, aunque haya tormenta. Y una
Suite de Bach.
El agua, las piedras, los árboles, el viento, son los mismos.
Yo ya no soy el mismo.
Ya no me pregunto cómo será mis destino.
Le debo a Ezequiel el haberme enseñado que la vida no es más que eso: asomar la cabeza, para ver qué pasa afuera, aunque haya tormenta. Y una
Suite de Bach.
Antonio Santa Ana
Mariposa ebria, la tarde, giraba sobre nuestras cabezas estrechando sus cÃrculos de nubes blancas hacia el vértice áspero de tu boca que se abrÃa frente al mar alineando sus blancos lobeznos.
Alfonsina Storni
... qué cabeza cortar si siempre quedará otra más autoritaria. (Lucas, sus luchas con la hidra)
Julio Cortázar
Ciertos pensamientos que no tienen ninguna posibilidad de éxito no se toman la molestia de pasar por tu cabeza
Brian O´Nolan
Entra a ver -parecÃa susurrar ese algo en mi cabeza-. OlvÃdate de todo lo demás, Jake. Entra a ver. Entra a visitarme. El tiempo aquà no importa; aquÃ, el tiempo flota. Sabes que quieres hacerlo, sabes que sientes curiosidad. A lo mejor es otra madriguera de conejo. Otro portal.
Stephen King
Un dÃa le pregunté: "¿Papá, por qué eres tan viejo?". Él arqueó las cejas, de modo que tomaron la forma de unos pequeños paraguas caÃdos sobre sus ojos. Y luego suspiró largamente, movió la cabeza y dijo: "No lo sé".
Arthur Golden
El amor ciego no duraba. Un dÃa alzabas la cabeza de la almohada y te dabas cuenta que vivÃas en una pesadilla
Cassandra Clare
Tú me echabas una mirada con un gris signo de interrogación en tus ojos. "Oh, no, no empecemos de nuevo" (incredulidad, exasperación). Pues nunca te dignabas a creer que yo pudiera sentir el deseo -sin intenciones especÃficas- de hundir mi cara en tu falda tableada, amor mÃo. La fragilidad de tus brazos desnudos... Cómo anhelaba envolver esos brazos, y tus cuatro miembros lÃmpidos, encantadores -un potrillo acurrucado-, y tomar tu cabeza entre mis manos indignas y estirar hacia atrás la piel de tus sienes y besar tus ojos achinados y... "Por favor, déjame en paz, ¿quieres?", decÃas. "Dios mÃo, déjame tranquila". Y yo me levantaba del suelo, mientras tú me mirabas crispando el rostro en una imitación deliberada de mi tic nerveux. Pero no importa, no importa, soy un miserable, no importa, sigamos con mi desgraciada historia.
Vladimir Nabokov
Por eso sus obras policiacas (setenta y nueve novelas, diecinueve piezas de teatro) son mundos circulares perfectamente explicables, juegos matemáticos para alivio no sólo de la cabeza sino del corazón, universos previsibles en donde el bien y el mal ocupan lugares prefijados.
Rosa Montero
¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza,
trenzad vuestras cabriolas pues el tablao es amplio,
¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla!
¡Furioso, Belzebú rasga sus violines!
¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!
Todos se han despojado de su sayo de piel:
lo que queda no asusta y se ve sin escándalo.
En sus cráneos, la nieve ha puesto un blanco gorro.
El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas;
cuelga un jirón de carne de su flaca barbilla:
parecen, cuando giran en sombrÃas refriegas,
rÃgidos paladines, con bardas de cartón.
¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos!
¡y la horca negra muge cual órgano de hierro!
y responden los lobos desde bosques morados:
rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno?
Zarandéame a estos fúnebres capitanes
que desgranan, ladinos, con largos dedos rotos,
un rosario de amor por sus pálidas vértebras:
¡difuntos, que no estamos aquà en un monesterio!
trenzad vuestras cabriolas pues el tablao es amplio,
¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla!
¡Furioso, Belzebú rasga sus violines!
¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!
Todos se han despojado de su sayo de piel:
lo que queda no asusta y se ve sin escándalo.
En sus cráneos, la nieve ha puesto un blanco gorro.
El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas;
cuelga un jirón de carne de su flaca barbilla:
parecen, cuando giran en sombrÃas refriegas,
rÃgidos paladines, con bardas de cartón.
¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos!
¡y la horca negra muge cual órgano de hierro!
y responden los lobos desde bosques morados:
rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno?
Zarandéame a estos fúnebres capitanes
que desgranan, ladinos, con largos dedos rotos,
un rosario de amor por sus pálidas vértebras:
¡difuntos, que no estamos aquà en un monesterio!
Arthur Rimbaud
Ahora era libre de hacer lo que quisiera, pero esa libertad se me antojaba ilusoria, pues me habÃan arrebatado aquello que más deseaba. Se supone que debemos trazarnos una meta en la vida y vivirla. Pero a veces, sólo después de haber vivido se percata uno de que su vida tenÃa una meta, una que seguramente nunca se le habÃa pasado por la cabeza. Y ahora que yo habÃa alcanzado mi meta me sentÃa perdido y sin rumbo.
Khaled Hosseini
AsÃ, de manera sosegada, sin gran interés por ninguna de las partes, siguieron hablando, ambos desalentados y con la cabeza puesta en otras cosas.
Jane Austen
Una mano pequeña y frÃa me acarició la mejilla.
?No pasa nada ?dijo Auri en voz baja?. Ven aquÃ.
Empecé a llorar en silencio, y ella deshizo con cuidado el apretado nudo de mi cuerpo hasta que mi cabeza reposó en su regazo. Empezó a murmurar, apartándome el cabello de la frente; yo notaba el frÃo de sus manos contra la ardiente piel de mi cara.
?Ya lo sé ?dijo con tristeza?. A veces es muy duro, ¿verdad?
Me acarició el cabello con ternura, y mi llanto se intensificó. No recordaba la última vez que alguien me habÃa tocado con cariño.
?Ya lo sé ?repitió?. Tienes una piedra en el corazón, y hay dÃas en que pesa tanto que no se puede hacer nada. Pero no deberÃas pasarlo solo. DeberÃas haberme avisado. Yo lo entiendo.
Contraje todo el cuerpo y de pronto volvà a notar aquel sabor a ciruela.
?La echo de menos ?dije sin darme cuenta. Antes de que pudiera agregar algo más, apreté los dientes y sacudà la cabeza con furia, como un caballo que intenta liberarse de las riendas.
?Puedes decirlo ?dijo Auri con ternura.
Volvà a sacudir la cabeza, noté sabor a ciruela, y de pronto las palabras empezaron a brotar de mis labios.
?DecÃa que aprendà a cantar antes que a hablar. DecÃa que cuando yo era un crÃo ella tarareaba mientras me tenÃa en brazos. No me cantaba una canción; solo era una tercera descendente. Un sonido tranquilizador. Y un dÃa me estaba paseando alrededor del campamento y oyó que yo le devolvÃa el eco. Dos octavas más arriba. Una tercera aguda y diminuta. DecÃa que aquella fue mi primera canción.
?Nos la cantábamos el uno al otro. Durante años. ?Se me hizo un nudo en la garganta y apreté los dientes.
?Puedes decirlo ?dijo Auri en voz baja?. No pasa nada si lo dices.
?Nunca volveré a verla ?conseguà decir. Y me puse a llorar a lágrima viva.
?No pasa nada ?dijo Auri?. Estoy aquÃ. Estás a salvo.
?No pasa nada ?dijo Auri en voz baja?. Ven aquÃ.
Empecé a llorar en silencio, y ella deshizo con cuidado el apretado nudo de mi cuerpo hasta que mi cabeza reposó en su regazo. Empezó a murmurar, apartándome el cabello de la frente; yo notaba el frÃo de sus manos contra la ardiente piel de mi cara.
?Ya lo sé ?dijo con tristeza?. A veces es muy duro, ¿verdad?
Me acarició el cabello con ternura, y mi llanto se intensificó. No recordaba la última vez que alguien me habÃa tocado con cariño.
?Ya lo sé ?repitió?. Tienes una piedra en el corazón, y hay dÃas en que pesa tanto que no se puede hacer nada. Pero no deberÃas pasarlo solo. DeberÃas haberme avisado. Yo lo entiendo.
Contraje todo el cuerpo y de pronto volvà a notar aquel sabor a ciruela.
?La echo de menos ?dije sin darme cuenta. Antes de que pudiera agregar algo más, apreté los dientes y sacudà la cabeza con furia, como un caballo que intenta liberarse de las riendas.
?Puedes decirlo ?dijo Auri con ternura.
Volvà a sacudir la cabeza, noté sabor a ciruela, y de pronto las palabras empezaron a brotar de mis labios.
?DecÃa que aprendà a cantar antes que a hablar. DecÃa que cuando yo era un crÃo ella tarareaba mientras me tenÃa en brazos. No me cantaba una canción; solo era una tercera descendente. Un sonido tranquilizador. Y un dÃa me estaba paseando alrededor del campamento y oyó que yo le devolvÃa el eco. Dos octavas más arriba. Una tercera aguda y diminuta. DecÃa que aquella fue mi primera canción.
?Nos la cantábamos el uno al otro. Durante años. ?Se me hizo un nudo en la garganta y apreté los dientes.
?Puedes decirlo ?dijo Auri en voz baja?. No pasa nada si lo dices.
?Nunca volveré a verla ?conseguà decir. Y me puse a llorar a lágrima viva.
?No pasa nada ?dijo Auri?. Estoy aquÃ. Estás a salvo.
Patrick Rothfuss
¿Le doy miedo a la gente? A lo mejor un poco. La otra semana, tenÃa problemas con mi novia y me senté en frente del armario y empecé a darle golpes con la cabeza hasta que empecé a ver borroso.
Graham Coxon
¡Escucha! ?exclamó-. Sé que es difÃcil de creer, pero si algo puede abrir las puertas de las mazmorras del Castillo de la Noche son las palabras de esta carta? y la lengua de Meggie. Ella es capaz de hacer que la tinta respire, Roxana, igual que tú con tus canciones. Su padre posee el mismo don. Si Cabeza de VÃbora lo supiera seguramente lo habrÃa ahorcado hace mucho tiempo. Las palabras con las que el padre de Meggie mató a Capricornio eran tan inofensivas como éstas.
¡Cómo lo miró Roxana! Con la misma incredulidad que antes, cada vez que Dedo Polvoriento habÃa intentado explicarle su ausencia durante semanas.
-¡Hablas de hechicerÃa! ?musitó ella.
-No. Hablo de leer.
¡Cómo lo miró Roxana! Con la misma incredulidad que antes, cada vez que Dedo Polvoriento habÃa intentado explicarle su ausencia durante semanas.
-¡Hablas de hechicerÃa! ?musitó ella.
-No. Hablo de leer.
Cornelia Funke
Las palabras son gratis, decÃa y se las apropiaba, todas eran suyas. ella sembró en mi cabeza la idea de que la realidad no es sólo como se percibe en la superficie, también tiene una dimensión mágica y, si a uno se le antoja, es legÃtimo esagerarla y ponerle color para que el tránsito por esta vida no resulte tan aburrido. --Eva Luna
Isabel Allende
Qué chavala tan atractiva, me gustarÃa hablar con ella, salir con ella. Pero otra parte de mà se pregunta cómo quedarÃa su cabeza pinchada en un palo.
Edmund Kemper