Autores Populares Frases Temáticas

Leo Quinteros: Olvidé contar que hay cuartos...

Olvidé contar que hay cuartos compartidos, la sobre población nos mantiene unidos, mi compañero muerto en el siglo trece me dio un buen concejo: nada es lo que parece.

Leo Quinteros

Temáticas Relacionadas

frases de olvido de amor poemas de muerte cortos frases de olvido frases de despedida muerte frases de consuelo por muerte

Conoces a una chica tÃmida y sencilla. Si le dices que es hermosa, ella pensarÃ¡ que eres simpÃ¡tico, pero no te creerÃ¡. Sabe que esa belleza es obra de tu contemplaciÃ³n. Y a veces basta con eso.

Pero existe una manera mejor de hacerlo. Le demuestras que es hermosa. Conviertes tus ojos en espejos, tus manos en plegarias cuando la acaricias. Es difÃcil, muy difÃcil, pero cuando ella se convence de que dices la verdad... De pronto la historia que ella se cuenta a sÃ misma cambia. Se transforma. Ya no la ven hermosa. Es hermosa, y la ven.

Las castas no son rÃgidas, sino que estÃ¡n en lucha y en contacto unas con otras; y asistimos con frecuencia a resistencias y desaparaciones de castas.

En cierto modo ?dijo? dirÃa que hoy es mÃ¡s fÃ¡cil desaparecer. Con la sociedad cada vez mÃ¡s heterogÃ©nea, con individuos cada vez mÃ¡s egocÃ©ntricos, Â¿a quiÃ©n puede importarle que una persona mÃ¡s, una menos, se escurra sin ruido a travÃ©s de los movimientos mecÃ¡nicos de una mÃnima participaciÃ³n social?

Se esfuerza en sonreÃrme, pero percibo que su rostro lleva el peso de las terribles impresiones que en Ã©l ha grabado la reflexiÃ³n, constantemente inclinada sobre las esfinges que desconciertan, con sesgada mirada, las
grandes angustias de la inteligencia de los mortales.
Viendo la inutilidad de sus manejos, aparta los ojos, tasca su freno terrestre con la baba de la rabia, y mira el horizonte que huye cuando nos acercamos. A mi vez, me esfuerzo por recordarle su dorada juventud, que sÃ³lo pide entrar, como una reina, en los palacios de los placeres, pero advierte que mis palabras brotan con dificultad de mi demacrada boca y que los aÃ±os de mi propia primavera pasaron, tristes y glaciales, como un sueÃ±o implacable que pasea, por las mesas de los banquetes y los lechos de raso, donde dormita la pÃ¡lida sacerdotisa del amor, pagada con la reverberaciÃ³n del oro, las amargas voluptuosidades del desencanto, las pestilentes arrugas de la vejez, los terrores de la soledad y las antorchas del dolor. Viendo la inutilidad de mis manejos, no me
asombra no poder hacerle feliz; el Todopoderoso se
me aparece revestido con sus instrumentos de tortura,
en toda la resplandeciente aureola de su horror.