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Alejo Carpentier: Nada era más ajeno a su reali...


Nada era más ajeno a su realidad que el absurdo concepto del salvaje. La evidencia de que desconocían cosas que eran para mi esenciales y necesarias, estaba muy lejos de vestirlos de primitivismo.

 Alejo Carpentier


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Lo que hay que hacer es aprender a amar como Dios nos ama, y esto significa amar a todo el mundo, todo el tiempo. No quiere decir que nos deba gustar todo el mundo, ni que tengamos que salir con todo el que nos invite, ni casarnos con todos los que nos propongan matrimonio, ni invitar a todo el mundo a almorzar. Tampoco quiere decir que debamos confiar en todo el mundo, a nivel de personalidad. El amor que nos salvará es impersonal, no personal?un amor incondicional porque no se basa en lo que hacen las personas sino en lo que en esencia son.
Bast, de pie en el umbral, casi danzaba de irritación. Al ver acercarse a Kote, echó a correr calle abajo agitando, furioso, un pedazo de papel.
?¿Una nota? ¿Te escapas y me dejas una nota? ?dijo en voz baja, pero furioso?. ¿Por quién me has tomado, por una ramera de puerto?
Kote se dio la vuelta y sacudió los hombros hasta depositar el cuerpo inerte de Cronista en los brazos de Bast.
?Sabía que lo único que harías sería discutir conmigo, Bast.
Bast sujetó a Cronista ante él sin esfuerzo.
?Si al menos hubiera sido una nota decente. «Si estás leyendo esto, seguramente estoy muerto.» ¿Qué clase de nota es esa?
... Lo que le permitió darse cuenta de que no había estado de ánimo que no tuviera correspondencia en la vida de los sentidos.
Creo que la vida del hombre está marcada por tres edades: la primera es la edad del impulso, en la que todo lo que nos mueve y nos importa no necesita justificación, antes bien nos sentimos atraídos hacia todo aquello -una mujer, una profesión, un lugar donde vivir- gracias a una intuición impulsiva que nunca compara; todo es tan obvio que vale por sí mismo y lo único que cuenta es la capacidad para alcanzarlo. En la segunda edad aquello que elegimos en la primera, normalmente se ha gastado, ya no vale por sí mismo y necesita una justificación que el hombre razonable concede gustoso, con ayuda de su razón, claro está; es la madurez, es el momento en que, para salir airoso de las comparaciones y de las contradictorias posibilidades que le ofrece todo lo que contempla, el hombre lleva a cabo ese esfuerzo intelectual gracias al cual una trayectoria elegida por el instinto es justificada a posteriori por la reflexión. En la tercera edad no sólo se han gastado e invalidado los móviles que eligió en la primera sino también las razones con que se apuntaló su conducta en la segunda. Es la enajenación, el repudio de todo lo que ha sido su vida para la cual ya no encuentra motivación ni disculpa. Para poder vivir tranquilo hay que negarse a entrar en esa tercera etapa; por muy forzado que parezca, debe hacer un esfuerzo con su voluntad para permanecer en la segunda; porque otra cosa es la deriva.