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Roberto Arlt: Los hombres eran locos. Sufrí...

Los hombres eran locos. Sufrían cuando eran felices por miedo a perder la felicidad.

Roberto Arlt

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AsÃ que, bueno, si me pides una respuesta clara a la pregunta de si intento hablarte de un hombre o de la leyenda que fue creciendo alrededor de ese hombre como lo hace la perla alrededor de un granito de arena, tendrÃa que decirte que la respuesta estÃ¡ en algÃºn punto intermedio entre hombre y leyenda. Lo Ãºnico que sÃ© a ciencia cierta es que Andy Dufresne no era como yo ni como ningÃºn otro individuo que yo haya conocido desde que estoy en la cÃ¡rcel. EntrÃ³ en la cÃ¡rcel con quinientos dÃ³lares en su puerta trasera, pero aquel sesudo hijo de perra logrÃ³ no sÃ© cÃ³mo entrar tambiÃ©n con algo mÃ¡s. Un sentido de su propia valÃa, quizÃ¡s, o la certeza de que al final ganarÃa Ã©l... o quizÃ¡ fuera sÃ³lo el sentido de la libertad, dentro incluso de estos muros grises malditos. Era una especie de luz interior que llevaba consigo a todas partes. SÃ³lo una vez le vi perder esa luz, y tambiÃ©n eso forma parte de esta historia.

Resistir es que cada Venezolano defienda su propiedad, sea su casa, su negocio o su pensiÃ³n

Â¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza,
trenzad vuestras cabriolas pues el tablao es amplio,
Â¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla!
Â¡Furioso, BelzebÃº rasga sus violines!

Â¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!
Todos se han despojado de su sayo de piel:
lo que queda no asusta y se ve sin escÃ¡ndalo.
En sus crÃ¡neos, la nieve ha puesto un blanco gorro.

El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas;
cuelga un jirÃ³n de carne de su flaca barbilla:
parecen, cuando giran en sombrÃas refriegas,
rÃgidos paladines, con bardas de cartÃ³n.

Â¡Hurra!, Â¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos!
Â¡y la horca negra muge cual Ã³rgano de hierro!
y responden los lobos desde bosques morados:
rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno?

ZarandÃ©ame a estos fÃºnebres capitanes
que desgranan, ladinos, con largos dedos rotos,
un rosario de amor por sus pÃ¡lidas vÃ©rtebras:
Â¡difuntos, que no estamos aquÃ en un monesterio!

El modo esencial de ver a las mujeres, el uso esencial al que se destinaban sus imÃ¡genes no ha cambiado. Las mujeres son representadas de un modo completamente distinto a los hombres, y no porque lo femenino sea distinto a lo masculino, sino porque siempre se supone que el espectador ideal es varÃ³n y la imagen de la mujer estÃ¡ destina a adularle.