Ahí está el chofer de República Dominicana, el albañil de México, el mensajero de Ecuador, la peruana que cuida del estacionamiento, la colombiana que vende hot dogs o sombrillas sobre una banqueta. Todos medio escondidos en sus ropas y en sus líos migratorios. Todos extrañando al papá, a la novia, a la casa, a la playita, al monte, a la esquina que dejaron atrás. Todos muriéndose de frío. Entonces, ¿qué hacen aquí? ¿Por qué no se regresan a sus países de origen? Primero, lo obvio. El billete. Aquí hay trabajo y allá no.
Jorge Ramos