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Luis Pescetti: ¡Gracias, público conocedor!...
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Luis Pescetti
¡Gracias, público conocedor!
Luis Pescetti
¿No usar palabras es perder la identidad? [... ] Pierdo la identidad del mundo en mà y existo sin garantÃas. Realizo lo realizable y lo irrealizable yo lo vivo y mi significado y el del mundo y el del tuyo no es evidente.
Siempre ha sentido una especie de extraña y enfermiza fascinación por las mujeres que fuman o beben mucho. (...) personas demasiado ocupadas viviendo como para preocuparse en extender la esperanza de vida.
A mÃ, Hasan, hijo de Mohamed el alamÃn, a mÃ, Juan León de Médicis, circuncidado por la mano de un barbero y bautizado por la mano de un papa, me llaman hoy el Africano, pero ni de Ãfrica, ni de Europa, ni de Arabia soy. Me llaman también el Granadino, el FesÃ, el Zayyati, pero no procedo de ningún paÃs, de ninguna ciudad, de ninguna tribu. Soy hijo del camino, caravana es mi patria y mi vida la más inesperada travesÃa. Mis muñecas han sabido a veces de las caricias de la seda y a veces de las injurias de la lana, del oro de los prÃncipes y de las cadenas de los esclavos. Mis dedos han levantado mil velos, mis labios han sonrojado a mil vÃrgenes, mis ojos han visto agonizar ciudades y caer imperios. Por boca mÃa oirás el árabe, el turco, el castellano, el beréber, el hebreo, el latÃn y el italiano vulgar, pues todas las lenguas, todas las plegarias me pertenecen. Mas yo no pertenezco a ninguna. No soy sino de Dios y de la tierra, y a ellos retornaré un dÃa no lejano. Y tú permanecerás después de mÃ, hijo mÃo. Y guardarás mi recuerdo. Y leerás mis libros. Y entonces volverás a ver esta escena: tu padre, ataviado a la napolitana, en esta galera que lo devuelve a la costa africana, garrapateando como mercader que hace balance al final de un largo periplo. Pero no es esto, en cierto modo, lo que estoy haciendo: qué he ganado, qué he perdido, qué he de decirle al supremo Acreedor? Me ha prestado cuarenta años que he ido dispersando a merced de los viajes: mi sabidurÃa ha vivido en Roma, mi pasión en el Cairo, mi angustia en Fez, y en Granada vive aún mi inocencia.
A través de la puerta entreabierta se le vislumbraba en la oscuridad y su rostro seco e inexpresivo, su cabello revuelto, la vitalidad enfermiza de sus duros ojos amarillos, le daban el inconfundible aspecto del hombre que ha empezado a sentirse derrotado por las circunstancias.