A partir de un determinado momento, advirtió Paul vagamente, la tecnología había pasado a señalarle únicamente el carácter ineludible y próximo de la nada. En vez de liberar nanobots en el torrente sanguíneo para reparar las cosas más rápidamente de lo que se deterioraban, implantar pequeños computadores en el cerebro de la gente o aplicar otros métodos que Paul había descubierto en la Wikipedia con intención de aplazar la muerte hasta convertirla en ese ente lejano y menguante y casi inexistente que entonces era la vida- y para que la vida, para los humanos inmortales, se convirtiera en la diversión preponderante que entonces era la muerte-, la tecnología parecía abocada a eliminar la vida para siempre cumpliendo incontroladamente su única función: convertir la materia, animada o inanimada, en materia computerizada con el único objeto, al parecer, de aumentar su funcionamiento hasta que el universo fuera un único ordenador. La tecnología, una abstracción indetectable en la realidad concreta, estaba llevando a cabo su tarea concreta, intuyó Paul débilmente mientras le acariciaba el pelo a Erin, gracias a una mano de obra humana, creciente y cada vez más entregada que, en el transcurso de cientos de generaciones, iba recibiendo lo que parecían anticipos (desde los pies a los coches pasando por las bicicletas, desde la cara a Internet hasta los tablones de anuncios) a cambio de convertir una cantidad suficiente de materia en materia computerizada para que los ordenadores pudieran ir construyéndose a sí mismos.
Tao Lin