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Gabriel García Márquez: Recuerda siempre que lo más i...




Recuerda siempre que lo más importante de un buen matrimonio no es la felicidad sino la estabilidad.

 Gabriel García Márquez


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Damien, ahí radica la posesión; no tanto en las guerras, como algunos quieren creer; y muy pocas veces en intervenciones extraordinarias como ésta... la de esta niña... esta pobre criatura. No, yo lo veo mucho más a menudo en cosas pequeñas, Damien; en los mezquinos o absurdos rencores, en las equivocaciones, en la palabra cruel e insidiosa que las lenguas desatadas lanzan entre amigos. Entre amantes. Unas cuantas de estas cosas ?susurró Merrin?, y ya no es necesario que sea Satán el que dirija nuestras guerras, pues las dirigimos nosotros mismos... nosotros mismos... Aún
Algo siempre entristece a las mujeres bellas, un aire melancólico las rodea; debe de ser el precio de la hermosura. O el precio de saber que ella no era la dueña de su brillo sino cada uno de los seres que la soñaba, la deseaba, la idolatraba o la reprobaba, porque la belleza despierta sentimientos opuestos, también despierta prejuicios, despierta envidia y rabia, ese es el precio que se paga. Los ojos que la contemplan se creen sus dueños y por eso alguien puede llegar a decir, con veneno en la lengua: nadie es perfecto. Eso es cierto. Nadie es perfecto y ella tampoco lo es, pero hay que ver cuánto se acerca.
No quería hablar de eso y, cuando salía el tema, decía que se trataba de un absceso y fingía sentirse bien. ?Y, usted, tío, ¿cree que eso no era? normal? ?preguntó Stefan en voz baja sin presentir la ira que iban a provocar sus palabras. ?¡Normal! ¡Anormal! ¡Pero qué estás diciendo, pedazo de idiota! ¡Qué sabrás tú! Un moribundo normal, mira qué cosa? ¡normal! Como no podía arrancarse el cáncer del cuerpo, se lo arrancó de su memoria. Se mentía a sí mismo, se obligó a creer su propia verdad, obligó a los demás a creer, ¡yo qué sé qué era verdad y qué no! Que se encontraba mejor lo decía cada vez con voz más baja y cada vez lloraba más a menudo.
No ser codicioso es, paradójicamente, la más elevada forma de mirar por los verdaderos intereses de uno.