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Quino: La vida es parecida a un libro...

La vida es parecida a un libro. Ciertos amigos están en una página, otros están en un capitulo, pero los verdaderos se encuentran en toda la historia.

Quino

Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos,
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
Mi cuerpo de labriego salvaje te socava
y hace saltar el hijo del fondo de la tierra.

Fui solo como un tÃºnel. De mÃ huÃan los pÃ¡jaros
y en mÃ la noche entraba su invasiÃ³n poderosa.
Para sobrevivirme te forjÃ© como un arma,
como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda.

Pero cae la hora de la venganza, y te amo.
Cuerpo de piel, de musgo, de leche Ã¡vida y firme.
Ah los vasos del pecho! Ah los ojos de ausencia!
Ah las rosas del pubis! Ah tu voz lenta y triste!

Cuerpo de mujer mÃa, persistirÃ© en tu gracia.
Mi sed, mi ansia sin lÃmite, mi camino indeciso!
Oscuros cauces donde la sed eterna sigue,
y la fatiga sigue, y el dolor infinito.

Dentro de mÃ hay un leÃ³n enfrenado:
De mi corazÃ³n he labrado sus riendas:
TÃº me lo rompiste: cuando lo vi roto
Me pareciÃ³ bien enfrenar a la fiera.

Antes, cual la llama que en la estera prende,
Mi cÃ³lera ardÃa, lucÃa y se apagaba:
Como del leÃ³n generoso en la selva
La fiebre se enciende; lo ciega y se calma.

Pero, ya no puedes: las riendas le he puesto
Y al juicio he subido en el leÃ³n a caballo:
La furia del juicio es tenaz: ya no puedes.
Dentro de mÃ hay un leÃ³n enfrenado.

Hemos perdido aun este crepÃºsculo.
Nadie nos vio esta tarde con las manos unidas
mientras la noche azul caÃa sobre el mundo.

He visto desde mi ventana
la fiesta del poniente en los cerros lejanos.

A veces como una moneda
se encendÃa un pedazo de sol entre mis manos.

Yo te recordaba con el alma apretada
de esa tristeza que tÃº me conoces.

Entonces, dÃ³nde estabas?
Entre quÃ© gentes?
Diciendo quÃ© palabras?
Por quÃ© se me vendrÃ¡ todo el amor de golpe
cuando me siento triste, y te siento lejana?

CayÃ³ el libro que siempre se toma en el crepÃºsculo,
y como un perro herido rodÃ³ a mis pies mi capa.

Siempre, siempre te alejas en las tardes
hacia donde el crepÃºsculo corre borrando estatuas.

Casi fuera del cielo ancla entre dos montaÃ±as
la mitad de la luna.
Girante, errante noche, la cavadora de ojos.
A ver cuÃ¡ntas estrellas trizadas en la charca.

Hace una cruz de luto entre mis cejas, huye.
Fragua de metales azules, noches de las calladas luchas,
mi corazÃ³n da vueltas como un volante loco.
NiÃ±a venida de tan lejos, traÃda de tan lejos,
a veces fulgurece su mirada debajo del cielo.
Quejumbre, tempestad, remolino de furia,
cruza encima de mi corazÃ³n, sin detenerte.
Viento de los sepulcros acarrea, destroza, dispersa tu raÃz soÃ±olienta.
Desarraiga los grandes Ã¡rboles al otro lado de ella.
Pero tÃº, clara niÃ±a, pregunta de humo, espiga.
Era la que iba formando el viento con hojas iluminadas.
DetrÃ¡s de las montaÃ±as nocturnas, blanco lirio de incendio,
ah nada puedo decir! Era hecha de todas las cosas.

Ansiedad que partiste mi pecho a cuchillazos,
es hora de seguir otro camino, donde ella no sonrÃa.
Tempestad que enterrÃ³ las campanas, turbio revuelo de tormentas
para quÃ© tocarla ahora, para quÃ© entristecerla.
Ay seguir el camino que se aleja de todo,
donde no estÃ© atajando la angustia, la muerte, el invierno,
con sus ojos abiertos entre el rocÃo.