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Gabriel García Márquez: Kornelius, el poeta resfriado,...




Kornelius, el poeta resfriado,
iba para una fiesta.
Llevaba un sobretodo sobre el brazo
y un sombrero en la testa.
Una camisa blanca y una rosa
en la solapa negra.


 Gabriel García Márquez


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Y Kornelius el alto
renombrado poeta
al salir a la calle
saludó a su colega
el famoso Francisco de Quevedo Villegas.
Estaba lloviznando
—el ciclo sin estrellas
mostraba a los humanos
una sonrisa negra—
y Kornelius, el alto
renombrado poeta
se resfrió esa noche
sin que se diera cuenta.
Algo hace quien pasa de una luz
a menos claridad, quien surca oscuro
el transitar del aire a menos aire.
Quien se encomienda a algún anochecer.
Quien trata realidades con el nombre
que en la noche, sin más, le sale al paso.
Quien vive en transición. A cada paso
se insinúa el instante de una luz
de la que nadie sabe aún el nombre.
Tan sólo sé que late ahí en lo oscuro,
como la hoguera del anochecer
entabla un parloteo con el aire.
Hasta que apaga el fuego el mismo aire
y es desnudez la estela de su paso:
aflora entonces el anochecer
que la llama ocultaba entre la luz
como si, brusca dueña de lo oscuro,
tomara decisiones en su nombre.
Vivir es intentar ponerle nombre
a las cosas que marchan a su aire.
Y nos acoge un indagar oscuro
en el que es inseguro cada paso.
Las palabras son una escueta luz
que tiembla hasta que vuelve a anochecer.
Anochece tras cada anochecer
y sólo sé nombrarlo con tu nombre,
tú la única certeza, tú la luz;
la melodía que le robo al aire.
Tú, senda sin temor. Contigo paso
por la alegría de un camino oscuro.
Si vamos tú y yo juntos no es oscuro,
no es tan grávido el simple anochecer.
La soledad es así un rito de paso
que se disuelve al pronunciar tu nombre:
se abre una ventana y entra el aire
y es casi el movimiento de la luz.
La luz encuentra luz entre lo oscuro.
Respiro el aire de este anochecer.
Lleva tu nombre y anda con tu paso.
En costa lejana
y en mar de Pasión,
dijimos adioses
sin decir adiós.
Y no fue verdad
la alucinación.
Ni tú la creíste
ni la creo yo,
«y es cierto y no es cierto»
como en la canción.
Que yendo hacia el Sur
diciendo iba yo:
«Vamos hacia el mar
que devora al Sol».
Y yendo hacia el Norte
decía tu voz:
«Vamos a ver juntos
donde se hace el Sol».
Ni por juego digas
o exageración
que nos separaron
tierra y mar, que son
ella, sueño y el
alucinación.
No te digas solo
ni pida tu voz
albergue para uno
al albergador.
Echarás la sombra
que siempre se echó,
morderás la duna
con paso de dos...
Para que ninguno,
ni hombre ni dios,
nos llame partidos
como luna y sol;
para que ni roca
ni viento errador,
ni río con vado
ni árbol sombreador,
aprendan y digan
mentira o error
del Sur y del Norte,
del uno y del dos!
Velloncito de mi carne,
que en mis entrañas tejí,
velloncito friolento,
¡duérmete apegado a mí!

La perdiz duerme en el trébol
escuchándole latir:
no te turben mis alientos,
¡duérmete apegado a mí!

Hierbecita temblorosa
asombrada de vivir,
no te sueltes de mi pecho:
¡duérmete apegado a mí!

Yo que todo lo he perdido
ahora tiemblo hasta al dormir.
No resbales de mi brazo:
¡duérmete apegado a mí!