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Sara De Ibáñez: Ahora que oyes tu sangre me ha...

Ahora que oyes tu sangre me has oído.

Sara De Ibáñez

AsÃ Era

Canta, me dices. Y yo canto.
Â¿CÃ³mo callar? Mi boca es tuya.
Rompo contento mis amarras,
dejo que el mundo se me funda.
SueÃ±a, me dices. Y yo sueÃ±o.
Â¡OjalÃ¡ no soÃ±ara nunca!
No recordarte, no mirarte,
no nadar por aguas profundas,
no saltar los puentes del tiempo
hacia un pasado que me abruma,
no desgarrar ya mÃ¡s mi carne
por los zarzales, en tu busca.

Canta, me dices. Yo te canto
a ti, dormida, fresca y Ãºnica,
con tus ciudades en racimos,
como palomas sucias,
como gaviotas perezosas
que hacen sus nidos en la lluvia,
con nuestros cuerpos que a ti vuelven
como a una madre verde y hÃºmeda.

Eras de vientos y de otoÃ±os,
eras de agrio sabor a frutas,
eras de playas y de nieblas,
de mar reposando en la bruma,
de campos y albas ciudades,
con un gran corazÃ³n de mÃºsica.

CanciÃ³n Amarga

En la cara lleva
tres aÃ±os perdidos
y el frÃo de las seis de la maÃ±ana.

Van a partirte el corazÃ³n.
De pronto
la luz apagada,
los pasillos turbios,
la puerta que clava su ruido en la espalda.

Van a partirle el corazÃ³n.
Y arrastra
una cadena oscura
de pasiones heladas,
ese frÃo que cabe solamente
detrÃ¡s de una palabra.

Y yo la veo caminar,
despacio,
perderse en lo que anda,
fugitiva tristeza que va y viene
de la sombra a la puerta de mi casa.

La luz artificial deja en la calle
el temblor silencioso
de tres barcas ancladas.

cuando ella cruza por mi lado siento
como un golpe de remos
y un murmullo de agua.

He venido a quererte, a que me digas tus palabras de mar y de palmeras.

Un hombre de estado es el que pasa la mitad de su vida haciendo leyes, y la otra mitad ayudando a sus amigos a no cumplirlas.