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Erasmo de Rotterdam: La esencia de la felicidad con...




La esencia de la felicidad consiste en que aceptes ser el que eres.

 Erasmo de Rotterdam


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Poema Número Uno

Ahora sí. Tú puedes ya mirarme.

Soy compañero de los ofendidos;
de las almas oscuras que transitan
la profunda llanura de la noche,
amando tristemente los abismos
y las jaurías cárdenas del vino.

Ahora sí. Tú puedes ya mirarme. ..

Padezco el peso puro de la tierra
sobre mi corazón buscador de ángeles,
sobre mi alma hechizada por el río
azul e inmóvil que atraviesa el cielo
con invisibles olas siderales
y con mil barcas de humo pensativo.

Una vez quise abrir tu paraíso
con una aguja débil de rocío.

Hoy amo el cielo humano de la arcilla
poblado de fantasmas que tiritan.

Amo la soledad, la sed, el frío,
la carne vestidora de incurables,
el pecado y su fina risa de ámbar.

Sí: ya puedes mirarme.

Enterré ya los mármoles que amaba.
Duermen en él los ángeles helados
en ocultos tropeles ateridos.

Ya sé odiar berilos y zafiros,
-parásitos brillantes de la roca-.

No deseo admirar tus vestiduras
salpicadas de signos y asteroides.

Amo la desnudez de los caminos.

Sí: ya puedes mirarme.

Por la llanura de la noche cruza
una pequeña luz que cabecea;
ella es mi pecho roto en el que tiembla
la fiebre inextinguible.

Ya puedes tú mirarla;
tú que vives arriba
y que talvez no eres inconmovible.
Alicatado Para Una Tarde de Verano

Para traspasar las hojas,
la luz se pone de lado.
Se despereza el aroma
y hay un sopor que, despacio,
deshilachan las zumbonas
avispas del emparrado.
La paz del jardín se esparce
por el brillo del acanto
y la tarde se inaugura
al regarse el empedrado.

Hay rincones invisibles
con amores encalados
y persianas donde crece
la penumbra del verano.
El mirador se remira
en los reflejos más altos.
Alguna risa que llega
por el silencio rampando
y el agua, dueña y señora
por fuentes y por regatos.

El aire tiene un desgaire
de mimbre desangelado.
El arrayán cuadricula
la dicha de estar mirando.
Desde los poyetes, rastras
en macetas de geráneos
cuelgan hasta el arriate
buscando su olor mojado.
El silencio se despierta
picoteado de pájaros.

Las glicinias se retuercen
sobre sus pomos morados
y son de azulejo y frío
los zócalos y los bancos.
El chirrido del portón
anuncia el rito diario.
Las sillas, de recia anea.
El vino, de mano en mano.
La amistad, como beberse
la tarde de un solo trago.

"De Mis amados odres viejos"
Por donde los santos pasan, se va quedando Dios.
Nocturno Xii

A Santiago de la Escalera

La noche resbala
con mansa dulzura.
Como una azucena
de nevada túnica,
inocente y lírica,
florece la luna.
las estrellas cantan
su cantiga muda
y sueña el paisaje
dormido en la bruma.
¡Qué suave sosiego!
¡Qué paz tan profunda!
Cual blandas cadencias
de canción de cuna,
únicos rumores
que el silencio surcan,
se estremece el bosque,
la brisa susurra
y abajo en el río
rezan las espumas.

Solo dos zagales
- él fuerte, ella rubia -
velan en el valle
Por gozar la albura
de la noche clara,
de la noche rústica.

- Juan, ¿estoy soñando?
¡Oh, qué dulce música!
- Parecen campanas;
no las sentí nunca.
- Quién las toca, di?
-No sé; pero escucha.
María, te quiero.
- Si serán las brujas?
- María, si vieras...
_ O serán los ángeles
allá en las alturas...
- María, te adoro...
- ¿Campanas, o guzlas?
- Me atiendes, María?
- Qué paz, qué dulzura...
¿oyes las campanas?
- ¿María, me escuchas?
- Campanas celestes
¿sonáis en la luna?
Tañido divino...
¡Oh, Juan, esa música!...
- María, ¿me quieres?

-...No puedo ser tuya.