Sagradas Escrituras: El hijo inteligente escucha lo...


El hijo inteligente escucha los consejos de su padre, el burlón no escucha la reprensión. Por el fruto de sus boca, el hombre gusta el bien, pero los traidores se alimentan de violencia. El que vigila su boca conserva su vida, el que habla mucho se pierde. El flojo espera, pero vano es su deseo; por el contrario, los trabajadores desean y son colmados. El justo odia las palabras mentirosas, pero el malvado calumnia y deshonra. La justicia guarda a los hombres de vida honrada; la maldad causa la ruina de los malos. Uno aparenta riquezas sin tener nada, otro aparenta ser pobre teniendo muchos bienes. La riqueza de un hombre le permite rescatar su vida, pero el pobre no tiene con qué rescatarse. La luz de los justos es alegre, la lámpara de los impíos se apaga. La altanería solamente acarrea líos; en los que se dejan aconsejar se halla la sabiduría. La riqueza súbita dura poco, el que acumula poco a poco se enriquece. La esperanza que se demora languidece el corazón, el deseo satisfecho es un árbol de vida. El que desprecia la enseñanza le será deudor, el que respete el precepto tendrá recompensa. La enseñanza del sabio es fuente de vida para escapar los lazos de la muerte. Una inteligencia cultivada se consigue el favor, el camino de los mentirosos no llega nunca. Todo hombre prudente obra con reflexión, el tonto manifiesta su estupidez. Un mal mensajero cae en la desgracia, el que es fiel es un remedio. Miseria y vergüenza para el que desoye la corrección, honor para el que acepta la reprensión. El deseo satisfecho es dulzura para el alma, apartarse del mal les parece cosa odiosa a los insensatos. Anda con los sabios y te harás sabio; el que frecuenta a los insensatos se hace malo. La desgracia persigue al pecador, la felicidad colmará a los justos. El hombre de bien deja su herencia a los hijos de sus hijos, la riqueza del pecador está reservada para los justos. Los surcos de los pobres los alimentan, mientras que otros perecen por haber faltado a la justicia. El que ahorra el castigo a su hijo no lo quiere; el que lo ama se dedica a enderezarlo.

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