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MC AESE: un mundo perfecto con arboles ...

un mundo perfecto con arboles de bombones
donde todo es fantacioso menos nuestros corazones
quiero formarte con los planetas una flor
pues me enseñaste que la vida es corta a lado de nuestro amor

MC AESE

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miento0 cuando te digo tee quier0o0o miento cuand0o digo te amo0 las palabras son una forma de expresar lo que no sentimo0ss L0Os ojo0o0os son la maneraa deee expresar lo que no decimmo0s RoG

El Silencio Que Queda Entre Dos Palabras

El silencio que queda entre dos palabras
no es el mismo silencio que envuelve una cabeza cuando cae,
ni tampoco el que estampa la presencia del Ã¡rbol
cuando se apaga el incendio vespertino del viento.

AsÃ como cada voz tiene un timbre y una altura,
cada silencio tiene un registro y una profundidad.
El silencio de un hombre es distinto del silencio de otro
y no es lo mismo callar un nombre que callar otro nombre.

Existe un alfabeto del silencio,
pero no nos han enseÃ±ado a deletrearlo.
Sin embargo, la lectura del silencio es la Ãºnica durable,
tal vez mÃ¡s que el lector.

El Sumo Sacerdote y todos los suyos que formaban el partido de los saduceos, se pusieron muy envidiosos y, tomando presos a los apÃ³stoles los metieron en la cÃ¡rcel pÃºblica. Pero, durante la noche, el Angel del SeÃ±or abriÃ³ las puertas de la cÃ¡rcel y los sacÃ³ fuera, diciÃ©ndoles: "PresÃ©ntense en el Templo y anuncien al pueblo todo el Mensaje de Vida." Obedecieron y, entrando en el Templo al amanecer, se pusieron a enseÃ±ar. Mientras tanto, llegÃ³ el Sumo Sacerdote con sus partidarios, reunieron al SanedrÃn, o sea, a todo el Senado Israelita, y mandaron a buscarlos a la cÃ¡rcel. Cuando los guardias llegaron allÃ¡, no los encontraron. Volvieron y contaron: "Encontramos la cÃ¡rcel cuidadosamente cerrada y los centinelas montando guardia en las puertas, pero cuando abrimos, no encontramos a nadie dentro."
El jefe de la guardia y los jefes de los sacerdotes, al oÃr esto, quedaron desconcertados, preguntÃ¡ndose quÃ© podrÃa haber sucedido. En esto llegÃ³ uno que les dijo: "Los hombres que encarcelaron estÃ¡n en el Templo enseÃ±ando al pueblo." Entonces el jefe de la guardia fue con sus ayudantes y los trajeron, pero sin violencia, porque tenÃan miedo de ser apedreados por el pueblo. Una vez traÃdos, los presentaron ante el SanedrÃn. El Sumo Sacerdote los interrogÃ³ y declarÃ³: "Â¿No les prohibimos estrictamente enseÃ±ar en ese Nombre? Pero ahora ustedes han difundido por toda JerusalÃ©n su doctrina y quieren cargarnos con la sangre de este hombre."
Pedro y los apÃ³stoles respondieron: "Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitÃ³ a JesÃºs, a quien ustedes dieron muerte colgÃ¡ndolo de un madero. Dios lo ha puesto en el cielo a su derecha, haciÃ©ndolo Jefe y Salvador para dar a Israel la conversiÃ³n y el perdÃ³n de los pecados. De esto nosotros somos testigos y tambiÃ©n es testigo el EspÃritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen." Cuando oyeron esto, se indignaron y querÃan matarlos.

Entonces un fariseo llamado Gamaliel, doctor de la Ley, estimado por todo el pueblo, se levantÃ³ en el SanedrÃn y mandÃ³ que hicieran salir un momento a aquellos hombres. Luego les dijo: "Colegas Israelitas, fÃjense bien en lo que van a hacer con estos hombres. Porque, no hace mucho, apareciÃ³ Teudas, que se hacÃa pasar por un gran personaje, a quien se unieron unos cuatrocientos hombres. Pero lo mataron y todos los que los seguÃan se dispersaron o desaparecieron. DespuÃ©s, en tiempos del censo, surgiÃ³ Judas el Galileo, que arrastrÃ³ al pueblo en pos de sÃ; tambiÃ©n Ã©ste pereciÃ³ y todos sus seguidores se dispersaron. Por eso, les aconsejo ahora: olvÃdense de estos hombres y dÃ©jenlos en paz. Porque, si esta idea o esta obra es de los hombres, se destruÃra por sÃ sola; pero, si viene de Dios, no podrÃ¡n destruirla. No sea que estÃ©n luchando contra Dios." Y siguieron su consejo. Entonces llamaron a los apÃ³stoles y, despuÃ©s de azotarlos, les prohibieron hablar de JesÃºs Salvador. Luego los dejaron ir. Ellos salieron del SanedrÃn muy gozosos por haber sido considerados dignos de sufrir por el Nombre de JesÃºs. Y todos los dÃas enseÃ±aban y anunciaban en el Templo y en las casas la Buena Nueva de Cristo JesÃºs.