Pensamientos populares (16)

No vayas a creer lo que te cuentan del mundo (ni siquiera esto que te estoy contando) ya te dije que el mundo es incontable.

La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla.

Tengo que correr riesgos. No tengo que tener miedo de la derrota.

Solo hay dos clases de personas coherentes: los que gozan de dios porque creen en él y los que sufren porque no le poseen.

Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. En realidad, la vida es una calle de sentido único.

El amor, para que sea auténtico, debe costarnos.

El orgullo humano sabe inventar los nombres más serios para ocultar su propia ignorancia.

El arte de vencer se aprende en las derrotas.

Cuatro cosas hay que nunca vuelven más: una bala disparada, una palabra hablada, un tiempo pasado y una ocasión desaprovechada.

Si yo tuviera un corazón, escribiría mi odio sobre el hielo, y esperaría a que saliera el sol.

La melancolía es la felicidad de estar triste.

Nadie tiene dominio sobre el amor, pero el amor domina todas las cosas.

La mentira más común es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo. Engañar a los demás es un defecto relativamente vano.

Al final, lo que importa no son los años de vida, sino la vida de los años.

Los hijos son las anclas que atan a la vida a las madres.

La vida es muy peligrosa. No por las personas que hacen el mal, sino por las que se sientan a ver lo que pasa.

Quien no quiere pensar es un fanático; quien no puede pensar, es un idiota; quien no osa pensar es un cobarde.

Dichosísimo aquel que corriendo por entre los escollos de la guerra, de la política y de las desgracias públicas, preserva su honor intacto.

Todo el mundo debería tener el suficiente dinero de mierda para poder mandar a la mierda a todo el mundo.

Nuestras discordias tienen su origen en las dos más copiosas fuentes de calamidad pública: la ignorancia y la debilidad.