Me incliné sobre ella y recorrí la piel de su vientre con la yema del dedo. Bea dejó caer los párpados, los ojos y me sonrió, segura y fuerte.
-Hazme lo que quieras... -susurró.
Te...
A veces, las cosas más reales sólo suceden en la imaginación.
... porque nadie pregunta por aquello que prefiere ignorar.
Cuando Martín declaró en el juicio que la única buena costumbre que él defendía era la de leer y que el resto era asunto de cada uno, el juez añadió otros diez años de condena a los no sé cua...
... los peores misóginos siempre son mujeres.
Una puerta no tiene principio ni fin, tan solo puertas de entrada.
En aquellos días aprendí que nada da más miedo que un héroe que vive para contarlo, para contar lo que todos los que cayeron a su lado no podrán contar jamás.
Incluso ella comprendía que no bastaba con aquello, que cada minuto que Penélope y Julián pasaban juntos les unía más. Hace tiempo que el aya había aprendido a reconocer en sus miradas el desaf�...
Sophie sintió por él ese anémico desprecio que despiertan las cosas que más deseamos sin saberlo.
Una vez busqué en un diccionario el término "hipocondríaco" y le
saqué una copia.
-No sé si lo sabías, pero tu biografía viene en el Diccionario de la Real
Academia le anunci...
Esta ciudad es bruja, sabe Usted, Daniel? Se le mete a uno en la piel y le roba el alma sin que uno se dé ni cuenta.
No se aprende nada importante en la vida, sólo se recuerda.
Y conserva tus sueños -dijo Miquel-. Nunca sabes cuándo te van a hacer falta.
Me vi entonces a mí mismo a través de sus ojos; apenas un muchacho transparente que creía haber ganado el mundo en una hora y que todavía no sabía que podía perderlo en un minuto.
Aquella tarde de brumas y llovizna, Clara Barceló me robó el corazón, la respiración y el sueño. Al amparo de la luz embrujada del Ateneo, sus manos escribieron en mi piel una maldición que habr...
No sé ahora dónde leí una vez que en el fondo nunca hemos sido el de antes, que sólo recordmos lo que nunca sucedió...
El miedo es la pólvora y el odio es la mecha
tertulia literaria los viernes por la noche a la que no me invitaba porque sabía que todos los asistentes, poetastros frustrados y lameculos que le reían
Me enseñó que un libro no se acaba nunca y que, con suerte, es él quien nos abandona para que no pasemos el resto de la eternidad reescribiéndolo.
y dejó correr el agua, probando la temperatura