No te asuste naufragar que el tesoro que buscamos, capitán, no está en el seno del puerto sino en el fondo del mar.
Luz... cuando mis lágrimas te alcancen la función de mis ojos ya no será llorar, sino ver.
Yo no sé muchas cosas es verdad. Pero me han dormido con todos los cuentos... Y sé todos los cuentos.
Voy con las riendas tensas y refrenando el vuelo porque no es lo que importa llegar solo ni pronto, sino llegar con todos y a tiempo.
Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol...
Ten una voz, mujer, que sea cordial como mi verso y clara como una estrella.
Siempre habrá nieve altanera que vista el monte de armiño y agua humilde que trabaje en la presa del molino.
Nuestro oficio no es nuestro destino.
Y es inútil, inútil toda huida (ni por abajo ni por arriba). Se vuelve siempre. Siempre.
Ni el infierno... ni el fuego y el dolor son eternos.
El Hombre es lo que importa. El Hombre ahí, desnudo bajo la noche y frente al misterio, con su tragedia a cuestas, con su verdadera tragedia, con su única tragedia... la que surge, la que se alza cu...
Nadie fue ayer ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este mismo camino que yo voy.
Poesía... tristeza honda y ambición del alma ¡cuándo te darás a todos... a todos, al príncipe y al paria, a todos... sin ritmo y sin palabra!.
Al fin todo se hundió... y tu mirada se torció y se deshizo en un cielo turbio y revuelto... Y ya no vi más que mis lágrimas.
Deshaced ese verso, Quitadle los caireles de la rima, el metro, la cadencia y hasta la idea misma. Aventad las palabras, y si después queda algo todavía, eso será la poesía.
¡Cuánto le costó a la muerte apagarte los ojos!.
Tus ojos son las fuentes del llanto y de la luz.
Todos somos capitanes y la diferencia está solo en el barco en que vamos sobre las aguas del mar.
Empieza por contar las piedras, luego contarás las estrellas.
No andes errante... y busca tu camino.