No me niegues que a veces, al despertar, quisieras refugiarte nuevamente debajo de mis manos, quedarte quietecita, apenas respirando, convertida en la misma huella de la noche.
Creo -es nada más un creer- que de mi poesía bien podría hacerse el arco con que una gacela traza la mañana.
De la semilla que arrojes un huerto plantaré y a él te allegarás para llenar tu corazón.
Se lo llevó todo y me dejó en la calle, fuera de mi propio corazón. Solo.
Aprended a ser profetas sin hablar del futuro. ¿No pertenecen los sueños al presente?.
Como monedas echamos las palabras en la mente del niño para que con el tiempo su pensamiento sea un tesoro.
Aprehender, sí. Primero asimilando los matices y contornos ocultos. Lo húmedo, lo tibio, y si soy afortunado el rumor de tu sangre abriendo zanja en la vida.
No quiero el calor de vuestro fuego, no quiero el agua de vuestras tinajas. Quiero solo un lugar para mi canción.
Mi patria reposa en el fondo de mis ojos.
Mis manos, mis pies, a los grandes sueños habéis encadenado.
La palabra nos revela la consistencia del espíritu.
Acérquense los del fuego, los enamorados de la vida. Nos calentaremos con estos nuestros corazones hechos leña bajo este rudo temporal, pero contentos.
Ya solo chocaron tu cuerpo y el mío como dos pedernales. Al amanecer me sorprendí de que respiraras todavía.
Loco. Grabo tu adjetivo y tu risa, tus piernas en la lluvia y la comisura de tus labios tristes.
El escultor no hace más que llamar, con el cincel y a golpe de martillo, a los guerreros que duermen en las espesuras del mármol.
Fina es la lámina, casi transparente. La lámina de azúcar que separa tus labios. Por allí se fue mi corazón relamiéndose las heridas.