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Charles Sanders Peirce: No se puede bloquear el camino...
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Charles Sanders Peirce
No se puede bloquear el camino de la investigación.
Charles Sanders Peirce
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VolvÃa a ser de noche. En la posada Roca de GuÃa reinaba el silencio, un silencio triple.
El primer silencio era una calma hueca y resonante, constituida por las cosas que faltaban. Si hubiera habido caballos en los establos, estos habrÃan piafado y mascado y lo habrÃan hecho pedazos. Si hubiera habido gente en la posada, aunque solo fuera un puñado de huéspedes que pasaran allà la noche, su agitada respiración y sus ronquidos habrÃan derretido el silencio como una cálida brisa primaveral. Si hubiera habido música? pero no, claro que no habÃa música. De hecho, no habÃa ninguna de esas cosas, y por eso persistÃa el silencio.
En la posada Roca de GuÃa, un hombre yacÃa acurrucado en su mullida y aromática cama. Esperaba el sueño con los ojos abiertos en la oscuridad, inmóvil. Eso añadÃa un pequeño y asustado silencio al otro silencio, hueco y mayor. ComponÃan una especie de aleación, una segunda voz.
El tercer silencio no era fácil reconocerlo. Si pasabas una hora escuchando, quizá empezaras a notarlo en las gruesas paredes de piedra de la vacÃa taberna y en el metal, gris y mate, de la espada que colgaba detrás de la barra. Estaba en la débil luz de la vela que alumbraba una habitación del piso de arriba con sombras danzarinas. Estaba en el desorden de unas hojas arrugadas que se habÃan quedado encima de un escritorio. Y estaba en las manos del hombre allà sentado, ignorando deliberadamente las hojas que habÃa escrito y que habÃa tirado mucho tiempo atrás.
El hombre tenÃa el pelo rojo como el fuego. Sus ojos eran oscuros y distantes, y se movÃa con la sutil certeza de quienes saben muchas cosas.
La posada Roca de GuÃa era suya, y también era suyo el tercer silencio. Asà debÃa ser, pues ese era el mayor de los tres silencios, y envolvÃa a los otros dos. Era profundo y ancho como el final del otoño. Era grande y pesado como una gran roca alisada por la erosión de las aguas de un rÃo. Era un sonido paciente e impasible como el de las flores cortadas; el silencio de un hombre que espera la muerte.
La Copa saltó ella cuando llegó a Cibeles y vio tantos madridistas
Con el Renault 5 Maxiturbo se te ponÃan de corbata, asà textualmente.
He visto llegar, uno tras otro, dÃas vacÃos, los he despedido inmersos en la misma vaciedad.