Colección de paco
Nocturnos
En las noches lascivas, amables, suntuosas,
nos miran desde el lecho vibrantes, decididas,
desde el lecho que ha sido la góndola azarosa
donde el amor dejaba sus rosas escondidas.
En las noches lascivas nos miran insistentes,
y sus brazos reclaman más dulzura y más brÃo,
y sus brazos nos rondan, nos prenden de repente
con la lenta amenaza de un mejor desafÃo.
Mientras las amas, miras esa oscura recámara:
los autos bordan móviles encajes luminosos;
ellas jadean sin tregua, de brillo acribilladas
y tú esperas tan solo sus dorados sollozos.
Al fin con queja muerden tus hombros y con lágrimas,
y derraman sus cuerpos de nuevo entre tus brazos,
y tú las acaricias, pasas algunas páginas,
y la historia se acaba durmiendo en sus regazos.
Insomnio
Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.
Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño, y por el mar las naves.
En cárceles de espacio, aéreas llaves
te me encierran, recluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti las alas de mis aves.
Saber que duermes tú, cierta, segura
- cauce fiel de abandono, lÃnea pura -,
tan cerca de mis brazos maniatados.
Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo, insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.
Andrómeda
La Andrómeda del Tiempo, impar en la belleza y el agravio,
sobre este rudo peñasco ahora escruta largamente hacia uno
y otro brazo de la costa,
su flor, su porción de vida, condenada a ser alimento del dragón.
Muchos golpes y venenos la tentaron y acecharon una vez;
pero desde Occidente oye ahora el rugir de una bestia
más salvaje que las demás, más desenfrenada
en sus daños, más inicua y más obscena.
¿Es que su Perseo se demora y la libra a sus vehemencias?
Pero él, hollando por un tiempo el aire suave como una almohada,
suspende sobre ella que se dirÃa abandonada, sus pensamientos,
mientras, desgarrada hasta la angustia, su paciencia
crece, luego consigue desarmarla, y nadie lo sospecha
con los arneses y hierros de la Gorgona, correas y dientes.
De "Obra poética IV"
11. Vendrá, Vendrá El Amor, -seguro Laberinto-...
Vendrá, vendrá el amor, -seguro laberinto-.
Descorriendo sombras, jarcias escarlatas,
como julio mil espejos entreabiertos,
-dulces añicos de luz atrapados por la brisa-.
Huele a sol. La calle, cómplice y ensimismada,
nos conduce por los recodos verdes de la dicha.
Azul, demasiado azul en el lento horizonte,
impulso de mar hacia los estambres de la noche.
La calle, sabia; el paso confiado, sutilÃsimo,
hacia la ribera irresistible del sueño
-celeste llave de luna y de cometa -.
Con vértigo restaurado, pude leer su voz,
cerrado abanico, cercando al insomnio
en la palidez oculta de unos brazos.
De "La lealtad del espejo" 1993
Lamento En Elca
Estos momentos breves de la tarde,
con un vuelo de pájaros rodando en el ciprés,
o el súbito posarse en el laurel dichoso
para ver, desde allÃ, su mundo cotidiano,
en el que están los muros blancos de la casa,
un grupo espeso de naranjos,
el hombre extraño que ahora escribe.
Hay un canto acordado de pájaros
en esta hora que cae, clara y frÃa,
sobre el tejado alzado de la casa.
Yo reposo en la luz, la recojo en mis manos,
la llevo a mis cabellos,
porque es ella la vida,
más suave que la muerte, es indecisa,
y me roza en los ojos,
como si acaso yo tuviera su existencia.
El mar es un misterio recogido,
lejos y azul,
y diminuto y mudo,
un bello compañero que te dio su alegrÃa,
y no te dice adiós, pues no ha de recordarte.
Solo los hombres aman, y aman siempre,
aun con dificultad.
¿Dónde mirar, en esta breve tarde,
y encontrar quien me mire
y reconozca?
Llega la noche a pasos, muy cansada,
arrastrando las sombras
desde el origen de la luz,
y asà se apaga el mundo momentáneo,
se enciende mi conciencia.
Y miro el mundo, desde esta soledad,
le ofrezco fuego, amor,
y nada me refleja.
Nutridos de ese ardor nazcan los hombres,
y ante la indiferencia extraña
de cuanto les acoge,
mientan felicidad
y afirmen inocencia,
pues que en su amor
no hay culpa y no hay destino.
La Condena
El que posee el oro añora el barro.
El dueño de la luz forja tinieblas.
El que adora a su dios teme a su dios.
El que no tiene dios tiembla en la noche.
Quien encontró el amor no lo buscaba.
Quien lo busca se encuentra con su sombra.
Quien trazó laberintos pide una rosa blanca.
El dueño de la rosa sueña con laberintos.
Aquel que halló el lugar piensa en marcharse.
El que no lo halló nunca
es desdichado.
Aquel que cifró el mundo con palabras
desprecia las palabras.
Quien busca las palabras que lo cifren
halla solo palabras.
Nunca la posesión está cumplida.
Errático el deseo, el pensamiento.
Todo lo que se tiene es una niebla
y las vidas ajenas son la vida.
Nuestros tesoros son tesoros falsos.
Y somos los ladrones de tesoros.
De «Los vanos mundos»
El Hondo Sueño
Este soñar a solas... ¡Si tu vida
de pronto amaneciese ante mi espera!
¿Por dónde voy cayendo? Primavera,
mientras, en tomo mÃo dilapida
su olor y se me escapa en la caÃda.
¡Tan solitariamente se acelera
-y está la noche ahÃ, variando fuera-
la gravedad de un ansia desvalida!
Pero tanto sofoco en el vacÃo
cesará. Gozaré de apariciones
que atajarán el vergonzante empeño
de henchir tu ausencia con mi desvarÃo.
¡Realidad, realidad, no me abandones
para soñar mejor el hondo sueño!
Nunca Mas Volviste
Nunca más volviste,
Daniel.
Desde entonces ya no hubo patio
ni baúles con especias,
ni la luz posó sus labios
en los membrillos del aparador.
Y en vez de tu cuerpo fue la fiebre,
la humedad,
el tremendo cansancio
fluyendo de los frascos de perfume.
Por la tarde se me cala el cabello
en un charco de polvo.
Por la noche agrietaba con los nudillos
el ventanal de mi cuarto.
De "El libro de Tamar"
Exhumaciones
Transito por lugares de abandono
y contemplo las fosas desoladas.
Las aguas de la noche han descendido
a estas costas humildes, deprimidas.
Todo está convertido en un lamento
sin nombre, acurrucado, irreparable.
Los dioses yacen mudos como esclavos,
lamiendo el oro rosa y el estiércol.
Lentamente yo busco entre las piedras
una llama de aquel incendio inerte.
Espadas de carbón, rosas de plata
aparecen, de pronto, entre los féretros.
Temblando como pájaros se ofrecen
esas flores tristÃsimas y sucias.
Las largas cabelleras de los héroes
emergen entre lirios y cerámicas.
Te Vas
Ya lo sabemos. No nos digas nada.
Lo sabemos: ahórrate la pena
de contarnos sonriendo lo que sufres
desde que estás enferma.
¡Ah!, te vas sin remedio,
te vas, y, sin embargo, no te quejas:
jamás te hemos oÃdo una palabra
que no fuera serena,
serena como tú, como el cariño
de hermanita mayor que por nosotros
Se olvidó de ser novia...
No te quejas,
no quieres afligirnos, pero lloras
cuando nadie te mira, y tu tristeza
silenciosa no tiene una amargura...
¿Por qué serás tan buena?
¿cómo Serás?
¿Cómo serás sin estos ojos mÃos?
¿Quién te leerá palabras por la frente
sabiéndote despacio, pena adentro?
¿Cómo serás cuando el rÃo descienda
y sientas ya la espuma por las sienes?
La espuma de tu mar, el mar de todos.
No sé dónde dejarte escrito el nombre
crecido de tu tiempo hacia otras fechas,
desbordado de sÃ, fuera de madre.
Mar
Bajo mi cama estáis, conchas, algas, arenas:
comienza vuestro frÃo donde acaban mis sábanas.
RozarÃa una jábega con descolgar los brazos
y su red tenderÃa del palo de mesana
de este lecho flotante entre ataúd y tina.
Cuando cierro los ojos se me cubren de escamas.
Cuando cierro los ojos, el viento del Estrecho
pone olor de Guinea en la ropa mojada,
pone sal en un cesto de flores y racimos
de uvas verdes y negras encima de mi almohada,
pone henchido el insomnio, y en un larguero entonces
me siento con mi sueño a ver pasar el agua.
Mi Amante
Desnuda, mi funesta amante
de piel vencida y casta como deshabitada,
sacudes sobre el lecho voces
y ternuras contrarias a mis manos,
y un crepúsculo escucho entre tu cuerpo
cuando al caer en ti agonizo
en un nacer marchito, sin el duelo
comparable al temor de tu agonÃa.
Contigo transparento la caÃda
de un alud o huracán de rosas:
suspiros de manzanas en tumulto
diciéndome que el hombre está vencido,
confuso en amarguras y vacÃas miradas.
En ti respondo al mundo, y en tu cuerpo
respiro ese sabor de los sepulcros;
una noche no más, y tu mirada
persiste, implora y vence entre mis ojos,
decidida a una lucha prolongada
donde el recuerdo se convierte
en esa área languidez del pensamiento,
como materia de tus ojos mismos.
Lloras a veces arrojando
fúnebres aguas de perfume ciego,
como si desprendida de una antigua idea
vinieras hasta mÃ, tan clara
como un ángel dormido en el espacio,
a dejar evidencia, luz y vida;
y en tus lágrimas miro surgir tu suave piel
como si en ellas prolongaras
o hicieras más probable tu existencia,
derramando el aroma de tu sueño
sobre esta soledad de tu desnudo.
Y Tú Amor MÃo....
Y tú amor mÃo, ¿agradeces conmigo
las generosas ocasiones que la mar
nos deparaba de estar juntos? ¿Tú te acuerdas,
casi en el tacto, como yo,
de la caricia intranquila entre dos maniobras,
del temblor de tus pechos
en la camisa abierta cara al viento?
Y de las tardes sosegadas,
cuando la vela débil como un moribundo
nos devolvÃa a casa muy despacio...
Éramos como huéspedes de la libertad,
tal vez demasiado hermosa.
El azul de la tarde,
las húmedas violetas que oscurecÃan el aire
se abrÃan
y volvÃan a cerrarse tras nosotros
como la puerta de una habitación
por la que no nos hubiéramos
atrevido a preguntar.
Y casi
nos bastaba un ligero contacto,
un distraÃdo cogerte por los hombros
y sentir tu cabeza abandonada,
mientras alrededor se hacÃa triste
y allá en tierra, en la penumbra
parpadeaban las primeras luces.
Canción de La Noche Callada
En la noche balsámica, en la noche,
cuando suben las hojas hasta ser las estrellas,
oigo crecer las mujeres en la penumbra malva
y caer de sus párpados la sombra gota a gota.
Oigo engrosar sus brazos en las hondas penumbras
y podrÃa oÃr el quebrarse de una espiga en el campo.
Una palabra canta en mi corazón, susurrante
hoja verde sin fin cayendo. En la noche balsámica,
cuando la sombra es el crecer desmesurado de los árboles,
me besa un largo sueño de viajes prodigiosos
y hay en mi corazón una gran luz de sol y maravilla.
En medio de una noche con rumor de floresta
como el ruido levÃsimo del caer de una estrella,
yo desperté en un sueño de espigas de oro trémulo
junto del cuerpo núbil de una mujer morena
y dulce, como a la orilla de un valle dormido.
Y en la noche de hojas y estrellas murmurantes
yo amé un paÃs y es de su limo oscuro
parva porción el corazón acerbo;
yo amé un paÃs que me es una doncella,
un rumor hondo, un fluir sin fin, un árbol suave.
Yo amé un paÃs y de él traje una estrella
que me es herida en el costado, y traje
un grito de mujer entre mi carne.
En la noche balsámica, noche joven y suave,
cuando las altas hojas ya son de luz, eternas...
Mas si tu cuerpo es tierra donde la sombra crece,
si ya en tus ojos caen sin fin estrellas grandes,
¿qué encontraré en los valles que rizan alas breves?,
¿qué lumbre buscaré sin dÃas y sin noches?
Antrim Road
Para Lola del Estal
Vienes con el amanecer
o ya estás, estás sentado aún con las estrellas
en el duro escalón del arriate
donde encañados crecen los guisantes de olor
y el botón estallante de la amapola india,
el pequeño dominio urbano de tu siembra.
¿Alguna vez pensaste que te ornarÃan los brotes,
los tanteantes pámpanos prensiles,
en caligrafÃa de dibujo sobre la fúnebre pizarra?
Inmóvil no suspiras,
pensativo y doméstico dios menor y guardián,
sólo atento a la losa que tu nombre proclama
y tu derecho:
Abraham Higgins, proprietor. 1876.
Vendido el predio,
la actual dueña intrusa a sabiendas te ignora
tal no repara en el caracol de zurrón deslizante,
vulnerando tu espacio de armonÃa
tendaleras con prietos calcetines de lana
de su amante galés, beodo y rojo.
En el prerrafaelista clarear de la luz
la malvarrosa yergue sus ásperos papeles
y solo yo te veo, accidental huésped de semana,
de bed and breakfast.
Cuando regrese al fuego suicida de mi patria
definitivamente tú habrás muerto.
Alguna Noche
Alguna noche -las fogatas eran
de dolor o de júbilo-
la casa te veÃa desertar.
Te abrÃas a una vida
distinta, a un mundo
alegre como los ojos de un dios:
voces mayores, fuegos de artificio,
inacabable noche de San Juan
en tu estancia vacÃa...
El tiempo se agrandaba en los rincones,
se detenÃa en torno al corazón,
mientras el estruendo proseguÃa,
lejos, lejos, quién sabe si real.
Después, todo más claro:
los sonidos pequeños, el crujido de un mueble
la lluvia en el desván.
Nueva vida a las cosas, el alba aparecÃa,
y tú llegabas, amorosamente.
El Mar
El hecho de arrojar a un mismo tiempo
las cenizas al mar de todos los cadáveres
que vagan por la bruma de la Historia;
aun toda esa ceniza
unánime, ya digo, en nada alterarÃa
su continuo fluir:
lentas mareas,
alado oleaje bronco,
y las leyendas graves de su furia.
Errabundo y cautivo, pero siempre
con una disciplina
perfecta: misteriosa y calculada,
óyelo cómo ruge:
el mar narcotizado por las lunas,
homérico, cambiante y maquinal,
con ensenadas de peces
de ojos aterrados que lo exploran
como los pensativos peces de colores
exploran una vez y otra vez y una vez más
el acuario cuajado de palmeras
y cofres de pirata en miniatura.
Igual de fluctuante
que nuestro pensamiento,
mÃralo,
angustiado de azul indefinible,
asmático, grandioso y teatral,
él,
que huye e invade
según un raro método que tiene
algo que ver quizás con nuestros ciclos
de razón y locura, esas dos caras
de una misma moneda que cae de canto siempre.
Refugio de los seres silenciosos,
inagotable mar de vaivén blanco,
tan dado a todo tipo de metáforas
que suelen recordarnos ciertas veces
en lo mucho que somos como el mar.