Llueve. Y el agua cae sin relieve sobre las piedras, ávidas de lluvia. Aquí en mi corazón, cómo remueve; aquí en mi corazón, cómo diluvia.
Mi amor sabe aguardar. No es impaciente: su deseo es arroyo, y no torrente que hacia ti, con certeza, sigue andando.
Me darás lo más dulce y más amargo: una breve alegría, un llanto largo... sé que voy al dolor. Inútilmente.
Vuelvo a mirarte aún. Y eres el mismo milagro de ternura y egoísmo, triste y feliz, eterno y pasajero,
¿Cómo será su amor – amor – conmigo, cómo ha de ser: espectador, testigo o superado actor del viejo drama?.
Tenemos que aprender a no asombrarnos de habernos encontrado, de que la vida pueda estar de pronto en el silencio o la mirada.
Cómo decir, amor, en qué momento te rompes dulcemente entre las manos, sin quejas, sin recuerdos, sin arcanos y tal vez sin temor ni sufrimiento.
Quiero la fe de todos los amantes en este solo amor, ver contenida: tumulto de horizontes trashumantes y luego, claridad de agua dormida.
Quiero que todos sepan que te quiero: deja tu mano, amor, sobre mi mano. Sobre mi corazón, deja tu sello.
Este amor que se va, que se me pierde, esta oscura certeza de vacío: mi corazón, mi corazón ya es mío sin nada que le implore ni recuerde.
Dile que no recuerde y dile que no respire, amor, sin respirarme.
El amor era un huésped, la soledad es siempre el compañero.
Dame tu estar, amor, en los extremos, tu presencia y tu infiel sabiduría: por los caminos de la sangre mía ya no sé si es que vamos o volvemos.
Quiero estar en tu sueño. Ser tu sueño. Penetrar más allá de lo que advierte la mirada sutil. Como beleño recorrer, galopar tu sangre inerte.
...porque soy quien se va pero regresa para morder tu mano, mientras besa, porque soy el que otorga. Y el mendigo.