Cuando quiero mirar nuestro mundo con los dos ojos, lo que percibo son dos mundos superpuestos: uno luminoso y claro, sorprendentemente nítido; el otro impreciso y sutilmente sombrío.
Era el amanecer. Los árboles de ginkgo a ambos lados estaban cubiertos de hojas oscuras, cada una hinchada por toda al agua absorbida.
Paradójicamente, el pueblo y el estado de Japón viven en esos apoyos morales no eran inocentes, pero se habían manchado con su propia historia pasada de invadir otros países asiáticos.
Yo soy uno de los escritores que deseen crear trabajos serios de la literatura que desvincularse de esas novelas que son meros reflejos de las grandes culturas de consumo de Tokio y las subculturas de...