Cuando los hombres inocentes y virtuosos gustaban de tener a los dioses por testigos de sus actos, vivían juntos en las mismas cabañas; pero en seguida se volvieron malvados, se hastiaron de esos incómodos espectadores y los relegaron dentro de templos magníficos. Finalmente los expulsaron de ellos para establecerse ellos mismos; o, al menos, los templos de los dioses no se distinguieron ya de las casas de los ciudadanos. Fue
Jean-Jacques Rousseau