Si siento que te quiero, no necesito saber porqué te quiero.
José Narosky
(...) el filósofo tiene hoy el deber de desconfiar, de mirar maliciosamente de reojo desde todos los abismos de la sospecha.
El que, pudiendo, no evita el delito, lo consiente.
Su imaginación se parecía a las alas de un avestruz. Le permitían correr, pero no volar.
Muchas veces las ofensas son incentivo del valor.