¡cómo lucha mi amor por asirte!, más si es duro tener que alejarte, mis palabras no deben herirte si mis besos no pueden curarte!.
Mariposa: qué triste me quedo sin tu luz que mi amor ilumina, te me vas...te me vas... y no puedo retener tu silueta divína.
Amor no llega demasiado tarde a quien se siente demasiado solo.
Nada diré que sea mentira; iré sobre la claridad, como una espiga al viento, hacia la eternidad.
Alma, mujer, inspiradora: rige mi vida entera para siempre.
Amo todo lo verde porque trae hasta mi corazón y mi memoria el recuerdo inefable de tus ojos
Yo dije: Alma, mujer inspiradora: rige mi vida entera para siempre. Arde como la mirra el corazón que inmolo...
Tienes algo de Londres, pero mucho de Francia: una suma realeza y una noble elegancia palpitan en la seda de tu vestido gris.
Tengo llena de verde la pupila: verde de campo, de tus ojos, verde de mar y de esperanza, en el que pinta rosas de amor tu hermana primavera...
Inmensa necesidad de ser envuelto en ondas de músicas que digan el secreto que callan las palabras, las sinuosas palabras ¡oh serpientes, oh caminos!
Mi ideal bien poco pide: ser música de mí, música sorda. Ex libris del ensueño: un árbol verde y una paloma.
Yo te contemplo, absorto, y en mi entusiasmo creo que eres una duquesa que sale de paseo hacia las pintorescas afueras de París.
Tengo el decir enfermo de una niebla lejana, oh Dios, y se me torna de humo la palabra. Yo la deseo límpida... Yo la ambiciono diáfana...
Cuando agitas tu cendal, sueño eterno de Martí, tal emoción siento en mí, ¡que indago al celeste velo si en ti se prolonga el cielo o el cielo surge de ti!
Cada vez que hago bien, oh corazón, me invade una dulzura fresca, cuya virtud comprendo; veo dulces sonrisas en bocas que no existen, y manos invisibles que me están aplaudiendo
¡Sol, oh sol, oh sol mío! Necesito tu cálida vibración. Tengo enferma la luz de la palabra; de mí sale brumosa, y yo la quiero diáfana.
Soy en mí como es en sí la sombra: causa de luz y efecto de sí misma.
Aquí la paz me saluda junto a la verde campiña, y mi corazón se aniña, se enternece y se desnuda.
¿Y mi grito de ayer? Le puse al piano una sordina espiritual, y ahora solo sabe quejarse con sonrisas que desdeñan la gloria.
Soy agradecido. Las suaves almohadas no me han dado sino plácidos sueños, enervantes apreciaciones de la vida. Hacía falta a mi voluntad tu agria dureza