El hombre mejor no es nunca el que fue menos niño, sino al revés: el que al pisar los treinta años encuentra acumulado en su corazón el más espléndido tesoro de la infancia.
El deseo muere automáticamente cuando se logra: fenece al satisfacerse. El amor en cambio, es un eterno insatisfecho.
Algunas personas enfocan su vida de modo que viven con entremeses y guarniciones. El plato principal nunca lo conocen.
La máxima especialización equivale a la máxima incultura.
Quien en nombre de la libertad renuncia a ser el que tiene que ser, ya se ha matado en vida: es un suicida en pie. Su existencia consistirá en una perpetua fuga de la única realidad que podía ser.
Solo es posible avanzar cuando se mira lejos. Solo cabe progresar cuando se piensa en grande.
Los hombres pueden dividirse en tres clases: los que creen ser donjuanes, los que creen haberlo sido y los que creen haberlo podido ser, pero no quisieron.
Los hombres más capaces de pensar sobre el amor son los que menos lo han vivido; y los que lo han vivido suelen ser incapaces de meditar sobre él.
La juventud necesita creerse, a priori, superior. Claro que se equivoca, pero esta es precisamente el gran derecho de la juventud.
Muchos hombres, cómo los niños, quieren una cosa, pero no sus consecuencias.
La vida es una serie de colisiones con el futuro; no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser.
Una buena parte de los hombres no tiene más vida interior que la de sus palabras, y sus sentimientos se reducen a una existencia oral.
Evitemos suplantar con nuestro mundo el de los demás.
Es funesto que nos acostumbremos a reconocer como ejemplos de sana belleza algunas obras clásicas, que acaso son objetivamente muy valiosas, pero que no causan deleite.
El hombre se diferencia del animal en que bebe sin sed y ama sin tiempo.
El amor auténtico se encuentra siempre hecho. En este amor un ser queda adscrito de una vez para siempre y del todo a otro ser. Es el amor que empieza con el amor.
Cuidado de la democracia. Como norma política parece cosa buena. Pero de la democracia del pensamiento y del gesto, la democracia del corazón y la costumbre es el más peligroso morbo que puede pade...
De querer ser a creer que se es ya va la distancia de lo trágico o lo cómico.
Lo menos que podemos hacer, en servicio de algo, es comprenderlo.
Un historiador es un profeta al revés.