Poemas de euripides. Encuentra docenas de poemas de euripides con fotos para copiar y compartir.
No llames jamás feliz a un mortal hasta que no hayas visto cómo, en su último día, desciende a la tumba.
No hay ningún hombre absolutamente libre. Es esclavo de la riqueza, o de la fortuna, o de las leyes, o bien el pueblo le impide obrar con arreglo a su exclusiva voluntad.
¿Quién sabe si morir no será vivir y lo que los mortales llaman vida será la muerte?
Si pudiéramos ser jóvenes dos veces y dos veces viejos, corregiríamos todos nuestro errores.
Pero la felicidad es inconstante, y cuando la aflicción viene después de la dicha, la vida es intolerable al hombre.
A los muertos no les importa cómo son sus funerales. Las exequias suntuosas sirven para satisfacer la vanidad de los vivos.
Al sostener que existen los dioses, ¿no será que nos engañamos con mentiras y sueños irreales, siendo que solo el azar y el cambio mismo controlan el mundo?
Plata y oro no son la única moneda, la virtud también pasa corriente por todo el mundo.
Yo preferiría a mis amigos un buen hombre ignorante que uno más inteligente que es malo también.
Cuando un hombre bueno está herido, todo el que se considere bueno debe sufrir con él.
Dios odia la violencia. Él ha ordenado que todos los hombres poseen bastante su propiedad, no lo alcanza.
El que deja de lado el aprendizaje en su juventud, pierde el pasado y está muerto para el futuro.
El amor es todo lo que tenemos, la única manera que cada uno puede ayudar al otro.
Nadie está libre de verdad, son un esclavo de la riqueza, la fortuna, la ley, o de otras personas de restricción que actúen de acuerdo a su voluntad.
El rey debe tener presente tres cosas: que gobierna hombres, que debe gobernarlos según la ley y que no gobernará siempre.
¡Qué mala es siempre por naturaleza la esclavitud, y cómo soporta lo que no debe, sometida por la fuerza!
¡Oh!, bálsamo precioso del sueño, alivio de los males, cómo te agradezco que acudas a mí en los momentos de necesidad.
¿Quién sabe si lo que llamamos muerte no es sino vida; y la muerte, en cambio lo que juzgamos que es vida?
Todo cambia en este mundo, e inconstante es la vida humana, y sujeta a muchos errores.
Llena de tormentos está la vida humana , y no hay descanso en nuestras penalidades; y si tan dulce es vivir, a lo mejor nos envuelven las tinieblas de la muerte.
Cuando las calamidades caen sobre un Estado, se olvidan los dioses y nadie se preocupa de honrarlos.
La riqueza se queda con nosotros un pequeño momento en todo caso: solo nuestros personajes son firmes, no nuestro oro.
El hombre que pide a los dioses la muerte es un loco: no hay en la muerte nada tan bueno como la miseria de la vida.
No debe lamentarse la muerte, debe lamentarse la vida destinada a la lucha y a una vida miserable.
Convendría que los mortales procreasen hijos por otros medios , y que no hubiese mujeres , así se verían libres de todo mal.
Si tienes palabras más fuertes que el silencio, habla. Si no las tienes, entonces guarda silencio
El hombre superior es el que siempre es fiel a la esperanza; no perseverar es de cobardes.
Así como nuestro cuerpo es mortal, las iras no deben ser inmortales. Así hablan los sabios.
El tiempo revela todas las cosas: es un charlatán y habla hasta cuando no se le pregunta.
Breve es la vida, y debemos pasarla lo más agradablemente que se pueda, y no con penas.
Ningún mortal es dichoso hasta el fin; ninguno ha habido ahora que no conozca el dolor.
(...) es dañino para los hombres superiores el que un villano alcance prestigio por ser capaz de contener al pueblo con su lengua, alguien que antes no era nadie
¿Quién quiere proponer al pueblo una decisión útil para la comunidad? El que quiere hacerlo se lleva la gloria, el que no se calla.
Sostengo, pues , que los mortales que no conocen el himeneo ni las dulzuras de la paternidad , son más felices que los que tienen hijos.
Se muy bien que el mal proviene de lo que pienso, pero mi cólera es aún peor que mis pensamientos, la ira lleva a los mortales a incurrir en los peores males.
Con la ayuda de sus bellos ojos destrozó de la peor manera a la próspera Troya.
Tú, Troya, patria mía, no serás ya contada entre las ciudades jamás conquistadas.
Seis, ocho millones de espectadores. Estas son cifras con las que nunca pudo soñar ningún director teatral o novelista y menos aún Esquilo, Sófocles o Eurípides.