Difícil es decir cuánto concilia los ánimos humanos la cortesía y la afabilidad al hablar.
Pensar es como vivir dos veces.
Hay que atender no solo a lo que cada cual dice, sino a lo que siente y al motivo porque lo siente.
Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma.
La sola idea de que una cosa cruel pueda ser útil es ya de por sí inmoral.
No solamente es ciega la fortuna, sino que de ordinario vuelve también ciegos a aquellos a quienes acaricia.
La ley es, pues, la distinción de las cosas justas e injustas, expresada con arreglo a aquella antiquísima y primera naturaleza de las cosas.
Todas las cosas fingidas caen como flores marchitas, porque ninguna simulación puede durar largo tiempo.
Los deseos deben obedecer a la razón.
No sé, si, con excepción de la sabiduría, los dioses inmortales han otorgado al hombre algo mejor que la amistad.
La necedad es la madre de todos los males.
Preferiría la paz más injusta a la más justa de las guerras.
Cuando los tambores hablan, las leyes callan.
Humano es errar; pero solo los estúpidos perseveran en el error.
No logran entender los hombres cuán gran renta constituye la economía.
No entiendo por qué el que es dichoso busca mayor felicidad.
Es bueno acostumbrarse a la fatiga y a la carrera, pero no hay que forzar la marcha.
No hay nada hecho por la mano del hombre que tarde o temprano el tiempo no destruya.
Son siempre más sinceras las cosas que decimos cuando el ánimo se siente airado que cuando está tranquilo.
No hay hombre de nación alguna que, habiendo tomado a la naturaleza por guía, no pueda llegar a la verdad.