Los ancianos gustan de darnos buenos preceptos para consolarse de no poder darnos malos ejemplos.
No desearíamos muchas cosas tan ardientemente si entendiéramos bien lo que deseamos.
El verdadero amor tiene algo de amistad y la verdadera amistad tiene algo de amor.
La esperanza, no obstante sus engaños, nos sirve al menos para llevarnos al fin de la existencia por un camino agradable.
Nunca seremos tan infelices como creemos, ni tan felices como esperamos.
Llevar una dieta demasiado severa para guardar la salud es una enfermedad tediosa.
A los defectos de la mente debemos darles la importancia que le damos a las heridas del cuerpo. Porque no importa cuantos cuidados se dispensen, al final unos y otras dejan cicatriz.
Hay pocas mujeres cuyos encantos sobrevivan a su belleza.
Poca gente domina el arte de saber envejecer.
A menudo se juzga a los hombres por el crédito de que gozan o por las riquezas que poseen.
Nada impide tanto el ser natural como el afán de parecerlo.
Hay ciertos defectos que, bien manejados, brillan más que la misma virtud.
Más fácilmente resistimos a nuestras pasiones por su debilidad que por nuestra fuerza
Se puede ser más astuto que otro, pero no más astuto que todos los demás.
Los ancianos se complacen en dar buenos consejos, porque así se consuelan de no encontrarse ya en situación de dar malos ejemplos.
El arrepentimiento no es tanto el pesar por el mal que hemos hecho como el temor al mal que puede sobrevenirnos como consecuencia.
La pobreza espiritual produce la obstinación. No creemos fácilmente en lo que está más allá de lo que alcanzamos a ver.
El orgullo, que nos inspira tanta envidia, a menudo nos sirve también para moderarla.
El más seguro indicio de que uno posee grandes cualidades nativas, es haber nacido sin envidia
El amor, como el fuego, no puede existir sin una constante agitación.