La libre comunicación de los pensamientos y las opiniones es uno de los derechos más preciados por el hombre.
Nunca somos tan felices ni tan infelices como pensamos.
Esa clemencia, de la que se hace una virtud, a veces se practica por vanidad, otras por pereza, a menudo por miedo, y casi siempre por esas tres razones juntas.
Es necesario tener tanta discreción para dar consejos como docilidad para recibirlos.
Es más fácil conocer al hombre en general que a un hombre en particular.
Lo que hace que los amantes no se aburran nunca de estar juntos es que se pasan el tiempo hablando siempre de sí mismos.
El mejor medio de conservar los amigos es no pedirles ni deberles nada.
Para tener éxito debemos hacer todo lo posible por parecer exitosos.
Es muy difícil que dos que ya no se aman, riñan de verdad.
Los apellidos famosos, en lugar de enaltecer, rebajan a quienes no saben llevarlos.
A los viejos les gusta dar buenos consejos, para consolarse de no poder dar malos ejemplos.
No hay accidente, por desgraciado que sea, del que los hombres hábiles no obtengan provecho.
Se perdona mientras se ama.
Amamos siempre a los que nos admiran, pero no siempre a los que admiramos.
La ausencia disminuye las pequeñas pasiones y aumenta las grandes, lo mismo que el viento apaga las velas y aviva las hogueras.
Hablamos muy poco, excepto cuando la vanidad nos hace hablar.
Establecemos reglas para los demás y excepciones para nosotros.
La verdad no hace tanto bien en el mundo como el daño que hacen sus apariencias.
La intención de no engañar nunca nos expone a ser engañados muchas veces.
La adulación es una moneda falsa que tiene curso gracias solo a nuestra vanidad.