La clemencia de los príncipes a menudo no es más que política para ganarse el afecto de los pueblos.
El mal que hacemos no nos atrae tanta persecución y tanto odio como nuestras buenas cualidades.
Las pasiones contienen una injusticia y un interés propio que hace que sea peligroso seguirlas, y que convenga desconfiar de ellas, incluso cuando parecen muy razonables.
La duración de nuestras pasiones depende tan poco de nosotros como la duración de nuestra vida.
El amor propio es más ingenioso que el hombre más ingenioso de este mundo.
No solemos considerar como personas de buen sentido sino a los que participan de nuestras opiniones.
El orgullo es igual en todos los hombres, solo varían los medios y la manera de manifestarlo.
Carecemos de fuerza suficiente para seguir toda nuestra razón.
Nuestra envidia dura siempre más que la dicha de aquellos que envidiamos.
Tenemos más fuerza que voluntad, y a menudo para disculparnos a nosotros mismos suponemos que las cosas son imposibles.
Tres clases hay de ignorancia: no saber lo que debiera saberse, saber mal lo que se sabe, y saber lo que no debiera saberse.
La verdadera elocuencia consiste en no decir más de lo que es preciso.
En cierto modo los celos son algo justo y razonable, puesto que tienden a conservar un bien que nos pertenece o que creemos que nos pertenece, mientras que la envidia es un furor que no puede tolerar ...
La filosofía triunfa con facilidad sobre las desventuras pasadas y futuras, pero las desventuras presentes triunfan sobre la filosofía.
Confesamos nuestros pequeños defectos para persuadirnos de que no tenemos otros mayores.
La moderación de las personas felices se debe a la placidez que la buena fortuna da a su temperamento.
Todos poseemos suficiente fortaleza para soportar la desdicha ajena.
El silencio es el partido más seguro para el que desconfía de sí mismo.
Para hacerse una posición en el mundo, es preciso hacer todo lo posible para hacer creer que ya se tiene.
Pocos son los que conocen la muerte; es algo que no suele aceptarse por decisión propia, sino por estolidez y por costumbre, y la mayoría de los hombres mueren porque no hay remedio para la muerte.