Si quieres darme la muerte tira donde más te agrade, pero no en el corazón porque allí llevo tu imagen.
Para alcanzar las estrellas sonda el cisne la laguna; en el mar de los amores yo soy cisne y tú eres luna.
Cuando me esté retratando en tus pupilas de fuego, cierra de pronto los ojos por ver si me coges dentro.
Cuando muerto esté en la tumba toca en ella la guitarra, y verás a mi esqueleto alzarse para escucharla.
Y al ostentar desnuda tus hechizos, el mar, con un abrazo tembloroso, te envuelve en haz de onduladores rizos.
Ella es la fuerza viva, el soplo ardiente de cuanto sueña y goza, piensa y siente; de cuanto canta y ríe, vibra y ama.
Desde la frente, que es lámpara lírica, desborda su acento como un aceite de aroma y de gracia la ardiente poesía.
Tus ojos son un delito negro como las tinieblas, y tienes para ocultarlo bosque de pestañas negras.
Dos velas tengo encendidas en el altar de mi alma, y en él adoro a una virgen que tiene tu misma cara.
Como el almendro florido has de ser con los rigores, si un rudo golpe recibes suelta una lluvia de flores.
Jugar la vida gozando en perderla, si a las cartas les dieran su sombra tus pestañas negras.
Mi padre siempre me amparó por desgraciado y me tuvo un sitio en su corazón.