Nada prende tan pronto de unas almas en otras como esta simpatía de la risa.
La felicidad es mejor imaginarla que tenerla.
Cuando no se piensa lo que se dice es cuando se dice lo que se piensa.
La ironía es una tristeza que no puede llorar y sonríe.
La vanidad hace siempre traición a nuestra prudencia y aún a nuestro interés.
Creedlo, para hacernos amar no debemos preguntar nunca a quien nos ama: ¿Eres feliz?, sino decirle siempre: ¡Qué feliz soy!.
Yo podría ser el último paria de mi reino, un leproso abandonado por todos, sin recuerdo y sin esperanza de goce alguno, y aún quisiera vivir.
La peor verdad solo cuesta un gran disgusto. La mejor mentira cuesta muchos disgustos pequeños y al final, un disgusto grande.
Es más fácil ser genial que tener sentido común.
El amor es lo más parecido a una guerra, y es la única guerra en que es indiferente vencer o ser vencido, porque siempre se gana.
Los pueblos débiles y flojos, sin voluntad y sin conciencia, son los que se complacen en ser mal gobernados.
Por un amor, una mujer es capaz de todo; hasta de hacer traición a su amor, si la traición es por salvarle
Con hambre sólo, pero sin ideal alguno, se hace motines, pero no revoluciones.
Si todos los que admiran a Shakespeare lo leyeran, ¡pobre Shakespeare! Acaso no fuese tan admirado, porque nada gana un poeta con ser leído, como nada gana un campo de flores con ser pisoteado.
Si los hombres hubiesen triunfado del dolor y de la muerte, quizá ya no hubiesen deseado nada, y sin desear algo, ¿vale la pena vivir?
Materializar lo espiritual, hasta hacerlo palpable, y espiritualizar lo material, hasta hacerlo visible
Bienaventurados nuestros imitadores porque de ellos serán nuestros defectos.
Comienza tu obra; comenzar es haber hecho la mitad; comienza de nuevo, y la obra quedará terminada.
Es tan necia presunción perdonar la vida a los hombres como el corazón a las mujeres.
Como en las deudas, no cabe con las culpas otra honradez que pagarlas.