Frases de mujeres para hombres ( 25 )
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Hay algunos hombres que no dicen lo que piensan y otros que piensan demasiado lo que dicen.

El honor y el premio son los resortes para que no se adormezca el espíritu del hombre.

El peligro del pasado era que los hombres fueran esclavos. Pero el peligro del futuro es que los hombres se conviertan en robots.

Las costumbres hacen las leyes, las mujeres hacen las costumbres; las mujeres, pues, hacen las leyes.

Ten muy presente que los hombres, hagas lo que hagas, siempre serán los mismos.

A las mujeres les gusta sobre todo salvar a quien las pierde.

Ciertos hombres tienen el talento de ver mucho en todo. Pero les cabe la desgracia de ver todo lo que no hay, y nada de lo que hay.

Los hombres de genio son fuerzas químicas etéreas que operan sobre la masa del intelecto neutra.

No podemos tener una revolución que no involucre y libere a las mujeres.
Si el hombre no debe ahogar sus sentimientos, tendrá entonces que practicar la amabilidad hacia los animales, ya que aquel que es cruel con los animales se vuelve tosco en su trato con los hombres. S...

Hay grandes hombres que hacen a todos los demás sentirse pequeños. Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes.

Tú verás que los males de los hombres son fruto de su elección; y que la fuente del bien la buscan lejos, cuando la llevan dentro de su corazón.

Aprendemos de la experiencia que los hombres nunca aprenden nada de la experiencia.

Los hombres, tal como son, se inclinan por naturaleza a ir en pos del dinero o del poder, y del poder porque vale tanto como el dinero.

La ley no ha sido establecida por el ingenio de los hombres, ni por el mandamiento de los pueblos, sino que es algo eterno que rige el Universo con la sabiduría del imperar y del prohibir.

Bien sé que las mujeres aman, por lo regular, a quienes lo merecen menos. Es que las mujeres prefieren hacer limosnas a dar premios.

A los viejos les gusta dar buenos consejos, para consolarse de no poder dar malos ejemplos.

La volubilidad de la mujer a quien amo es splo comparable a la infernal constancia de las mujeres que me aman.

El hombre dotado de inteligencia puede con el don de saber que posee, conseguir la capacidad necesaria para toda la técnica y destreza artística.

Las mujeres son secretistas por naturaleza, y les gusta practicar el secreto por su cuenta.

El hombre no reza para dar a Dios una orientación, sino para orientarse debidamente a sí mismo.

El futuro está oculto detrás de los hombres que lo hacen.

Lo que los hombres realmente quieren no es el conocimiento sino la certidumbre.

El instinto social de los hombres no se basa en el amor a la sociedad, sino en el miedo a la soledad.

Todos los hombres que no tienen nada importante que decir hablan a gritos.

Con el poder mantenemos una relación ambigua: sabemos que si no existiera autoridad nos comeríamos unos a otros, pero nos gusta pensar que, si no existieran los gobiernos, los hombres se abrazarían...

Los hombres más eruditos no son precisamente los más sabios.

A todas las mujeres les encanta y les emociona recibir cartas.

El andar tierras y comunicar con diversas gentes hace a los hombres discretos.

Los hombres que se bastan a sí mismos son inservibles a la verdadera amistad.

Las ideas son como las mujeres, alimentar diez cuesta menos que vestir una.

El corazón humano es un instrumento de muchas cuerdas; el perfecto conocedor de los hombres las sabe hacer vibrar todas, como un buen músico.

Los hombres pasan, los recuerdos quedan, como quedan las obras de los que algo hacen.

La confianza ha de darnos la paz. No basta la buena fe, es preciso mostrarla, porque los hombres siempre ven y pocas veces piensan.

Vivir es lo más raro de este mundo, pues la mayor parte de los hombres no hacemos otra cosa que existir.

Los hombres viven celosos de la inmortalidad.

Las mujeres no advierten lo que hacemos por ellas; no notan sino lo que dejamos de hacer.

La cólera da ingenio a los hombres apagados, pero los deja en la pobreza.

Los libros poseen siempre más ingenio que los hombres con quienes nos encontramos.

En la morfología del ser femenino, acaso no haya figuras más extrañas que las de Judit y Salomé, las dos mujeres que van con dos cabezas cada una: la suya y la cortada.